Que Chile requiere un cambio profundo al sistema político, al “resorte de la máquina”, como lo denominaba el Ministro Diego Portales es sin duda un lugar común y una necesidad urgente al ver el comportamiento y los distintos casos de corrupción, conflictos de intereses y otras hierbas a las que los chilenos no alcanzamos a despertar para seguir el próximo escándalo.
Después de dos procesos constitucionales fallidos, el primero en particular convertido en un desastre ridículo que, además resolvió esto en una suerte de pegoteo sin nombre; enfrentar este tema resulta muy complejo para el Ejecutivo y el Parlamento -incumbentes- en un cambio al sistema. De ahí la responsabilidad histórica de algunos al no resolver este punto donde y cuando se debía.
La absoluta atomización del Congreso, especialmente, en la Cámara de Diputados a partir de la reforma al sistema binominal y cambio al proporcional, permite que existan diputados en ejercicio con menos de 1.000 votos. Esa es la representatividad que permite hablar a nichos, a transformar la Cámara en un “chiringuito” de diputados que le hablan a sus bolsones identitarios de electores. De ahí en más, el desastre es obvio, si a lo anterior se suma la dispersión de partidos políticos y un sistema que no propende a grandes coaliciones. Para que hablar del sistema de urgencias, la incapacidad del Gobierno de aunar voluntades y de la escasa agenda política, cuando arrecían los problemas de seguridad, terrorismo, crimen organizado, y sobre todo una desaceleración económica crítica con efectos directos en el empleo. Lo anterior mientras se pierden 95.000 puestos de trabajo de emprendedores formales por cuenta propia en un semestre, siendo un golpe de realidad brutal y una desconexión mayor.
El Presidente insiste en sus prioridades fuera de todo problema global: La condonación del CAE (calculada en US$ 11.000 millones, lo que equivale a un 4% del PIB bruto) o la eutanasia. Frente a la lentitud del Congreso, la poca coordinación con el Ejecutivo y la “creatividad” e irresponsabilidad de una Cámara de Diputados y un Senado altamente desprestigiados; se ocupan del “Día del Pajarete” o de “la Longaniza” fuera de cualquier apuro o necesidad. Las mociones parlamentarias palidecen en la nimiedad frente a una agenda básica de un Gobierno con escaso rumbo y sentido de urgencia, que no es capaz de ponerse de acuerdo en leyes de seguridad con su propia coalición, que sobreestima ingresos, y cuyo aumento de presupuesto 2025 ya no será realmente de 2,7% (nuevamente con un gasto público altamente presionado), llegando al 4% según varios economistas de la plaza.
Para que decir el nombramiento de los altos ministros de las Cortes de Apelaciones y de la Corte Suprema, o de los notarios y conservadores (proyecto este último pendiente desde 2008). En el primero, es urgente renovar las formas de nombramientos, pero más urgente aún, es que el Congreso resuelva con absoluta nitidez (y calidad en los libelos) las acusaciones al menos contra los ministros Vivanco, Muñoz y Matus. Ese punto debe servir de señal inequívoca y rápida para que el principal Tribunal de la República no tenga asomo de duda en los chilenos; cuando ese resorte de la máquina falla, entonces la democracia puede llevarnos a un Estado fallido. No tener confianza en nuestros jueces y en el Poder Judicial puede ser el principio de la autotutela, el fin de la certeza jurídica y de la inversión de cualquier tipo.
Mientras esto ocurre, en el adefesio arquitectónico del Congreso Nacional en Valparaíso -quizás uno de los lugares menos estéticos para dar solemnidad y ética a la política- o existe una desconexión brutal en el “internado” o simplemente el agua tiene arsénico. O cambia el sistema político y se adecua a nuevos tiempos, se achica el Estado y se convierte en un espacio de eficiencia, sin carreras y estabilidades decimonónicas, alejadas de cualquier contratación moderna, o esto colapsara en algún momento en la indiferencia y la destrucción de nuestras instituciones. Mientras el Ejecutivo no entienda que el Estado está al servicio de los chilenos, y no se trata de un escollo para el desarrollo y el crecimiento económico, mientras los tres poderes del Estado, además del Ministerio Público (otra “Hoguera de las Vanidades” de Tom Wolfe), no se alineen en un combate común por la seguridad, el terrorismo y el crimen organizado, en serio, y pongan los esfuerzos en el crecimiento económico, no insistiendo en impuestos, ni en reformas a pensiones que no son más que tributos al trabajo, mientras todo aquello no ocurra, los chilenos nos seguiremos indignando, y después de no haber conseguido nada más allá de la violencia entre 2019 y hoy, sucumbiremos en acusaciones estériles contra el Presidente de turno o bien nos tendremos que acostumbrar al día nacional de la longaniza, del pajarete y del futbolista amateur, entre otros.
No vaya a ser que entre tanta ineficiencia, descoordinación, desinteligencia y cambios fundamentales para resolver efectivamente los problemas diarios, tengamos que celebrar el día nacional del Estado fallido. Esperemos que no. Para ello se requiere coraje, firmeza, conocimiento del Estado y más profundidad, menos lenidad y sobre todo terminar con la frivolidad. (La Tercera)
Gabriel Alemparte