Uno de los mitos de la propaganda del Apruebo es que, por primera vez, se consagraría en Chile un Estado social y democrático de derechos.
Es interesante esta afirmación, pero es falsa. Chile nunca ha dejado de tener un Estado gigantesco y lleno de beneficios sociales. Ya no tiene empresas hoteleras como la Honsa ni azucareras como la Iansa, pero todavía tiene más de 30 empresas, desde bancos hasta astilleros, pasando por canales de TV, loterías, correos, minas de cobre y ferrocarriles.
Pero eso no es nada. El Estado regala viviendas, computadores, subsidios, alimentos, remedios, etc… Uno de cada siete chilenos es empleado público; el 80% de los chilenos se atiende en la salud estatal; el 92% va a colegios estatales o subvencionados; otro tanto estudia gratis en universidades y CFT estatales. No existe área de nuestra vida donde el Estado no tenga un rol protagónico y —salvo honrosas excepciones— donde preste un mal servicio.
Chile con O’Higgins partió con tres ministerios, Allende con la Constitución del 25 terminó con 15. Y ahora bajo el supuesto “neoliberalismo” vamos en 23 (sin contar el “Gabinete de Irina”). El presupuesto de gasto del Estado de Chile supera al PIB de más de 10 países de Latinoamérica y casi duplica al de Venezuela.
El gasto social se ha multiplicado por 10 en los últimos 30 años. En salud, el gasto como porcentaje del PIB ha crecido mucho más que en América Latina. El Estado ha aumentado su participación en el gasto en salud hasta alcanzar un 50% en el 2019. Sin embargo, por ineficiencias, en Fonasa los beneficiarios deben esperar 2 años o más para obtener consultas de especialidad. Las listas de espera de Fonasa incluyen muchas atenciones GES, que son un derecho establecido en la ley. En cambio, en las isapres no existen las listas de espera GES. Nada de esto se arregla con la nueva Constitución. Probablemente, solo empeore si se “aprueba” que la salud pública tenga huelga indefinida y 9 millones de personas pierdan su derecho a elegir y se vean forzadas a migrar a la salud pública. Quién hubiera dicho que el sueño de Rojas Vade pudiera terminar haciendo realidad lo de “si la salud no es buena para todos que no sea buena para nadie”.
En educación otro tanto. El presupuesto fiscal de educación en Chile es más grande que todo el presupuesto del Estado del año 1990. Sin embargo, la educación pública es deficiente, no por falta de recursos, como demuestran los colegios bicentenario, sino por la politización y mala gestión de sus instituciones, como evidencian los liceos emblemáticos.
El crecimiento del tamaño y gasto fiscal ha sido feroz. El año 1996, los dueños de las empresas se llevaban el 90% de la utilidad y el Estado un 10% en impuestos; 26 años después, los dueños se llevan un 73% y el Estado se lleva un 27% de impuestos (y por eso Chile ya no crece ni lo hacen el empleo ni las remuneraciones). El socio Estado ha crecido en un 170% y los dueños han decrecido, pero lo único que hacen los apologistas del Estado es quejarse y reclamar que si tuviera más plata o más poder podría hacer bien la pega que ahora hace mal. Tal vez a esto se refería el Presidente Boric cuando reclamaba que estaba mal pelado el chancho.
La Constitución de Rojas Vade viene con 72 entes públicos y varios tendrán oficinas en las 346 comunas. Se crean 101 consejos de cuencas, 346 juzgados vecinales e idéntico número de centros de justicia vecinal. La mayor recaudación que busca esta enésima alza de impuestos irá a pagar sueldos de nuevos políticos y funcionarios. La sola “restitución” de tierras indígenas podría costar más de 20 mil millones de dólares (el doble que condonar el CAE). La verdad es que “Estado social de derechos” es un nombre lindo para una burocracia fea, que ahogará al sector privado y será campo fértil para corruptela política.
La Constitución vigente logró defender al país de la avidez de los políticos por depredar el Estado y repartir la riqueza que generan los que trabajan. No en vano la criticaron tanto los que viven del Estado. La verdad es que los partidarios del Apruebo sueñan con un “Estado de bienestar” —para ellos, claro está—, porque la señora Juanita seguirá esperando. (El Mercurio)
Gerardo Varela