Las empresas son un gran aporte a la comunidad en que se insertan y estamos familiarizados con los beneficios derivados de una actividad empresarial vivida como una noble vocación: buenos productos y servicios; buen trabajo, digno, que vele por el desarrollo integral de las personas y el bienestar de sus familias; por último, riqueza material y espiritual, bien habida y bien distribuida.
Hay también otras dos dimensiones en las que el aporte de las empresas es fundamental y que en Chile no hemos desarrollado de modo adecuado. Me refiero al aporte en investigación, ciencia y tecnología, y al desarrollo de una cultura de la filantropía. Porque cuando las empresas invierten en investigación, ciencia y tecnología, crean un terreno fértil para su propio crecimiento futuro. Y si sumamos una cultura de filantropía, entonces están apostando al desarrollo integral del país.
En ambos casos –el de la investigación y el de la filantropía– la normativa tributaria tiene aspectos que no facilitan que las empresas puedan participar más activamente. La normativa no lo promueve, porque no está alineada con los tiempos y necesidades del país.
Por diversas razones, el esfuerzo en investigación y tecnología hoy lo lideran las universidades y/o el Estado. El aporte de las empresas a la creación de conocimiento podría ser mayor y el financiamiento de la investigación está disperso: desde 1990 se crearon 66 programas y fondos en 13 ministerios distintos, cada uno con su propia orientación. Esto es insuficiente para sostener el crecimiento que Chile necesita. De 2008 a la fecha, si bien el presupuesto central en C y T se duplicó pasando de US$ 520 MM a US$ 1.020 MM, representó sólo un 0,36% del PIB de 2017.
El año 2012, por ejemplo, la inversión en ciencia y tecnología en Chile fue de US$ 54 per cápita, mientras que en Argentina fue de US$ 86 y en Brasil de US$141. Finlandia, Japón, Alemania y EE.UU. están todos sobre los US$1.200 per cápita y países de desarrollo intermedio como Polonia, España y Portugal parten en los US$ 390.
Este par de pinceladas muestra que el desafío no se aborda con aumentos graduales de inversión pública, sino que también con un cambio de paradigma cultural en nuestras empresas –el que, por supuesto, debe ser permitido, incentivado y promovido por el Estado–, que apuesta por el conocimiento generado en el país, que no tiene nada que envidiar al creado en países desarrollados, con investigadores de primer nivel y universidades que han subido en los ránkings internacionales.
La cultura de la filantropía, por otro lado, es central, porque la experiencia de 70 años en USEC nos ha enseñado que el compromiso de las empresas proviene de un genuino interés por colaborar en aquello que nos es común a todos.
En la actualidad, la filantropía en Chile representa un 0,12% del PIB, mientras que en Estados Unidos alcanza al 2%. Las más diversas iniciativas sociales buscan apoyo en las empresas mediante formas de financiamiento y colaboración que son legítimas y que debemos incentivar, porque la filantropía permite agregar miradas e involucrar a más personas en la construcción del bien común, aportando sus talentos y creatividad.
¿Por qué a las empresas les debe importar aportar a la investigación en ciencia y tecnología y crear esta cultura de la filantropía? Porque ninguna empresa va a lograr su propósito de modo aislado ni tampoco puede generar ella sola las condiciones necesarias para tener éxito. Como dijo el filántropo y empresario Stephan Schmidheny, “no hay empresas exitosas en sociedades fracasadas”. (El Líbero)
María Cristina Marcet M., directora ejecutiva de Unión Social de Empresarios, Ejecutivos y Emprendedores Cristianos