Entre dispersión y reconfiguración

Entre dispersión y reconfiguración

Compartir

Lo primero que aparece es un mosaico de agrupaciones públicas que por costumbre llamamos políticas, pero que escasamente responden a la noción que fue propia al Chile de los siglos XIX y XX. La pregunta que se impone es si se trata de una disolución de las agrupaciones relacionadas con los partidos políticos, o de un reordenamiento electoral como los que hubo al comienzo de los 1930, en 1965 o en las decisivas elecciones de diciembre de 1989. Y un sarcasmo: el triunfo póstumo de Pinochet en sus vituperios a “los señores políticos”. Nadie sabe para quién trabaja.

Estas elecciones del 2021 vienen a ser otra divisoria de aguas, de dispersión paralizante o nueva configuración. El tiempo lo dirá. La derecha, en parte culpable por su orfandad política y en parte inocente, vuelve a representar al mismo caudal electoral de 1973, poco menos de un cuarto. Para ella este último domingo puede haber sido un nuevo 1965, cuando casi desaparece del mapa político; o un simple traspié, del cual podría salir adelante solo gracias al desconcierto de aquellos que perdieron y que eran los portavoces en los 1990 y 2000. También no está de más recordar que algunos no obtuvieron nada al haberse sumado a Pamela Jiles al saquear ahorros que pertenecían a cada chileno para su jubilación. La derecha debe salir a buscar votos en otros “territorios”, donde tiene posibilidades a condición de no atrincherarse en un optimismo tan poco práctico que se transmuta en depresión el día después. Tiene una posibilidad de volver a instalarse como un polo si no la asfixian por medio de una Constitución nueva en clave chavista; y que se prepare para un trabajo arduo.

La izquierda de la antigua Concertación, ahora abandonada por los comunistas que la usaron y abusaron, retrocedió más atrás que la misma derecha, atenazada por el mismo embarazo de gran parte del socialismo democrático europeo y americano, que le cuesta no solo explicar, sino que estar seguro de la tradición positiva que representa. Había sido mucho más fuerte que la derecha, pero sin una base de identidad social como aquella —que no la constituyen solo las llamadas élites— ni una emoción sobrecogedora. En cambio, junto a la síntesis liberal-conservadora, en general la derecha moderna ha estado en la vanguardia de la democracia, al menos de aquellas que aúnan Estado de Derecho y desarrollo económico y social.

Está claro, triunfó el Partido Comunista en asociación con la izquierda antipolítica surgida el 2011 y que con el estallido había quedado algo desconcertada. Tienen menos votos que la derecha, pero en estos momentos más dinamismo. Unos mantienen el paradigma de los sistemas marxistas y los otros acarician una concepción política de toques anarquistas y hedonistas, ofreciendo pastillitas mágicas que con gran seguridad arruinarán la mejoría posible del país. Y después vienen los independientes, en número los claros vencedores, inconfundiblemente antisistema casi todos, por darles un nombre. Se verá si se evaporan como en tantas partes, o renuevan la política.

El proceso no finalizó este domingo; quedan un camino hasta diciembre y hasta un año más, con el plebiscito de aprobación de la nueva Carta. No hay que hacerse ilusiones, esa trayectoria será acompañada por el intento reiterado de practicar la “democracia de la calle”, ya sea política, mafiosa o carnavalesca/violenta, en continuidad con eso de abrazar todo lo que sea ruptura con un orden anterior, especie de entidad metafísica antes que problemas a descifrar. El mundo marcha para otro lado, pero ello jamás ha importado demasiado en América Latina. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

Dejar una respuesta