La forma y el contenido del miniajuste de gabinete confirman que la Presidenta de la República es la principal enemiga de su propio gobierno, porque lo que ocurrió ayer refrenda su voluntad de perseverar en un rumbo marcado por la confusión y la improvisación. La Mandataria optó por mantener un equipo político inepto y no se atrevió a proponer la postergación de las elecciones municipales, la única medida que -aunque costosa en términos de imagen- podría rescatar la legitimidad de los comicios y hacer justicia con los 463 mil votantes que en la práctica han sido descalificados para sufragar este domingo.
Al remover de su cargo a Javiera Blanco, Michelle Bachelet reconoció lo inevitable. La ministra de Justicia se había hecho indefendible al sufrir en apenas unos meses tres escándalos de proporciones en el Sename, Gendarmería y el Registro Civil. Los alejamientos de Máximo Pacheco y Víctor Osorio, en cambio, obedecen a la voluntad de ellos mismos por perseguir objetivos propios. Todo indica que el anuncio de la salida de estos dos últimos se iba a producir después del domingo y sólo fue adelantado debido a las circunstancias especiales del momento.
Con su decisión de no tocar al equipo político, Bachelet ha perdido la que probablemente fue la última posibilidad de su mandato para alterar el camino errático que ha seguido en estos dos años y medio en el cargo. La Presidenta ha notificado que no quiere transar y que para ella nada ha pasado que amerite un golpe de timón. Poco importan el listado de torpezas que acumula la administración de la Nueva Mayoría y la escasa capacidad de gestión política que muestra el equipo encabezado por Mario Fernández.
Hay que ser conscientes de que la debilidad del gabinete no es la causa principal de los problemas del gobierno, sino más bien la consecuencia de las limitaciones y obsesiones de quien ha escogido al elenco ministerial y le ha fijado prioridades y objetivos. Nuestro ordenamiento político descansa en buena medida en la capacidad y el liderazgo que despliegue quien ocupa la Presidencia de la República. En este sentido, el segundo mandato de Michelle Bachelet ha sido decepcionante, porque ella no consigue guiar con acierto ni claridad. Al revés, ejerce sus atribuciones de una manera ideologizada que no reconoce la realidad en los hechos. Con ello genera incertidumbre y conduce al país por una senda descendente.
A estas alturas, cuando le quedan 18 meses, lo único que cabe esperar de esta administración es que no siga haciendo daño. Difícil, porque a La Moneda le resulta natural meterse autogoles. Pareciera que la única ley que este gobierno está en condiciones de hacer cumplir es la de Murphy: todo lo que puede salir mal, le sale mal. Eso sí, hay un mérito que reconocerle a la Presidenta por haber patentado ella misma la frase que mejor define su gestión: “Cada día puede ser peor”. (La Tercera)
Juan Ignacio Brito