¿Es difícil el cambio social?

¿Es difícil el cambio social?

Compartir

¿Por qué es tan difícil el cambio social? La pregunta, transitando generosamente a la primera persona del plural para hablar de nuestro país, se la hace el Informe Sobre Desarrollo Humano en Chile 2024 que el PNUD acaba de presentar con el título ¿Por qué nos cuesta cambiar?

Es posible que la respuesta a la interrogante dependa de la magnitud de los cambios buscados. Al marxismo, que perseguía el cambio total, esto es la revolución, Lenin le ofreció una solución en una obra que escribió entre agosto y septiembre de 1917 -en las vísperas mismas de la “Revolución de Octubre”- y que tituló “El Estado y la Revolución”. ¿Cuál era el camino para el cambio, según Lenin y todos quienes se han propuesto hacer una revolución desde entonces? En palabras simples, que quien quiera cambiarlo todo de una vez y para siempre tiene que darle el manotazo al Estado, hacerse de él sin consideración ni de las opiniones ni de las necesidades de los demás y hacerlo de la única manera posible: por la fuerza. Es decir, la violencia como “partera de la historia”. Pero en la misma idea está la debilidad de esa proposición, aquella que la historia ha mostrado como la causa del fracaso de esas revoluciones: la violencia obliga a mantener su uso para perpetuarse en el poder y la revolución no trae ni más justicia ni más bienestar. Sólo trae dictadura. Y ninguna dictadura es eterna.

El único cambio que permite la continuidad del orden democrático simultáneamente con la estabilidad del propio cambio es el cambio gradual y con la participación de todos. Ese es el cambio posible. Todas las grandes desgracias de la historia contemporánea se han originado en dictaduras y esas dictaduras se han originado, a su vez, en la intención, retórica al menos, de un cambio profundo. El progreso no es un huracán destructivo sino un viento refrescante y permanente que alimenta un cambio constante, aunque paulatino y en la medida de lo posible.

El Informe del PNUD, con mucha buena voluntad, ofrece consejos para promover ese cambio en Chile. Identifica primero a los culpables de impedirlo o a quienes la ciudadanía identifica como los “villanos” que se oponen al cambio. Son dos: los liderazgos políticos y el gran empresariado; ellos son, dice el PNUD, aquellos a quienes la ciudadanía identifica como la élite. ¿Cuál es la solución?: “…un acuerdo pragmático entre quienes ostentan el poder en torno a los desafíos que debe enfrentar la sociedad chilena. Ese acuerdo debiese limitar los efectos de la polarización, la fragmentación, los ciclos de ajustes de cuentas y las lógicas obstruccionistas. Vinculado a lo anterior, el debate público debe abandonar la lógica de trincheras y adoptar prácticas discursivas que permitan la convergencia de ideas…”.

Desde luego nadie podría oponerse a esa proposición. Es la síntesis de la práctica de la democracia. Sólo que quizás queda un problema pendiente para alcanzar esa solución ideal: saber antes cómo es que llegamos a la situación actual en la que esas condiciones ideales no sólo brillan por su ausencia, sino que son reemplazadas por sus opuestos.

Y no hay que tener un juicio demasiado eminente para llegar a la conclusión de que hemos llegado a ella como efecto de la polarización política a la que nos arrastró la supresión de la práctica del diálogo y los acuerdos de los primeros gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia. Una práctica muy parecida, la de esos primeros años, a la descripción ideal que nos hace el PNUD. Y esa práctica desapareció cuando la Concertación dejó de ser tal para convertirse en “Nueva Mayoría” y se buscó imprimir más prisa y más profundidad que la que el país estaba en condiciones de aceptar, a los cambios que entonces, como ahora, se necesitaban.

Es esa polarización la que impide los “acuerdos en torno a los desafíos que debe enfrentar la sociedad chilena”; es ella la que provoca “ciclos de ajustes de cuentas”, “lógicas obstruccionistas” y “de trincheras” e impide la “convergencia de ideas”. La única manera democrática de salir de esa polarización de una manera estable y que propicie la “convergencia de ideas” y “acuerdos” es utilizando los instrumentos de la democracia. Y la herramienta fundamental de la democracia son las elecciones.

En octubre próximo concurriremos a las urnas para elegir autoridades comunales y regionales. Casi todos los análisis definen a esas elecciones como una suerte de preludio de las elecciones presidencial y parlamentaria del próximo año. Pueden serlo. Sin embargo, también podrían ser una prolongación de la situación de polarización que ahora vivimos y, si así ocurriese, esa condición se prolongaría hacia esas próximas elecciones y hacia un futuro que parecería no tener fin.

La única situación que podría impedir esa prolongación de la polarización política que nos afecta como una enfermedad, es que en las elecciones de octubre se demuestre la existencia de una tercera fuerza, intermedia entre los polos en que hoy está dividida la política en nuestro país. Esa tercera fuerza, situada entre los extremos, ha existido tradicionalmente en la política de nuestro país, pero ha sido la primera víctima de la polarización, dejando huérfano de representación a un electorado que sí responde a esa posición política. Se trata de un electorado que busca moderación respecto de los cambios y entiende que los acuerdos son una vía para lograrlos.

Esa representación política la buscó, sin éxito, el Partido de la Gente, que sucumbió al mesianismo de su creador. Hoy sólo dos partidos, que en octubre debutarán en lides electorales, se reclaman de esa posición con un mensaje claro: el del reformismo democrático. Son Amarillos y Demócratas, que esta vez concurren a la elección aliados en un pacto.

Entre quienes militan en esos partidos se encuentran probablemente quienes más se destacaron enfrentando el proyecto constitucional refundacional que fue derrotado en septiembre de 2022. El movimiento que iniciaron, particularmente Amarillos, llegó a tener más de setenta mil adherentes. Sin embargo, la adhesión que han logrado como partidos parece ser mucho menor, probablemente como efecto de la desconfianza en la política y los partidos políticos que se ha terminado por extender en nuestra sociedad. Les corresponde a ellos, en consecuencia, mostrarle al país que representan la continuidad de ese esfuerzo. Que ahora, como partidos, son la fuerza política que puede llevar a la práctica los ideales de sensatez, gradualismo y equilibrio político que encarnaron en esa oportunidad.

Sin duda un gran desafío pues, si tienen éxito, no sólo van a lograr demostrar que tienen la entidad que se necesita para seguir siendo protagonistas de la vida política de nuestro país, sino que van a contribuir a demostrar también que el cambio social no es tan difícil de lograr si se hace en democracia y usando las herramientas de la democracia. (El Líbero)

Álvaro Briones