El 4 de septiembre del año pasado, domingo de plebiscito, recordé, desde esta misma columna, el poema de W.B. Yeats “Easter, 1916”, que en una de sus estrofas señala “Todo ha cambiado, cambió totalmente; una belleza terrible ha nacido”. Y me atreví a decir que ese día era un día “terrible”, en el bíblico sentido de “grandioso” que Yeats dio al momento al que él cantó en su poema, porque independientemente de cuál de las dos opciones que se plebiscitaban ese día obtuvieran la mayoría, nada volvería a ser igual.
Parte de mi atrevimiento consistió en pronosticar que, ya verificado el plebiscito, habría de aplacarse la acritud entre chilenos a la que llevó ese acto y que también habría de desaparecer el alud de falsedades y tonteras que ese momento había provocado. Y, puesto que creía que la opción “rechazo” iba a imponerse, también predije que en un plazo breve una nueva Constitución comenzaría a elaborarse. Agregué que al Presidente Boric ya no le quedaría espacio para seguir manteniendo la equidistancia entre las dos coaliciones que sostenían su gobierno y debería decantarse por una de ellas y, finalmente, señalé que el mayor cambio iba a ser aquel que afectaría al sistema de partidos, pues nadie podía ignorar que buena parte de los partidos que en ese momento existían no se sentían cómodos con la existencia de tendencias incluso contrapuestas que existían en su interior.
Como suele ocurrir cuando alguien tiene la audacia de hacer predicciones, algunas de las mías no resultaron ciertas, como aquella que anunciaba el fin de la acritud y las mentiras. Por el contrario, creo que estas no sólo no remitieron, sino que se incrementaron desde el día siguiente de ese plebiscito. Mala suerte para las chilenas y chilenos porque, cuando la verdad retrocede socialmente, con ella también retrocede la democracia. Y creo que acerté sólo a medias con la actitud del Presidente Boric, que si bien a poco andar luego de su derrota en el plebiscito comenzó a entregar todos los cargos de importancia política a militantes del Socialismo Democrático (actualmente es ese Socialismo Democrático el que mantiene en pie, precariamente, al gobierno), se ha encargado luego de boicotearlos con opiniones (“una parte de mí quiere terminar con el capitalismo”, ¿recuerdan?), malas decisiones orientadas por su sesgo ideológico (indultar a delincuentes con extensos prontuarios y condenados por nuevos delitos cometidos durante el “estallido social”, sólo porque se declaraban enemigos del “sistema”) y malas decisiones políticas (como mantener innecesariamente en su puesto al ministro Montes con todo el daño que ello le causa a su propio gobierno). Y si no es el Presidente el que boicotea a sus ministros son los parlamentarios de los partidos que lo apoyan quienes lo hacen con el mismo entusiasmo, como acaba de ocurrir con el rechazo que éstos plantearon al adelanto de la definición del índice de Costos de la Salud que permitiría el alza de los precios base de las isapres en abril próximo.
Me parece, sin embargo, que no estuve tan errado en mis otras predicciones. Hoy día, a poco más de un año de ese momento, concurrimos otra vez a las urnas para plebiscitar un nuevo proyecto de Constitución que, de ser aprobado, nos dará un marco jurídico estable y, sobre todo, acorde con la realidad social y política que hemos alcanzado al comenzar la tercera etapa de este siglo. Y creo que tampoco me equivoqué al pronosticar el que creía y creo es el cambio más importante que comenzamos a experimentar desde ese momento: las modificaciones en el sistema de partidos.
La política comenzó a sincerarse después del plebiscito de hace un año. Los partidos de derecha, sus militantes y electores, se han hecho cargo de que el peso de las diferencias entre un sector netamente conservador y otro dispuesto a admitir y aún a impulsar cambios necesarios era insoportable. La elección de consejeros constitucionales aclaró las cosas y la derecha conservadora hizo de Republicanos su partido, en tanto que los partidos que se reputaban de derecha al salir de la dictadura hoy deben aceptarse como centroderecha. Por otra parte, ese importante electorado que en Chile se ha situado tradicionalmente entre los utópicos y fantasiosos proyectos de la izquierda y la esterilidad conservadora de la derecha, han comenzado a encontrar sus propios partidos en Amarillos y Demócratas, el año pasado inexistentes.
Menos sinceramiento ha habido en la izquierda democrática, que hasta ahora no ha experimentado cambios importantes que consignar. Una situación que quizás se explique en parte por la circunstancia de integrar el gobierno, con todas las ventajas materiales que esto conlleva y de las cuales no siempre es fácil desprenderse. Un sector, el Partido Socialista, parece más dispuesto a acompañar al gobierno hasta el fin de sus días y posiblemente lo haga porque la mayoría de sus militantes tienden a sufrir más intensamente el complejo de ser acusados de “no izquierdistas” por el PC y el Frente Amplio. El resto de los partidos del Socialismo Democrático y la Democracia Cristiana, en cambio, podría ser menos susceptibles a esos complejos y no resultaría raro que tomaran decisiones políticas importantes en el futuro próximo migrando como un todo, o muchos de sus militantes y seguidores, hacia una posición de centralidad política.
¿Modificará esas tendencias el resultado del plebiscito de hoy? Creo que no. La más que probable victoria del “A favor” será el estímulo necesario para que, a diestra y siniestra, los partidos apuren el proceso de sinceramiento que vienen experimentando desde el año pasado. Una eventual victoria del “En contra”, por su parte, quizás asuste a los partidos de centroderecha y que por ello busquen por un tiempo lo imposible: la unidad de la derecha. En el mismo trance los partidos del Socialismo Democrático tal vez lleguen a alentar la idea de que el costo de acompañar al gobierno hasta el final se compensará con una candidatura de sus filas apoyada por el PC y el Frente Amplio. Ambos chocarán a poco andar con la realidad: ni la unidad de la derecha es posible ni la izquierda extrema apoyará a quienes debe destruir para sobrevivir.
Y lo más importante: gane o pierda en este plebiscito, el Gobierno seguirá en el rumbo ambiguo y oscilante que le ha impuesto el Presidente, a despecho de las buenas intenciones de algunos de sus ministros. Con ello no dejará poco espacio para la aprobación de leyes necesarias y menos para las reformas con las que quería dar una significación especial a su mandato. De ese modo el gobierno del Presidente Boric se terminará de condenar a la esterilidad y a pasar a la historia sin dejar legado alguno. Con ello, a las chilenas y chilenos sólo nos quedará esperar las próximas elecciones para buscar fórmulas que nos permitan prosperar como país.
Sin importar mucho lo que ocurra hoy, creo que la belleza terrible de los cambios terminará por imponerse. (El Líbero)
Álvaro Briones