¿Qué sucede en el momento de la muerte?
Nadie lo sabe con exactitud y, aunque los científicos tienen algunas respuestas, ese sigue siendo uno de los grandes misterios.
Tratar de resolverlo es un camino plagado de dificultades prácticas y éticas.
Sin embargo, un equipo de científicos de la Universidad de Charité de Berlín (Alemania) y la Universidad de Cincinnati (Ohio, EE.UU.), liderado por Jens Dreier, encontraron la manera para hacer un estudio pionero que proporcionara información fascinante sobre la neurobiología de la muerte.
Titularon la investigación “Despolarización de la difusión terminal y el silencio eléctrico en la muerte de la corteza cerebral humana”, y para llevarla a cabo obtuvieron el consentimiento de los parientes de varios pacientes con condiciones existentes que requerían monitoreo neural invasivo.
Todos ellos habían sufrido accidentes de tráfico terribles, accidentes cerebrovasculares y paros cardíacos, por lo que existía una orden de no resucitarlos.
Al trabajar con estos pacientes, los científicos descubrieron que los cerebros de los animales y los humanos perecen de una manera similar, sino también que hay un período notable en el que la restauración del funcionamiento del cerebro es, hipotéticamente, posible.
Y es que el objetivo final del estudio no era meramente observar los momentos finales de la vida de una persona, sino comprender cómo se podría salvar de la muerte en el último momento a otras en el futuro.
EN LOS ANIMALES
Gran parte de lo que se sabía de la muerte cerebral antes del trabajo de estos científicos, de era producto de experimentos con animales realizados en el siglo XX.
El proceso conocido es:
- El cerebro se ve privado de oxígeno cuando el sistema cardiovascular del cuerpo se detiene.
- Se produce una afección conocida como isquemia cerebral, en la que la falta de componentes químicos necesarios conduce a una “inactividad eléctrica completa” en el cerebro.
- Se cree que este llamado silenciamiento cerebral ocurre para que las neuronas hambrientas conserven su energía, pero es en vano, porque la muerte está por llegar.
- Todos los iones importantes se escapan de las células cerebrales, ya que los suministros de trifosfato de adenosina, el compuesto que almacena y transporta la energía por todo el cuerpo, se agotan.
- La recuperación tisular se vuelve imposible.
“La lesión masiva e irreversible de estas células se desarrolla en menos de 10 minutos cuando cesa por completo la circulación”, explican los autores en su artículo.
EN LOS HUMANOS
Pero el equipo deseaban tener más detalles sobre lo que ocurría en el caso específico de los humanos, algo que seguía plagado de enigmas.
Para ello, monitoreó la actividad neurológica de los cerebros de los pacientes que no debían ser resucitados usando una variedad de tiras de electrodos o matrices a medida que los acontecimientos avanzaban.
En primer lugar, en ocho de cada nueve de ellos, el equipo detectó el destello de las células cerebrales que intentaban detener lo inevitable.
Básicamente, las neuronas funcionan llenándose de iones cargados, creando desequilibrios eléctricos entre ellos y su entorno lo que les permite generar los pequeños choques que constituyen sus señales. Y mantener ese desequilibrio, escribieron los autores, es un esfuerzo constante.
Para alimentarlo, esas células beben del torrente sanguíneo, tragando oxígeno y energía química. Cuando el cuerpo muere y el flujo de sangre al cerebro se detiene, las neuronas privadas de oxígeno intentan acumular los recursos que les quedan, explican los investigadores.
Enviar señales de un lado a otro es un desperdicio de esos preciosos últimos sorbos de vida.
Por lo tanto, tanto como sea posible, las neuronas se callan, y en su lugar usan sus reservas de energía restantes para mantener sus cargas internas, esperando el retorno de un flujo sanguíneo que nunca llegará.
Como esto ocurre en todo el cerebro simultáneamente sin propagarse gradualmente, se denomina “depresión no dispersa”.
A esto le sigue una “despolarización de difusión” (SD), que se conoce coloquialmente como un “tsunami cerebral”.
Involucra una gran liberación de energía térmica pues el equilibrio electroquímico que mantiene las células vivas del cerebro colapsa, lo que lleva a su intoxicación y destrucción.
Todo ello observaron los científicos en los pacientes. Y a medida que sus niveles de oxígeno caían precipitadamente, la actividad eléctrica se les silenció en todo el cerebro.
Fue entonces cuando les llegó la muerte.
Pero, como el estudio reveló, puede que algún día no sea tan inevitable como lo es ahora.
“La despolarización expansiva marca el inicio de los cambios celulares tóxicos que eventualmente conducen a la muerte, pero no es un marcador de muerte per se, ya que la despolarización es reversible —hasta cierto punto— con la restauración del suministro de energía”, le dijo el autor principal, Jens Dreier, del Centro de Investigación de Accidentes Cerebrovasculares de la Universidad de Charité, al sitio web de ciencia IFLScience.
Los datos conseguidos con el estudio, publicado en la revista especializada Annals of Neurology, demarcan el punto en el que la resurrección celular sigue siendo posible.
Sin embargo, hay mucho más investigación por hacer antes de que esto se convierta en realidad.
Dreier señala que, como la muerte misma, esta faceta neurológica es un “fenómeno complejo” para la cual “no hay respuestas fáciles“. (BBC Mundo)