El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, fue acusado por la oposición de actuar como un monarca. Pero la presidencia de Estados Unidos ha sido una monarquía electa desde 1776 en todo menos en el nombre, sostiene el historiador David Cannadine.
A pesar de que los estadounidenses no votarán hasta noviembre de 2016, la batalla por la presidencia ya ha comenzado. Varios republicanos y demócratas, con diversos grados de posibilidades, se han presentado como candidatos para la nominación de su partido.
Sin embargo, quedan 18 meses hasta las elecciones y Barack Obama no dejará la Casa Blanca hasta que su sucesor asuma el cargo en una ceremonia que se celebrará por todo lo alto en Washington DC en enero de 2017.
Un largo periodo que contrasta con las cinco semanas de campaña que caracteriza a las elecciones británicas. Y que ha demostrado que las habilidades necesarias para ganar la carrera de larga distancia a la presidencia estadounidense son muy diferentes de las que posteriormente se necesitan para gobernar el país desde el despacho oval.
REINO UNIDO VS EE.UU.
Hay, sin duda, muchas razones por las que los estadounidenses tardan mucho más tiempo en elegir a su presidente del que emplean los británicos para decidir sobre su primer ministro.
Una explicación podría ser que, mientras que los británicos eligen quien será su próximo jefe de gobierno, los estadounidenses no solo están decidiendo eso, sino que además seleccionan, y en la misma persona, a su jefe de Estado.
Pero ¿qué clase de presidencia es la que, a diferencia de lo que sucede en Europa Occidental, combina ambos trabajos?
CRITICAS A OBAMA
De acuerdo con algunos de los opositores republicanos, Obama no ha estado haciendo el trabajo como se debe.
En noviembre pasado, por ejemplo, cuando Obama trató de proteger a millones de inmigrantes indocumentados de la deportación mediante la emisión de una orden ejecutiva que les permite permanecer legalmente de forma temporal en los Estados Unidos, sus críticos le acusaron de exceder su autoridad constitucional legítima.
Sin embargo, Obama está lejos de ser el primer presidente estadounidense acusado por sus opositores de comportarse como un soberano del antiguo régimen europeo, o como un déspota oriental actuando sin límites sobre sus súbditos.
Pero esa crítica a los presidentes estadounidenses -tanto si son demócrtas como republicanos- de supuesto comportamiento regio y monárquico es casi tan antiguo como la propia república estadounidense.
Durante la década de 1830, cuando Andrew Jackson ocupó la Casa Blanca, aumentó la preocupación de algunos estadounidenses por el incremento del poder ejecutivo centrado en el presidente.
En esa época circularon caricaturas críticas que le retrataban como el rey “Andrew I”, ataviado con atuendo real y sosteniendo un cetro.
Durante la guerra civil, cuando Abraham Lincoln fue considerado el presidente más fuerte y decisivo desde Jackson, volvieron las críticas de que estaba actuando como un rey.
Las mismas preocupaciones resurgieron en el siglo XX, durante la presidencia de Theodore Roosevelt.
Fue el líder de clase más alta desde Thomas Jefferson y, de hecho, por parte manterna podía presumir de tener sangre de la casa Real de Escocia.
Roosevelt amplió y engrandeció su poder aprovechando el potencial de lo que llamó su “púlpito” y se convirtió en el exponente del imperialismo estadounidense.
SEGUNDO ROOSEVELT
Primo lejano del anterior, Franklin Delano Roosevelt, no fue un presidente menos parecido a un rey. Poseía un poderoso sentido de identidad dinástica y llegó a casarse con su prima, Eleanor.
Elegido por primera vez en noviembre de 1932, fue reelegido tres veces más, algo sin precedentes en la historia de Estados Unidos, lo que significó que ocupara el cargo hasta su muerte, en 1945.
Durante el años del New Deal, cuando atacó a los banqueros y grandes empresarios, Roosevelt fue acusado de ser un traidor a su clase, de comunista o de dictador fascista. También de tratar de ser otro presidente con las ambiciones inconstitucionales de un rey.
Así que no hay nada nuevo en las recientes acusaciones de que Obama se comporta como un presidente rey o como un emperador. Pero estas críticas, cualquiera que sea su base, son bastante sorprendentes, puesto que la nación norteamericana sustenta su existencia en la oposición a una monarquía extravagante y exagerada.
Según la Declaración de Independencia, el reinado del rey Jorge III se caracterizó por “repetidas injurias y usurpaciones”. Entre otras cosas, le acusan de obstruir la administración de justicia, negarse a sancionar leyes “más saludables y necesarias para el bien público”, y “saqueó nuestros mares, asoló nuestras costas, y quemó nuestros pueblos”.
“Un príncipe cuyo carácter está así marcado por todos los actos que pueden definir a un tirano”, concluye la declaración, lo que significaba que era “indigno de ser el gobernante de un pueblo libre”.
INDEPENDENCIA
No es de extrañar que en la convención constitucional, que se reunió después de la Guerra de Independencia, los delegados acordaran que el nuevo jefe de Estado de Estados Unidos debía ser un presidente elegido en lugar de un monarca hereditario.
Pero las denuncias -y la demonización- del rey Jorge III en la Declaración de la Independencia, se basó en una exageración engañosa de sus prerrogativas reales.
Los políticos reclamaban cada vez más esos poderes, pero en la medida que Jorge III reafirmaba el derecho del Reino Unido a gobernar, con impuestos y leyes en las colonias americanas, creía que estaba afirmando la soberanía del parlamento británico en vez de la de la corona británica.
Sin embargo, irónicamente, cuando los líderes de la revolución trataron de definir los poderes que debía tener la nueva presidencia estadounidense, los únicos modelos disponibles eran las monarquías europeas contemporáneas, y en especial la de los británicos.
Por lo que los padres fundadores dieron a la presidencia de Estados Unidos sólo aquellos poderes que erróneamente creían que el rey Jorge III aún poseía: nombrar o suspender a su gabinete, declarar la guerra y la paz, y vetar proyectos de ley enviados por el poder legislativo.
Desde el principio, entonces, la presidencia estadounidense fue investida con lo que podría denominarse la autoridad monárquica, lo que significaba que en realidad era una forma de monarquía electiva.
Así que cuando Henry Clay, líder del Partido Liberal de América, lamentó que, en virtud de Andrew Jackson, la presidencia “tiende rápidamente hacia una monarquía electiva”, estaba errado, ya que había sido una monarquía electiva desde el principio.
De hecho, los estadounidenses mejor informados lo entendieron perfectamente. “Nosotros elegimos a un rey por cuatro años”, dijo el secretario de Estado de Abraham Lincoln en una ocasión, “y le damos el poder absoluto dentro de ciertos límites, que al fin y al cabo puede interpretar por sí mismo”.
Algunos analistas fueron aún más lejos, insistiendo en que si bien EE.UU. afirmó ser una república, porque no tenía soberanía hereditaria, fue en realidad una monarquía disfrazada.
Mientras, Reino Unido puede afirmar que es una monarquía, porque tenían un monarca como jefe de estado, pero al mismo tiempo una república oculta, porque los políticos en vez de soberanía estaban en realidad a cargo.
En palabras de un periódico estadounidense de finales del siglo XIX: “Reino Unido es una república, con un presidente hereditario, mientras que Estados Unidos es una monarquía con un rey electivo”.
Puede que las cosas no fueran toda la verdad entonces y no sean toda la verdad ahora, pero sin duda tanto el presidente Obama como la oposición republicana tiene algunos elementos para reflexionar.