Resta un año y una semana para la primera vuelta de la elección presidencial de 2025 -en la que se elegirá al noveno gobernante de la nación desde la recuperación de la democracia. Muchas cosas pueden ocurrir en el intertanto, pero para los efectos de esa contienda electoral el tiempo disponible se va estrechando inexorablemente.
Sobre todo, si se tiene a la vista un acontecimiento inédito y llamativo: será la primera vez en nueve campañas presidenciales que a estas alturas del mandato el oficialismo no dispone de un candidato competitivo para enfrentar la disputa por la más alta magistratura. Ni siquiera se vislumbra todavía un nombre oficialista que con una razonable certeza podría proyectarse para concursar en la segunda vuelta.
No es posible exagerar la importancia de esta impensada realidad que prácticamente asegura una victoria de la oposición en diciembre de 2025, en la que será la primera elección presidencial con voto obligatorio desde que Sebastián Piñera fuera elegido para gobernar la nación en 2009 -aunque entonces la inscripción en los registros electorales era voluntaria.
Si se repitiera la participación de la última elección municipal y de gobernadores -poco más de 13 millones de electores acudieron a las urnas el fin de semana antepasado- un candidato debiera sumar algo más de seis millones y medio de votos para ser elegido como el sucesor del Presidente Boric, casi dos millones por encima de los que éste acumuló para llegar a La Moneda hace casi tres años.
Para amasar una cantidad de votos de esa magnitud, que ningún chileno ha alcanzado hasta aquí, el candidato debería ser ampliamente conocido a nivel de la población y sumar votos “prestados” ajenos a la alianza política que lo apoyaría en la campaña presidencial. En otras palabras, debería ser tremendamente popular y a la vez un candidato transversal, capaz de asegurar la preferencia de un gran número de votantes “prestados”. Adicionalmente, debería ser un nombre instalado sostenidamente en lo alto de las encuestas de preferencias políticas, con una aprobación sustancialmente mayor que la reprobación a su persona. Desde 1990 ningún candidato de la primera vuelta presidencial ha pasado al balotaje sin cumplir este último requisito.
Sólo un puñado de personas reúne actualmente estas exigentes condiciones para disputar la carrera presidencial que se aproxima. Pero sólo una de ellas se muestra disponible -y ya se prepara- para la tarea: se trata, claro está, de Evelyn Matthei. En efecto, la alcaldesa de Providencia se encuentra en la pole position sin contendores oficialistas a la vista, una posición inédita de la que nunca antes -desde 1990- gozó un candidato opositor. Y como se ven las cosas en el gobierno y en las alianzas que lo apoyan, no parece que antes de marzo del próximo año vaya a aclararse el panorama electoral en el oficialismo. El tiempo perdido podría ser decisivo para consolidar la candidatura de la oposición y, a la vez, para amagar definitivamente las oportunidades de una oficialista.
Así las cosas, Evelyn Matthei correría sola en los meses que vienen, hasta que emerja la que a esas alturas sería más bien una candidatura testimonial del oficialismo. Cuando en marzo de 2021 la fulgurante nueva izquierda asumió por primera vez el gobierno y Gabriel Boric saludaba triunfante a sus adherentes desde los balcones de La Moneda, nadie imaginó allí un desenlace más amargo que este. Uno en el que a un año de la contienda presidencial todavía no asoma el candidato de su sector político que podría proyectarse para la campaña que viene, para no hablar de uno con posibilidades de sucederlo. (El Líbero)
Claudio Hohmann