En una de las tantas dificultades que tiene que atravesar Odiseo para volver a Ítaca debe pasar por un estrecho de agua con un monstruo peligroso a cada lado. En un extremo, Escila, que tiene 12 pies de estatura, con seis cuellos dispuestos a pescar, al mismo tiempo, a presas distintas. Si se quisiera evitar al séxtuple homicida, habría que pasar por Caribdis, un demonio capaz de echar aguas a tal punto que hacía hundirse a la mejor embarcación. El dilema de Odiseo recuerda al que tienen los gobiernos hoy ante la pandemia del coronavirus. Por un lado, la amenaza de un virus de fácil difusión entre la población, y por el otro, una crisis económica producto de ciudades enteras que se paralizan por la cuarentena que han impuesto los gobiernos.
Para Chile, la situación es más compleja que en Europa. Nuestro país no es una economía del conocimiento como varios países desarrollados que pueden mandar a muchos trabajadores a producir en sus domicilios. A manera de ejemplo, según la última encuesta de ocupación del INE, solo el 6% de los trabajadores se dedica a actividades profesionales o trabaja en el sector financiero, actividades más posibles para hacer trabajo a distancia. A manera de comparación, el comercio emplea al 19% de la masa laboral. Esos números llevan a pensar que una cuarentena masiva, como piden muchos en redes sociales, implicaría niveles de cesantía como los que no conoce la generación actual de trabajadores, con los consiguientes riesgos en la vida diaria y en la propia democracia.
Por otro lado, aunque Chile posee un sistema de salud destacado a nivel latinoamericano, que le ha permitido tener una baja cantidad de fallecidos, como destaca la BBC en una nota, la desigualdad territorial que tiene el país también se refleja en esta situación. El peligro más notorio es La Araucanía, con una cantidad de fallecidos desproporcionada en relación al resto del país y con serio riesgo de colapso hospitalario. Una política laxa para defender la actividad económica puede terminar con una expansión del coronavirus que, como tantas cosas en Chile, será más cara para los grupos más vulnerables. Temuco parece ser una metáfora de la desigualdad cruel que corroe al país. Una persona con poder económico y otra con poder político transmiten el virus de manera irresponsable y pagan por ello personas pobres que no pueden acceder a la red hospitalaria.
Hasta ahora, el gobierno chileno había navegado bien entre estos dos monstruos. El ministro de Salud, pese a sus manías de pelear siempre con alguien, había logrado acertar en sus decisiones. El Presidente, hasta el viernes en la tarde, había logrado contener su manía por la sobreexposición, dejando a cargo a las autoridades sanitarias, bien aconsejadas por un comité técnico y una mesa social donde, a diferencia de crisis anteriores, se conversaba más.
Pero las cosas pueden empeorar y obligar a tomar decisiones difíciles entre la crisis de salud y la situación económica. El ministro Mañalich ha vaticinado que el peak puede estar a fines de abril, con riesgos mucho más altos en ciudades del sur. Las largas filas en las oficinas para obtener el seguro de desempleo que muestran los matinales de televisión gatillan aún más pesimismo en las personas, como muestra la encuesta Criteria. En ese espacio, la nave deberá navegar entre los monstruos de la crisis de salud y el desempleo. Esperemos que al mando esté el ponderado y astuto Odiseo, en vez del exhibicionista Aquiles. (La Tercera)
Carlos Correa