El vuelo de Piñera

El vuelo de Piñera

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Ha muerto un expresidente. Uno de los grandes protagonistas de los últimos 40 años de la historia de Chile.

Sebastián Piñera, un político —paradójicamente— con pocas capacidades retóricas. Un político que se resguardaba en tres adjetivos cada vez que quería describir algo. Y si hubiera que describirlo a él, probablemente, estos serían “inteligente, trabajador, moderado”.

Aunque muchos no estén de acuerdo. O no hayan estado hasta hace un par de días…

Detestado por gran parte de la izquierda, Piñera representó la esencia del “nuevo Chile” de los 90. Del país exitoso, del “jaguar”, del “cuesco Cabrera”. Rico en una generación, a punta de inversiones, empresas y especulaciones. La encarnación del “neoliberalismo” (si ese concepto no fuese más que la falacia del hombre de paja). Y pese a entablar tempranos puentes con la centroizquierda concertacionista, la llegada del PC y la aparición del Frente Amplio lo cambiaron todo. Y de súbito pasó de ser enfrentado por winner a ser acusado de genocida. Un delirio.

Detestado por una parte importante de la derecha desde tempranamente, al ser uno de los pocos representantes que no avalaron la dictadura. Un “democratacristiano de contrabando” se solía decir de él, pese a que su esencia era diametralmente distinta a ese grupo que —al amparo del tomismo— miraba con desconfianza el dinero. Pero el poder une. Y la plata también. Al lograr ganar la presidencia, casi todos en la derecha se alinearon detrás de él, hasta que llegó el momento de la crisis de 2019. Y en ese momento volvió a aflorar el desprecio por “la cobardía de entregar la Constitución para salvarse él”. Como si hubiesen existido alternativas. Como si los contrafactuales hubiesen sido mejores.

Si bien en el mundo de los negocios estuvo varias veces en el límite, con polémicas y algunas actuaciones discutibles, su trayectoria política es impecable. Opositor a Pinochet, creador de la democracia de los acuerdos, acusador de los jueces corruptos cuando la derecha no quiso hacerlo. Y como Presidente fue poco dogmático, al incorporar políticas socialdemócratas (PGU y posnatal); poco fanático (al propiciar el matrimonio igualitario) y poco temeroso (al hablar de los “cómplices pasivos” o cerrar el Penal Cordillera). Es decir, Piñera encarnó —en el fondo— todo lo contrario al pinochetismo, al dogmatismo, al fanatismo y a la temerosidad que ha encarnado gran parte de la derecha chilena.

Y en el peor momento, cuando quisieron sacarlo por secretaría con el estallido social, su solución fue acorde a la de su trayectoria política: el acuerdo, la negociación, la renuncia.

Tal vez eso encarna también su mayor fracaso: no logró renovar a la derecha chilena. Solo a una parte de ella. Y meses antes de sucumbir su helicóptero vio desvanecer su ideario con la marea republicana, la encarnación de lo que él mismo no había sido a lo largo de su trayectoria política.

Como Presidente nunca entendió del todo la diferencia entre jefe de Estado y jefe de gobierno. O más bien, no entendió la diferencia de la presidencia y la gerencia general. Trabajador inagotable, detallista empedernido, brillante como pocos. Pero la política es más que eso. Como solía repetir Adenauer, en política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno. Y muchísimas veces no se la dieron. Demasiadas veces.

El 6% de aprobación que tuvo en algún momento de su segundo mandato fue una prueba de aquello. Se trata probablemente de la aprobación presidencial más baja de la historia de Chile. Desde Blanco Encalada a Boric. Y si bien no hay encuestas Cadem que cotejar en el siglo XIX o el XX, es altamente probable que nadie tuvo un guarismo tan menguado.

Tardíamente la figura de Piñera crece. Fue necesario caer por los aires para elevarse. La derecha, para valorar por qué solo con la moderación fue capaz de conseguir la banda presidencial. La izquierda, para darse cuenta de la pequeñez, la insensatez y lo grotesco de su actuar.

Solo basta pensar que si se hubiese aprobado en el Senado la acusación constitucional que se aprobó en la Cámara, no solo se habría vulnerado la continuidad democrática del país, se habría impedido el funeral de Estado de ayer. Los mismos que hoy resaltan su figura habrían condenado a Piñera, igual que al hijo de Edipo, para que sea abandonado a la vergüenza pública y quedara “sin enterrar”, en el campo de batalla…

A propósito de Edipo, su famosa frase de que “ningún mortal puede considerar a nadie feliz hasta que llegue al término de su vida” tal vez encarna bien la muerte de Piñera. Murió en su ley. Murió trabajando. Murió divirtiéndose. Murió desafiando. Murió al límite.

Murió, probablemente, feliz. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias