Un interesante tránsito conceptual se divisa en las élites políticas latinoamericanas con respecto a las Fuerzas Armadas. De execrables “gorilas” a árbitros de crisis. Tan vitales han sido para sortear las peligrosas coyunturas vividas en lo que va del siglo XXI que, abierta o tácitamente, ya se les considera un componente sine qua non de la vida política en cada país de la región.
Todo partió allá por la década de los 60 y 70, cuando se hizo usual designar las intervenciones militares en política como “golpe gorila”. Aún más: se calificaba de “gorila” una simple actitud crítica ante los deseos revolucionarios en curso. La palabreja era parte del lirismo de las izquierdas jacobinas. Basta ver documentos de aquellos grupos y partidos.
Curiosamente, la noción cayó en el olvido con el paso del tiempo. La literatura especializada ha indagado poco o nada acerca de su origen y real significado. Salvo casos muy aislados. Aparentemente, el sentido político de “gorila” surge como un argentinismo a mediados de los 50 y en ambientes peronistas. Describían así el clima antiperón que se incubaba y el peligro de golpe.
Sin embargo, lo realmente curioso es el nulo interés en rescatarlo políticamente ahora, justo cuando las frágiles democracias latinoamericanas viven momentos de real zozobra y se recurre cada vez con mayor frecuencia a los militares para solucionar nudos dramáticos. Es como si la expresión “golpe gorila” despertase pesadillas. Respondiese a una falibilidad con su propia trayectoria política o quizás a una simple vergüenza ante un concepto carcomido por la realidad.
Suele decirse que la historia no tiene libretos previos, pero lo concreto es que hoy se ve una renovada presencia de militares en las democracias latinoamericanas. Se ha generalizado la percepción que, sin la intervención militar, la fragilidad puede terminar en el colapso total de la vida pública.
Es tan fuerte la tendencia que se vive, que no debería sorprender si alguien levanta la hipótesis de que los años noventa fueron un simple intermezzo.
Como consecuencia de tal observación, caben varias preguntas. Todas de muy difícil respuesta.
¿Cuándo se transformaron los militares en parte del paisaje democrático?, ¿son viables las democracias en esta región del mundo sin el apoyo activo de los militares?, ¿es parte de una suerte de vergüenza inconfesable de las élites políticas (de izquierdas y derechas), que las crisis de varios países de la región lleguen al extremo de llamar a los militares a arbitrarlas?, ¿qué impulsará a ciertas elites a abdicar de la idea de gobernar?
Sin embargo, una conjetura inicial muy válida apunta necesariamente a la fragilidad como denominador común de todas las coyunturas peligrosas vividas estas últimas décadas. Se trata de fracasos del sistema político en su conjunto. Sea por pulverización de partidos, desidia ante la debilidad institucional, corrupción, discusiones bizantinas entre dirigentes o simple irresponsabilidad en los liderazgos más altos. Todas ellas, circunstancias paralizadoras de la vida política. Por esos motivos, los militares se han visto obligados a tomar decisiones centrales o bien a asumir funciones que, en rigor, no les corresponde.
La intervención de las FF. AA. se ha configurado principalmente por dos vías.
Por un lado, a través del arbitraje directo. La misión ha sido inclinar la balanza en favor de alguno de los contendientes. Ahí están Perú (2022), Bolivia (2019 y 2024), Paraguay (2012), Ecuador (2023) y Honduras (2009). Anteriormente, la propia Argentina tras el caos post De la Rúa.
En el caso peruano, las FF. AA han arbitrado varios diferendos entre los poderes del Estado. Y no sólo eso. En la última crisis, su papel arbitrador fue tan crucial, que entregó luces sobre la profundidad del problema. Al no apoyar el autogolpe de Pedro Castillo dejaron en claro una necesidad imperiosa, pero compleja. Deben deliberar, y con profundidad, ante la aparición de tanto asunto peligroso que amenaza los cimientos del país.
Por su parte, en Ecuador, las FF. AA también han actuado como árbitros ante sucesivas conmociones internas. Ya se han militarizado numerosos sectores de la vida pública.
El caso boliviano es, del mismo modo, muy ilustrativo. Explicita hasta dónde pueden llegar los efectos perniciosos del fracaso del sistema político. La crisis de julio de este año adquirió ribetes novelescos, pues las FF. AA fueron utilizadas para un bizarro movimiento de tropas simulando un golpe “gorila”. Reminiscencias para sembrar pánico. Una maniobra militar destinada a dar un no-golpe. Algo inédito.
Ya en la crisis anterior, la de 2019, los militares bolivianos debieron arbitrar una situación marcada por un bizantinismo e irresponsabilidad extremos del régimen evista. Ante la negativa de la policía a reprimir las protestas contra el presidente, éste intentó seducirlas para un autogolpe. Su deseo irrefrenable de ir por una cuarta reelección había desatado un caos total. Por fortuna, los militares mantuvieron la calma y actuaron con cordura. Se negaron y le sugirieron abandonar el poder.
Los últimos acontecimientos indican que Morales cree tener una conexión divina (o pachamámica) con el poder y que se siente efectivamente irremplazable. Eso puede provocar en el corto plazo nuevas alteraciones, y muy graves. Imposible por ahora visualizar sus posibles extremos, salvo una cosa cierta. Habrá arbitraje militar. Los hechos recuerdan que a Leopold von Ranke, un connotado historiador alemán del siglo 19, se le atribuía decir, “un napoleón alterado no es un napoleón”, aludiendo a un napoléon d´or, moneda muy cotizada en el siglo 19 europeo.
Luego, estas últimas semanas, se ha hecho indesmentible el carácter cívico-militar de la dictadura de Nicolás Maduro. El alto mando castrense es clave en su entramado de poder. Pese a la opinión tajante de la ciudadanía en las elecciones, y al repudio ambiental más que evidente, la dictadura se apoya en sectores de las FF. AA de manera abierta y desembozada. Y aunque también es indesmentible su carácter objetivamente agónico, Maduro y su séquito han tomado a las FF. AA como respirador artificial para mantenerse con vida. ¿Será esa una dictadura “gorila”?
Entretanto, por otro lado, está la intervención militar como sostén. En tal caso, el régimen de AMLO en México es el más ilustrativo. El ya saliente mandatario inauguró un modelo híbrido, entregando a las FF. AA -especialmente a la Marina- funciones claves en la protección de infraestructura crítica civil, como es el control y manejo de puertos y aeropuertos. También, la construcción de nuevas obras en ese ámbito. Algo del todo inédito. ¿Pensará AMLO que los militares dejaron de ser “gorilas” ?, ¿será el sostén militar una victoria amarga de AMLO?
Estos ejemplos indican que una democracia consolidada no tendría motivos para recurrir a sus militares, salvo situaciones de catástrofe o amenazas externas. Sin embargo, todo es evidente que en este parque temático llamado América Latina, la realidad supera todo lo imaginable. Las FF. AA forman parte del paisaje y se han visto obligadas a actuar para superar coyunturas inverosímiles. En otros casos, se ha intentado usarlas en maniobras nada inocentes. (El Líbero)
Iván Witker