No es sólo por eso que se dice que Chile se ha vuelto un incordio. El país está peleador, exigente e imprevisible. También voluble. La misma ciudadanía que eligió a este gobierno lo tiene hoy por las cuerdas, Pasó el tiempo en que a los políticos se les firmaban cheques en blanco. La última que los obtuvo fue la Presidenta Bachelet. Pero la gente dio orden de no pago cuando ella quiso cobrarlos. Por eso está como está: colgando de un 15% de aprobación y condenada por una evaluación pública que sitúa al suyo como el peor de los gobiernos desde el retorno de la democracia.
¿Es verdad que Chile se volvió ingobernable? ¿Es verdad que el realismo de las restricciones económicas y el maximalismo de las demandas de la calle metieron al país en un zapato chino que está demoliendo los liderazgos, erosionando las confianzas y pulverizando la legitimidad y el prestigio de las instituciones? ¿Es tan terrible el escenario y el futuro como lo pintan? ¿Queda alguna salida?
Contrariando la percepción mayoritaria, los candidatos que están pensando en lanzarse a la arena presidencial del próximo año -y que creen tener posibilidad de ganar, claro- creen que sí, que se puede salir del túnel. Piensan que si bien las tareas de gobierno se han complicado, porque vaya que cuesta satisfacer demandas encontradas de grupos de intereses cada vez más diversos y segmentados, no por eso se han vuelto imposibles. Sobre todo ahora, cuando el escenario político, confiscado años atrás por la emoción rampante y el utopismo refundacional, pareciera venir de vuelta a los terrenos del realismo y la racionalidad.
¿Cómo Chile va a poder retomar sus equilibrios y recuperar sus perspectivas de futuro? Pueden ensayarse muchas respuestas a esta pregunta. Como quiera que sea, lo tendrá que hacer con cuidado y de a poco. Así se hicieron las catedrales y así se construye casi todo lo que vale la pena en los países: con cuidado y de a poco. Quien sea que llegue al gobierno, tendrá que trabajar, además, con la verdad. Llevamos demasiado tiempo diciendo una cosa por otra, prometiendo a tontas y a locas lo imposible y acatando sin mayor análisis hasta las más delirantes demandas de la calle, de suerte que un repliegue a la moderación, a la franqueza y al sentido común, tanto de parte de los líderes como de la gente, podría tener un efecto reparador sobre la confianza pública que actualmente no somos capaces de imaginar y aun menos de dimensionar.
No hay ninguna novedad al decir que gobernar se ha vuelto más problemático ahora que antes. El fenómeno no sólo es chileno, sino mundial. Por efecto del protagonismo de los sectores medios, de ciudadanos mucho más educados, orgullosos y sensibles a la opacidad o al abuso, por efecto también de las redes sociales, las autoridades están mucho más expuestas al escrutinio y entredicho ciudadano. Sin embargo, esto no significa que la gente esté cegada o se haya vuelto irracional. Si es por llevar las cosas al extremo, al final en Chile sigue haciendo sentido el realismo político crudo del Presidente Ibáñez: el que toca camioneta no toca ministerio. Sólo que hoy los chilenos entendemos mejor los problemas y, cuando se disipa el polvo asociado a los escándalos y crispaciones, la gente suele identificar bastante bien si le pasan gato por liebre.
Hacer un gobierno que interprete a la mayoría del país obviamente que es posible. Lo es, de partida, porque Chile es un país viable. Lo fue en los últimos 30 años y no hay razones para pensar que haya dejado de serlo. La misma ciudadanía que se sobregiró el 2011, a partir de una desafortunada conjunción de errores, escándalos, abusos, cuentas pendientes y recriminaciones tardías, es la que ahora, por ejemplo, pone en la última encuesta CEP el desarrollo económico entre las grandes prioridades nacionales. Esto no significa que esté dispuesta a tolerar los desequilibrios que generaron el malestar. En eso, el país no claudica y tendrán que corregirse. Pero todos los sondeos indican que la gente no está disponible para tirar por la borda lo que ha logrado hasta la fecha.
Puesto que el proceso de incubación y estallido de los conflictos es muy rápido en la actualidad, en lo que sí ha subido el estándar es en la capacidad que tengan los gobiernos para detectarlos a tiempos. Todo indica que los viejos radares sirven poco. Un episodio como el que vivió el gobierno anterior con Magallanes o como el que está viviendo éste con las pensiones son la mejor prueba de que en este ámbito las cosas pueden ser muy líquidas y salirse de control con facilidad. Ni ese episodio ni esta crisis estaban en el libreto de las autoridades. En el caso de Magallanes, se reaccionó tarde, y ahora, el gran problema es que el margen de acción es estrecho, porque el fantasma de las pensiones irrumpió cuando el gobierno ya se había gastado, en apuestas discutibles, no sólo la plata que tenía, sino además parte de lo que podamos llegar a tener.
Gobernar ahora entraña una correlación distinta entre lo que se puede programar y lo que salta de súbito. Hay que saber leer la partitura. Pero también hay que saber improvisar. (La Tercera)
Héctor Soto