Hace algunos días, las empresas reunidas en la Confederación de la Producción y del Comercio (CMPC) signaron un documento que impulsa las buenas prácticas y la conducta ética en el sector productivo privado, sugiriendo que el mercado debe dar lo mejor de sí para entregar legitimidad y garantías al sistema de libre competencia y el derecho a la propiedad. Pero debemos ir más allá.
La ética no sólo es un concepto que se adopta, viene desde el origen de las empresas, fomentadas por sus liderazgos. Supone hacer lo correcto, teniendo como base el sentido del bien común. Eso como una base, pero tenemos que apuntar a hacer aún más de lo que la comunidad espera.
Pero un punto oscuro es que la gente ha perdido la confianza en el sector público, pero también en el privado, principalmente por los casos de colusión. Adam Smith decía que “rara vez las personas del mismo rubro de negocios se juntan, pero cuando lo hacen, la conversación concluye en una conspiración contra el público o en algún acuerdo para aumentar los precios”. Y concluye que justamente eso es lo que ha “acelerado el desarrollo de regímenes éticos formales”.
Esto último, y en línea contraria a lo que dice Smith, es el caso de la ADI (Asociación de Desarrollo Inmobiliario), donde se plantean los desafíos como gremio y donde la razón para reunirse no es monetaria, sino para definir qué es lo que se le va a entregar a la sociedad desde nuestro sector y cuáles son las políticas compartidas para dar beneficios a nuestros consumidores, al mismo tiempo que se fiscalice a quienes no cumplan las normas morales ni reglamentarias.
En el contexto de la ética, tenemos que entender que el mercado lo mueve la demanda y que esa demanda hoy es informada, empoderada y conectada, y que por lo tanto quiere más y mejores prácticas.
Y para ser una compañía verdaderamente exitosa desde el punto de vista de los principios, no basta incluir buenas prácticas en el ámbito social y ambiental, sino que también hay que apostar por acciones que impacten positivamente en la vida cotidiana de las personas, fomentando el desarrollo de una relación transparente con el público de interés a través de la entrega de productos de calidad, con precios competitivos y siempre siendo capaces de brindar una solución ante escenarios desfavorables.
Junto con ello, es fundamental promover valores como la transparencia, además de implementar principios de un buen gobierno corporativo. Todo esto en conjunto traerá beneficios que aportan a la rentabilidad responsable del negocio y nos permite observar que la libre competencia sí puede ir de la mano con el bienestar social como un todo, tanto para consumidores como para las empresas. (DF)
Jaime Iglesis