El 11 de diciembre de 1991, Erich Honecker, último centinela del Muro de Berlín, ingresó a la embajada de Chile en Moscú al darse cuenta que la vieja guardia comunista soviética no podría cumplir las promesas de ayuda y protección extendidas luego de su defenestración en la República Democrática Alemana (RDA) en octubre de 1989. A partir de entonces se inicia para él un período de 38 meses de accidentado éxodo familiar en los que estuvo refugiado en hospitales de Alemania y Rusia, una Iglesia en Lobetal, en nuestra embajada en Moscú, o bajo detención, hasta finalmente viajar a Chile a mediados de enero de 1993. Aquí vivió de manera muy reservada durante 16 meses hasta su muerte el 29 de mayo de 1994, marcando así el fin de una etapa de la Guerra Fría en suelo chileno.
¿Cuáles fueron las razones que acercaron a los Honecker a Chile?
El matrimonio germano oriental conocía al embajador chileno, Clodomiro Almeyda, y a su esposa, Irma Cáceres, desde los tiempos del exilio de estos en la RDA luego de 1973. Además estaban muy agradecidos de la ayuda médica otorgada por la RDA a su hijo. Un episodio poco conocido y que refleja el estrecho vínculo de amistad existente fueron las gestiones realizadas por Almeyda que permitieron el traslado de los bártulos de ex dictador desde Berlín a las dependencias de la legación diplomática chilena en Moscú.
Por otra parte, una de las hijas de Honecker era esposa del militante comunista Leonardo Yáñez, con quién tenía dos hijos, lo que era un lazo familiar importante y una manera de sentirse próximos a Chile. Algo de esto se plasmó en el libro que publicó hace algunos años el nieto de Honecker, Roberto Yáñez, “Ich war der letzte Bürger der DDR: Mein Leben als Enkel der Honeckers”.
Otro elemento que explica el compromiso que un sector de la izquierda chilena –Partido Socialista y Partido Comunista- mantuvo con el ex jerarca tiene que ver con una cierta “deuda de gratitud” o “reciprocidad política” que debía tener Chile por las ayudas brindadas a los cerca de tres mil exiliados chilenos acogidos en la RDA. Argumentos idealizados pero aquilatados en su real magnitud gracias al trabajo de los historiadores alemanes Sebastian Koch e Inga Emmerling, y desde la literatura por las obras de Carlos Cerda “Morir en Berlín y “Escrito con L”; o Juan Forch, “Las dos orillas del Elba”, por mencionar algunos.
Hubo también una línea argumental surgida desde el Derecho Internacional que también ayudan a comprender la hospitalidad chilena y nuestro tradicional legalismo en estos asuntos: el ex líder de Alemania del Este, al momento de ingresar a la sede diplomática chilena, estaba asilado en la URSS, Estado que dejó de serlo y tenía orden de expulsión de otro Estado que no existía cuando él llegó a territorio soviético, la Federación Rusa; por tanto, su status jurídico corría un riesgo. Este asunto ha sido escasamente abordado por los especialistas en Derecho o en Historia Internacional, algo de ello desliza Alonso Álvarez de Toledo, último embajador de España en la RDA, en su libro “En el país que nunca existió”.
A las razones anteriores de amistad, lazos de sangre, solidaridad política, y derecho internacional se agregó el estado de salud de Honecker, una auténtica nebulosa durante el affaire, un enigma, la verdad. Este fue usado por el gobierno chileno y defendido con fuerza por Almeyda y por algunos miembros de su partido ya que sirvió para justificar por “razones humanitarias” la calidad de huésped temporal que otorgó Chile a Honecker en su sede diplomática en Moscú, así como las solicitudes de asilo que presentaron a favor del ex custodio del Muro de Berlín diversos sectores políticos y sociales de nuestro país. (El Líbero)
Cristián Medina