Llego a Buenos Aires y lo que primero me llama la atención es su impresionante aeropuerto. Claro, viniendo de Chile, cualquier cosa es mejor. Pero la ampliación de Ezeiza es de primer nivel. A la altura de los mejores del mundo. Uno escucha tantas historias de lo mal que está Argentina, pero hay que reconocer que cuando hacen las cosas, las hacen bien.
Me subo al auto que me lleva a la ciudad y bueno, los taxistas argentinos siempre sorprenden. Saben de todo. Son conversadores, locuaces. “¿Cómo anda Chile?”, me pregunta. Le respondo en monosílabos, con un simple “bien”; uno que sólo intenta esquivar el tema. Gran error. “¿Cómo bien?”, me dice sorprendido. “Y la corrupción, el hijo de la Presidenta, los ministros que renuncian, los empresarios presos, la economía se desploma, los estudiantes en las calles. Por favor, ustedes están peor que nosotros. Están para salir de gira”.
Balbuceo algunas respuestas, pero muy pronto me resigno. Tiene razón. Esto es un quilombo por donde se lo mire. La imagen del Chile serio, el mateo del barrio, ya no se la compra nadie. Y fuera de las fronteras esto provoca un cierto placer culpable. Todos estaban un poco chatos de este país que se ponía como ejemplo. Hoy ya no somos el “modelo”; somos uno más entre los escándalos que recorren la región. Imaginen la impresión de los mandatarios extranjeros cuando este semana, en plena gira por Europa, la Presidenta tiene que aceptar la renuncia de uno de sus nuevos ministros por otro affaire de boletas. Esa es la única imagen que queda fuera de las fronteras, por más que Bachelet se cansó de repetir que Chile no es un país corrupto.
Y si los políticos, de todos los colores, no se salvan de ésta, los empresarios tampoco. Ellos tuvieron cierto prestigio fuera de las fronteras. Incluso se dieron el lujo de dar cátedra, diciendo que en otros países, como el mismo Argentina, las cosas eran poco serias, que todo se arreglaba pagando a la mala. Bueno, ahora nos enteramos que en Chile la cosa es igual. Nuestros grandes hombres de negocios no dudaban en comprar políticos para recibir favores a cambio. La mayor fortuna de Chile, los Luksic, aparece como el primero en la lista de los escándalos. Nuestra empresa ícono, Codelco, también reconoce ser una suerte de pagadora de favores políticos, al mejor estilo de Petrobras en Brasil.
Y las señales que damos son malas. Tanto, que en medio de esta crisis de confianza y probidad, este gobierno se da el lujo de tener vacantes dos cargos claves para el control de las malas prácticas: el Contralor y el director de Impuestos Internos. Ningún país serio hace algo así. Es sospechoso por donde se lo mire.
Por fin, me bajo del taxi, pero sin antes recibir la última lección del conductor. “Chileno, decíle a tus compatriotas que si van a dejar embarradas, al menos no sean tan boludos de entregar boletas truchas. Eso es no entender nada de nada. Jugar sucio también tiene sus reglas”. En suma, no sólo quedamos como corruptos; también como boludos. Esto es un quilombo y, es cierto, estamos como para salir de gira.