Entrevista póstuma a Francisco Rosende

Entrevista póstuma a Francisco Rosende

Compartir

En el Club Manquehue, donde todos lo conocían -desde el portero hasta el señor del casino- porque ahí jugaba tenis cuando su horario en la UC se lo permitía, transcurrió esta conversación a fines de mayo pasado. Francisco Rosende ya llevaba varios meses luchando contra su enfermedad, pero seguía lleno de ideas, de proyectos, de convicción.

¿Cuál es la principal enseñanza que ha buscado entregarle a sus alumnos en el estudio de la economía?

Lo que enfatizo normalmente en mis clases es la existencia de problemas reales que requieren que ellos se hagan cargo. Hago sistemáticamente un contrapunto entre los problemas reales y lo que los economistas hacen para intentar comprenderlos y las respuestas de políticas adecuadas a ello. Y en ese sentido, naturalmente, uno no se queda con “la respuesta”, pero les plantea alternativas y  espera que piensen. Ese contrapunto entre el mundo real y la vida académica lo he considerado siempre muy relevante.

¿Y más allá de lo estrictamente académico?

Nunca he tenido un plan explícito, pero sí he buscado transmitirles cariño por la profesión que están ejerciendo, cosa que he logrado porque tengo muchos alumnos que se han dedicado a la economía en distintos gobiernos, varios han sido ministros y si bien no lo considero mérito mío porque han tenido muchos profesores en la carrera, yo creo que alguna gotita de eso puede haber quedado.

¿Se considera un economista de la U. de Chile porque estudió ahí, o de la U. Católica porque es en ese lugar donde ha desarrollado su vida profesional?

Yo estudié en la Chile, lo pasé muy bien y tengo grandes recuerdos de ello. Profesionalmente hoy día soy un economista de la Católica porque estoy trabajando ahí, así que esa dicotomía la llevo conmigo.

¿Pero eso habla de un corazón partido, o de uno que se inclina más para un lado en términos de sentido de pertenencia?

Yo hoy día profesionalmente me siento absolutamente identificado con lo que hago en la U. Católica. Imagínese, estuve 18 años de decano, no fue solamente ser profesor. Pero no desconozco, ni desprecio, todo lo contrario, guardo con gran cariño mi paso por la Universidad de Chile. Ahora, curiosamente, a lo que más se hace referencia -en broma- en mi vida universitaria es a ser un chicago a la antigua si se quiere. Eso pareciera ser más fuerte que lo de la Chile o la Católica, porque las generaciones nuevas no es que tengan una perspectiva tan distinta, pero a veces tienen métodos distintos y ahí tenemos nuestros contrapuntos.

En ese sentido, ¿qué ha representado la U. Católica para usted?

Ha sido mi casa durante los últimos casi 30 años. Es un lugar donde me he desarrollado plenamente. Ahora, ser decano nunca lo esperé, jamás me imaginé. Después de estar 10 años en el Banco Central, con una vida muy intensa, donde fui gerente, pensé que iba a llegar a la Católica a dedicarme plenamente a mis libros y a las clases, y de pronto resulta que aparezco nombrado decano. Ni siquiera sabía lo que hacía el decano. Bueno, eso fue otra vida y ahí conocí cada detalle de la facultad, de la universidad, y me encariñé con cada una de esas cosas.

¿Y qué fue su paso por la Universidad de Chicago?

Fue una experiencia notable en términos del aprendizaje, de la vida que llevé ahí que fue muy dura, y muy relevante en lo profesional.

¿Le determinó la forma de pensar su experiencia ahí?

No, para nada. Contrariamente a lo que muchas personas creen, de que a uno le lavaban el cerebro en Chicago, la verdad es que había profesores con miradas bien distintas de la economía, e incluso de un curso a otro cambiaba el enfoque. Pero lo que sí había era un respeto por el rigor y un respeto muy profundo por los datos. Uno no podía ponerse a especular desde el yo creo, sino que ir a ver la evidencia, ver qué surge de ahí, y eso es muy formativo. Además fue esencial la disciplina de trabajo que es durísima, pero probablemente es lo mismo que diría una persona que estudió en alguna otra universidad tan importante como Chicago. También se aprende mucho de los compañeros, en el sentido de que la discusión de las tareas, de los trabajos, era fantástica. Si ponemos en la balanza dónde aprendí más, yo creo que fue en esas discusiones con el grupo de estudio.

Considerando su tránsito por todos estos lugares, ¿quiénes son los economistas que más lo marcaron, de los que más aprendió?

En mi paso por Chicago evidentemente la influencia de Arnold Harberger fue muy importante, no obstante que yo no me dediqué a los temas de él, que eran más de finanzas públicas. Pero fui ayudante de investigación y ahí pude observar, directamente, este respeto que hablábamos por el dato, este respeto por ser cuidadoso entre lo que uno está afirmando y la evidencia que tiene para afirmarlo, cómo uno tiene que ir armando una hipótesis de forma tal de que funcione. Eso fue notable, en un ser humano notable como es Alito Harberger. Y en Chile también he aprendido de mucha gente. En mi paso por el Banco Central el equipo con que me tocó trabajar fue muy formativo. De todos los que fueron mis jefes, de Sergio de la Cuadra a Juan Andrés Fontaine; Hernán Büchi más tarde. Cada uno de ellos me dejó una enseñanza que por supuesto después la apliqué en la profesión.

Usted es uno de los economistas más reconocidos de la centroderecha en Chile. ¿Cuál diría que ha sido su aporte a la discusión de los temas públicos en el país?

No sé si he aportado algo. Una voz disidente normalmente. Cuando me dicen que soy el último monetarista, digo mi aporte entonces ha sido ser distinto. He intentado hacer planteamientos serios, con la mejor evidencia que he tenido. Ahora, si han sido un aporte o no, no lo puedo juzgar yo.

La Tercera

Dejar una respuesta