Chile probablemente esté sufriendo del síndrome de los países de ingreso medio y corre el riesgo de perder la oportunidad para desarrollarse. Ello no afecta mayormente al nivel de vida de los ciudadanos pudientes, pero sí implica que las personas de ingresos más bajos tengan entradas menores a las necesarias para su plena realización y que los índices de pobreza sean mayores a los posibles.
En buena parte del siglo pasado, bajo un régimen económico mixto de naturaleza proteccionista, Chile tuvo un ingreso por persona promedio cercano al de la mediana de los países de América Latina. A su vez, esta última tuvo una renta media aproximadamente igual al ingreso correspondiente del universo. Es decir, nuestro ingreso por persona fue mediocre, en una región también con ingresos mediocres. Como consecuencia, sufrimos de altos índices de pobreza absoluta.
En los años 1970 y 1980, el país experimentó un cambio radical en sus instituciones económicas y políticas. A partir de 1974 se adoptaron las instituciones de una moderna economía de mercado, abierta al comercio internacional, en que el Estado juega un rol subsidiario. A fines de la década de 1980, como parte de un amplio acuerdo político, se restauró la democracia representativa. La conjunción virtuosa de un régimen político democrático y de esa economía de mercado, en el marco de una acelerada globalización, le permitió al país prosperar como nunca lo había hecho en su historia. Tanto así, que en 30 años dejamos de ser económicamente mediocres, pasamos a liderar la región en términos del PIB per cápita, y los indicadores de pobreza disminuyeron dramáticamente.
Fue entonces, habiendo alcanzado un producto por persona relativamente alto -según el Banco Mundial, unos US$ 25.500 a precios internacionales constantes de 2011 al año-, que nos olvidamos del crecimiento económico y nos empezamos a centrar en su distribución. Ignoramos que los países desarrollados tienen un PIB per cápita de US$ 45.000 y que, si deseamos ser desarrollados, tendremos que tomar las medidas necesarias para aumentar nuestra actualmente muy baja tasa de crecimiento económico potencial para converger a esos US$ 45.000 anuales.
Otros países de la región así lo entienden. Panamá, con un PIB per cápita de US$ 29.000, ya nos superó, y Uruguay, con un ingreso por persona de casi US$ 23.000 al año, está muy cerca de hacer lo mismo.
Para alcanzar el desarrollo falta el último, pero quizás también el más complejo, empujón. Son pocos los países de ingreso medio que llegan a ser desarrollados. Sin embargo, el camino a recorrer es claro. Es necesario acordar un marco institucional estable que le vuelva a dar competitividad a la economía chilena (hoy, según el World Economic Forum, estamos en el lugar 33), cuidando que el progreso económico correspondiente alcance a todos. (La Tercera)
Rolf Lüders