Espejo español

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No son estos días muy edificantes. Por lo mismo es sano tomar distancia para mirar nuestras pasiones cotidianas con más perspectiva. La lectura de “España”, del periodista británico Michael Reid, nos permite este ejercicio.

Por siglos España ha fascinado al extranjero. Reid confiesa ser también víctima de esta atracción fatal, que brota de su aptitud para anteponer la belleza sobre la practicidad, el sentimiento sobre la acción, el honor sobre el éxito, el amor y la amistad sobre el trabajo.

Desde 1959, cuando Franco “puso la gestión económica del país en manos de un grupo de tecnócratas católicos del Opus Dei”, la economía española inicia un largo período de crecimiento, que se frenó hace ya quince años. Este fue uno de los pilares de su transición negociada a la democracia tras la muerte del caudillo, en 1975. El otro, subraya Reid, fue una ley de amnistía “y el consenso general para no utilizar el pasado como un arma política”.

La guerra civil había dividido a España. “En ambos bandos hubo héroes y villanos”, dice el autor. De perseguirlos, se habría reiniciado el mismo ciclo. Los españoles optaron por evitarlo, privilegiando la reconciliación sobre la justicia, la paz por sobre el rencor, la negociación sobre el resentimiento.

La transición la cierra simbólicamente el triunfo de Felipe González en 1982. Permanece en La Moncloa hasta 1996, lo que le permite conducir la entrada de España a Europa, así como su notable expansión económica. Desde finales de la era González, empero, pero más claramente bajo su sucesor de derechas, José María Aznar (1996-2004), y quien lo siguió, el socialista Rodríguez Zapatero (2004-2011), “la vieja actitud de consenso que había subyacido a la Transición comenzó a resquebrajarse”, indica Reid. Se dio inicio a la “crispación”, con la política retomando la rudeza pretransición.

El 15 de mayo de 2011 (15M) se produjo un hito clave. Millones de españoles salieron sorpresivamente a las calles y muchos decidieron permanecer acampados en la Puerta del Sol y en otras plazas de Barcelona, Valencia y Sevilla. Los “indignados”, como se les llamó, reclamaban mayor participación y transparencia frente a una casta que, a su juicio, venía manejando a su gusto las riendas del poder político y económico desde la muerte de Franco.

Un pequeño núcleo de intelectuales y activistas interpretó el 15M como un punto de ruptura que permitiría derogar el pacto de la Transición plasmado en la Constitución de 1978. Los indignados, dice Reid, “contribuyeron a cristalizar un descontento latente”, pero no aspiraban a llegar tan lejos. Su presión encontró finalmente salida por canales institucionalizados. Surgieron Podemos en la izquierda y Ciudadanos en la centroderecha, que sumados alcanzaron más de un tercio del voto en las elecciones de 2015. Fue una reconfiguración del mapa político español, hasta entonces anclado en el bipartidismo PSOE-PP. Pero tuvo un costo: la fragmentación política.

En los últimos diez años, España ha carecido de un gobierno estable de mayoría. Contrariamente a lo esperado, el sistema multipartidista no ha desterrado la crispación ni fomentado la cooperación. Se han creado dos grandes bloques multipartidistas enfrentados entre sí, lo que “ha dado pie a una dinámica política centrífuga en la que los socialistas compiten y, al mismo tiempo, colaboran con Podemos, y el PP hace lo propio con Vox, por lo que tanto a uno como a otro lado se teme que cualquier postura de conciliación entre bloques tenga un coste electoral”.

Erosión de los entendimientos de la Transición, irrupción del descontento social, emergencia de nuevos competidores desde la izquierda y la derecha más radicales, rápido desgaste de los proyectos refundacionales, recuperación de los conglomerados tradicionales, fragmentación que imposibilita acuerdos mínimos, fatiga y desconfianza ciudadana. De pronto parece que Chile se entiende mejor desde el espejo español. (El Mercurio)

Eugenio Tironi