El peor de los mundos-Vanessa Kaiser

El peor de los mundos-Vanessa Kaiser

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Cuenta la leyenda griega que la diosa de la sabiduría, la estrategia y la justicia, Atenea, hizo en tiempos remotos la siguiente advertencia: “Ciudadanos, entre la tiranía y la anarquía existe la democracia. Cuidad de ella porque, cuando ésta sucumbe, solo os queda vivir en el caos o la opresión.” Pareciera entonces que, únicamente, la democracia nos puede proteger de una vida bajo el yugo del más fuerte. Son las instituciones integradas por personas probas, la ley y la fuerza que las acompaña, el único dique a la desgracia generalizada y el dolor que se exacerban bajo el despotismo del tirano que detenta el poder o de la destrucción del Estado que resguarda la paz. De ahí que el cuidado de la democracia constituye una necesidad de primer orden.

¿Quién podría estar en desacuerdo con la diosa? Hasta antes del 18-O era imposible rebatirle, pero Chile ha mostrado una variante de la democracia que intimida la lógica no solo de los antiguos, sino de cualquiera que afine un poco la mirada y observe el rumbo que los chilenos estamos trazando. Creo que el único modo de describirlo es con esa frase cliché, título de esta columna: “el peor de los mundos”. ¿Qué mundo puede ser peor al de la tiranía o la anarquía? Uno en el que se castiga al que hace el bien y se premia a quien daña, roba, mata, incendia, destroza.

La imagen de bomberos recibiendo perdigones, mientras los narcoterroristas pululan libres encendiendo cientos de focos nuevos en el sur del país, es el ejemplo más reciente del peor de los mundos. Los indultos a la Primera Línea (curioso que la prensa hoy no hable de dicho colectivo) es otro ejemplo de la forma de vida que nos ofrece el peor de los mundos. ¡Ni qué decir de carabineros y militares presos por mantener el orden público en el estallido revolucionario, mientras a los manifestantes se les otorgan becas de por vida! ¿Cómo llegamos aquí y qué podemos esperar de la extensión de la malignidad social e institucional?

Sería un bálsamo para el alma poder referir el origen de todos nuestros problemas al estallido revolucionario y al recambio de las élites tradicionales por las octubristas. El problema es que no todo es culpa de este gobierno. De ahí que no baste ni siquiera con enrostrarle sus vínculos con líderes narcoterroristas, ni sea suficiente con recordarle a la “derecha buenista” que el proyecto de constitución rechazado desmantelaba el país y que ese sigue siendo el objetivo del octubrismo.

Y es que los cimientos del peor de los mundos tienen su origen en los gobiernos de Piñera y de Bachelet. Mientras el primero liberó a 9.500 presos en 2012, la segunda se negó a reconocer públicamente la existencia de informes de la propia cancillería chilena que alertaban del explosivo ingreso de haitianos al país: tampoco se hizo cargo de los cientos de correos electrónicos hallados en el computador de Raúl Reyes, cabecilla de las FARC con el PC chileno. Estos son solo algunos ejemplos, pero, la verdad, es que ambos jefes de Estado comenzaron, con o sin intención, el desmantelamiento de Chile. Pero no lo hicieron solos. Salvo excepciones, la prensa ha sido cómplice de mantener en la ignorancia a la ciudadanía, junto a parte importante de una élite política que se niega a tomar la responsabilidad que le corresponde.

Si antes trataron de convencernos de que todos queríamos una nueva Constitución porque con ella vendrían la paz y la solución a todos nuestros problemas, ahora nos tratan de persuadir de que los más de mil incendios intencionales reportados son producto del cambio climático. Frente a la desolación, las imágenes de personas quemadas y despojadas de todo, la actitud de los políticos y periodistas que insisten en culpar al clima de los actos terroristas es de una crueldad sin nombre.

¿Seguiremos dando argumentos para no poner freno al narcoterrorismo? ¿No habrá nadie que se haga responsable?  La historia reciente del país prueba que no, baste recordar los incendios de 2017. A partir de ambos episodios de quemas intencionales podemos entender otro de los rasgos de un mundo que es peor que la anarquía y la tiranía. No me refiero a un mal banal, sino radical. Estamos viviendo en un contexto político-institucional en el que no existen responsabilidades. En su lugar solo hay derechos para el ciudadano, sueldos exorbitantes para parlamentarios, puerta giratoria para delincuentes, fronteras abiertas para inmigrantes y “chipe libre” para el narcoterrorista. La culpa de todos nuestros problemas es de la desigualdad, del capitalismo, las forestales, la educación y de Pinochet. Planteado en otros términos, como nadie es responsable, nadie hace nada. El problema es que el mal sigue su siembra y mientras a usted lo pueden multar por tomar su celular para comprobar una dirección estando detenido en una luz roja, al que invoque la “causa mapuche” o exija que la “dignidad se haga costumbre”, se le perdona que destruya la vida de millones de ciudadanos honestos.

En suma, peor que la tiranía y la anarquía es el mundo que estamos construyendo en nuestro querido Chile, pues en la anarquía el Estado no castiga y en la tiranía es el déspota el responsable de nuestro sufrimiento. En contraste con la anarquía, en el peor de los mundos, el Estado despliega su puño en contra de los buenos ciudadanos- quienes tienen armas legales, pagan sus impuestos, dan trabajo, defienden el orden público, denuncian la corrupción, dicen la verdad en la esfera pública o cometen algún error que desafía leyes ridículas-, mientras premia a delincuentes, terroristas y políticos corruptos.

En este contexto, es preferible la anarquía o la tiranía pues, como diría Arendt, en este último régimen, al menos, tenemos a alguien a quien apuntar con el dedo y decirle, “usted tiene la culpa”. En el peor de los mundos todos y nadie tienen la responsabilidad, lo que implica que, como se dice coloquialmente, no existe una luz al final del túnel. En otras palabras, la destrucción y el caos no acaban derrocando al tirano. Así, los ciudadanos carecen de toda esperanza mientras son víctimas del juez, del delincuente, del terrorista, del gobierno, de los vándalos o, simplemente, de aquel que se plazca en la práctica de la maldad radical como está sucediendo en el sur del país. (El Líbero)

Vanessa Kaiser