Elección de gobernadores-Soledad Alvear

Elección de gobernadores-Soledad Alvear

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La noche del domingo fue de sorpresas para muchos, ya que por vez primera teníamos una segunda vuelta de gobernadores con voto obligatorio y, luego de cuatro años de estrenarse el cargo de gobernador, sin que su incorporación inicial como función haya quedado muy clara a la ciudadanía respecto a lo que implicaba esa nueva responsabilidad.

Hoy siguen abiertas algunas asimetrías que hacen complejo el despliegue del gobernador, como figura descentralizada y de elección popular. Su cohabitación con el delegado presidencial, la ausencia de plena autonomía para ejecutar su Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR), lo difuso de algunas tareas donde el costo transaccional dificulta el impacto directo e inmediato de sus facultades en las personas, por mencionar algunas. Sin embargo, lo que nos queda del domingo 24 es una sensación que, pese a estas brechas cognitivas del cargo, la gente se volcó a participar con entusiasmo y compromiso. En parte aquello se lo debemos también a un sistema de participación obligatorio que incentiva a un elector menos voluntarista y, de algún modo, con menor polarización, lo que quiebra divisiones binominales clásicas, de izquierda y derecha, que vimos con tanta elocuencia en elecciones pasadas. Hay que añadir a aquello la cantidad de candidatos independientes electos lo que es una luz de alerta al desempeño de los partidos, máxime cuando se trata de gobernadores que abrazaron la militancia y luego la abandonaron.

Pero centraremos este análisis en dos elecciones que demuestran también cómo la polarización va en retroceso y es una responsabilidad asumir esa tendencia con sobriedad (no confundir con ambigüedad) y consistencia. Lo primero es la elección de la Región del Biobío, donde la elocuencia de un candidato cercano a la izquierda extrema no sonrojó ni una sola vez por su cercanía con Maduro, recordándonos que gran parte de la fuerza migratoria chilena ha huido de flagelo dictatorial y persecutorio del heredero de Chávez. A eso se sumaron acusaciones estridentes nunca probadas de corrupción a su contendor.

Y en lo que fue la madre de todas las batallas, la Región Metropolitana, se impuso la moderación de Claudio Orrego, quien siempre bregó por el diálogo, buena política, ignorando la polarización y el insulto fácil, siempre con un discurso centrado en la Región. Esto no fue una improvisación. Orrego Larraín tiene un patrón de hacer política desde años, que frente a la mirada serena y sabia de muchos electores, lo convierten en un profesional de la política (como diría Max Weber), a lo que se suman los talentos propios de una formación académica de excelencia y su liderazgo en el sector privado (que muchos desconocen) y que sacrificó más de una vez por su vocación pública.

Voté contra del proceso constitucional del 2022. También hubo chilenos y chilenas que apoyaron a Pinochet en 1988. ¿Acaso aquello es una condena moral eterna respecto a su devenir político y de servicio público? Claro que no, y estoy segura que Claudio en perspectiva entendió ese contexto mejor que nadie. Hoy más que nunca necesitamos trabajar todos juntos por una mejor ciudad, sin contaminar el debate, poniendo a los ciudadanos al centro de la política pública y entendiendo que la historia de Chile se teje con oscilaciones que nos permiten aprender del otro y construir mayorías. Claudio Orrego Larraín es un testimonio de aquello y su triunfo el domingo pasado así lo demostró. (La Tercera)

Soledad Soledad