Un querido amigo me llamó poco después de conocerse la noticia del fallecimiento del ex Presidente Sebastián Piñera. Estaba desolado. Lo abrumaba la intempestiva suma de desgracias que habían caído sobre el país en pocos días. Literalmente aún no se apagaba el fuego de los terribles incendios en la V Región y ya había que lamentar el fallecimiento de un líder que sin duda estaba llamado, en estos momentos difíciles, a aunar voluntades y propiciar acuerdos que contribuyeran a solucionar problemas.
Se preguntaba mi amigo por qué, para nuestro país, la desgracia no venía sola sino, como dijera Shakespeare, “en batallón”, y opinaba que no era ésta la hora de recriminaciones, de buscar culpables o de reavivar rencillas, sino de hablarle al alma de Chile que era la que sufría. Que sólo era el momento de llorar junto con las chilenas y chilenos, no el de sacar conclusiones. Quizás ni siquiera el de pensar.
Yo no podía estar más de acuerdo con mi amigo, porque me sentía tan abrumado como él. Por ello, creo que igual que el resto de Chile, escuché con satisfacción a la ministra del Interior cuando anunció que se decretaban tres días de duelo nacional por el fallecimiento del expresidente, quien además tendría un funeral de Estado. Me pareció que era lo que le correspondía hacer al gobierno, lo que debería haber hecho cualquier gobierno.
Pero esa noche escuché al Presidente Boric hacer una declaración. Y entonces mi estado de ánimo cambió. Ya no me sentí capaz de mantener la actitud que reclamaba mi amigo.
Y es que era muy difícil escuchar impertérrito a Gabriel Boric, que hace muy poco tiempo acusaba a Sebastián Piñera de delitos horribles que coincidían con el mensaje “Piñera asesino” con el que sus seguidores o algunos de ellos rayaban y siguen rayando paredes, describir ahora el talante democrático del fallecido Mandatario. Y quizás más difícil de escuchar fue oírlo elogiar su manejo de la crisis de salud provocada por la pandemia. Cómo podía decir eso justamente quien, junto con sus compañeros, lo acosó al grado de provocar la salida del ministro Jaime Mañalich, de impecable actuación en esa crisis, ante la inminencia de una acusación constitucional en su contra.
No podía aceptar que era sincero el elogio de lo que nada más ayer se criticaba con saña. Me costaba creer que, en menos de dos años, Gabriel Boric efectivamente hubiese cambiado para convertirse en otra persona. En una que ya no compartía el odio que sus seguidores manifestaban por Sebastián Piñera.
Pensaba que la única prueba posible de la sinceridad y también de la coherencia y la honestidad del Presidente Boric era aceptar que, si reconocía hoy como virtud aquello que apenas ayer era motivo de odios y ataques, era porque aceptaba también que en ese ayer estuvo equivocado. Que quienes odiaban y atacaban no entendían la corrección de lo que Piñera había hecho. Pensaba que también podría agregar una disculpa, pero que eso no era tan importante como el hecho que quien ahora es Presidente, demostrara su inteligencia y honradez reconociendo sus errores anteriores.
Y debo decir que el Presidente Gabriel Boric lo hizo. Que, ante el féretro del ex Presidente Piñera y frente a la nación entera, hizo todos los reconocimientos de sus errores y expresó todas las disculpas que puede hacer una persona que ostenta y debe honrar el cargo de Presidente de la República. Reconoció que el sillón de O’Higgins le había permitido “comprender y aquilatar mejor a Sebastián Piñera” y a los presidentes que lo habían precedido. En virtud de ello, en otro momento aceptó autocríticamente que, “durante su gobierno, las querellas y recriminaciones fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable”. “Hemos aprendido de ello -agregó- y todos, todos, deberíamos hacerlo”.
Y fue aún más lejos. Señaló que reconocer los méritos y la obra de Sebastián Piñera no implicaba adherir a sus ideas porque “ya es hora compatriotas que nos acostumbremos a respetarnos en nuestras legítimas diferencias. A pactar treguas y acuerdos a pesar de aspiraciones o historias que nos separan, a asumir los entendimientos no como el triunfo de unos sobre otros, no como la renuncia de unos en favor de otros, sino como el camino necesario para avanzar en un mundo complejo y lleno de incertidumbres y, sobre todo, poniendo el bien superior de nuestra patria por delante de nuestras discrepancias.”
Si no hubiera expresado lo que expresó, todas sus demostraciones de pesar y de reconocimiento de los talentos y bondades del ex Presidente Piñera habrían sido falsos, insinceros. Pero dijo lo que dijo y, con ello, autenticó y dio valor a su apreciación de la obra de ese Presidente, que lo precedió y de quien dijo que era un ejemplo para todos.
Ahora sí siento que puedo compartir los sentimientos de mi amigo. De hacer en paz el duelo por los dolores que Chile está sufriendo. Y también creo que puedo sentir esperanza por nuestro futuro, porque si Gabriel Boric cambió, todos nosotros y nosotras podemos cambiar también y encontrar el camino de los acuerdos razonables que nos aseguren un futuro mejor. (El Líbero)
Álvaro Briones