El bien conocido libro “Por qué fracasan los países” -que este año les valió a sus autores el premio Nobel de Economía– concluye que la causa del fracaso es la debilidad o carencia de las instituciones que incentivan la innovación y el desarrollo de los talentos de las personas que existen en todas las sociedades. No es que los países que fracasan no dispongan de instituciones -al contrario, las tienen en abundancia-, sino que las que han puesto en ejercicio -en algunos casos desde largo tiempo- no cumplen con esa condición necesaria para prosperar. A tales instituciones los autores las denominan “extractivistas”, en el sentido de un grupo de personas de la sociedad -típicamente la élite política- que extrae para sí ventajas y beneficios a costa de la mayoría, dando como resultado un desarrollo y crecimiento crónicamente insuficiente.
De todas las instituciones que posibilitan el desarrollo humano la democracia plena es por lejos la principal. Esto se puede comprobar cruzando los datos que emanan de los estudios sobre la calidad de las democracias en el mundo (el más conocido es el que elabora la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, UIE) con los de desarrollo humano reportados en el estudio respectivo del PNUD -por lo demás, uno de los más importantes que elabora recurrentemente la ONU.
Las conclusiones de ese cruce de datos son reveladoras. Ningún político, de lado y lado, las debería ignorar. Tampoco los ciudadanos. He aquí la más simple: las mejores democracias alcanzan mejores niveles de desarrollo humano, mientras que los regímenes autoritarios con economías centralizadas exhiben los peores niveles de desarrollo humano del orbe.
Veamos el caso de Noruega. La calidad de su democracia ocupa el primer lugar en el mundo (UIE, 2024) mientras que su desarrollo humano se posiciona en segundo lugar (PNUD, 2023). En el hemisferio sur, Australia exhibe también una democracia de alta calidad (#15) a la vez que su desarrollo humano está entre los diez mejores del mundo.
Por su parte, los países sudamericanos con las mejores democracias (Uruguay y Chile) exhiben también los mejores niveles de desarrollo humano del subcontinente (en este rubro nuestro país lidera en el vecindario ya por largo tiempo).
Notablemente México, cuyo sistema político la UIE clasifica en la categoría de los regímenes híbridos -que, aunque practican la democracia para elegir a sus gobernantes ejercen diversas acciones que la desvirtúan- aparece mucho más abajo en la lista en ambas dimensiones: en la posición 90 en cuanto a la calidad de su democracia, el mismo lugar que también ocupa en el reporte de desarrollo humano.
Por su parte, los regímenes autoritarios -cuando el pluralismo político no existe y, por lo tanto, la democracia no es viable- producen algunos de los peores niveles de desarrollo humano reportados por el PNUD. Los casos de Venezuela (#119) y Nicaragua (#130) son desoladores. Se ubican en la parte más baja de la lista de países en el mundo. Allí las instituciones extractivistas campean desde hace décadas, sin que su reemplazo por instituciones democráticas e inclusivas asome en un plazo previsible.
Dicho todo lo anterior, la pregunta que cabe hacerse en nuestro país es la siguiente: ¿cómo es que en la nación latinoamericana que exhibe el mejor desarrollo humano de la Región y -con todos sus defectos- una de las mejores veinticinco democracias del mundo (sólo superada actualmente por la de Uruguay), la generación de jóvenes de la nueva izquierda que alcanzó el poder en marzo de 2022 se propuso refundar el país con base al texto radical de la Convención Constitucional? ¿Cómo fue que la generación más educada de chilenos de todos los tiempos pudo estar dispuesta a semejante desvarío? Y todavía más, ¿cómo fue que políticos moderados y suficientemente experimentados los acompañaron en esa insensata aventura?
Afortunadamente, la calidad de nuestra democracia dio su mejor muestra de resiliencia en el impecable acto electoral de septiembre de 2022. Antes del anochecer el país conoció el macizo veredicto del electorado, uno de los más importantes que ha emitido en las urnas desde la recuperación de la democracia. (El Líbero)
Claudio Hohmann