No es mi intención aburrir al lector con polémicas que solo interesan a sus protagonistas, pero aquello en lo que insiste Claudio Alvarado en su carta de ayer merece una aclaración.
Refiriéndose a que la pacificación y estabilidad alcanzadas en la transición “habrían sido inviables si la oposición de la época (o sea, la derecha, que fuera una dura antagonista a los gobiernos de la época) no hubiese aceptado algo tan básico como la legitimidad democrática de sus adversarios”. Tiene razón, pero omite lo más importante: que esos “adversarios”, aun con las heridas abiertas por la persecución y represión de la que fueron objeto por la dictadura, se liberaron del rencor y del espíritu de venganza y aceptaron como interlocutores democráticos plenos a quienes habían promovido el quiebre institucional, respaldado o avalado a un régimen que violó las libertades y los derechos humanos, y apoyado su prolongación en el plebiscito de 1988.
El expresidente Aylwin lo dijo el primer día: somos todos chilenos que amamos a nuestra patria, y no corresponde exigir a nadie compromisos previos para alcanzar entendimientos que son vitales para el país, como los que exige Alvarado a una izquierda que se pudo haber equivocado, pero que no puede ser juzgada por atrocidades de ningún tipo. Fue este espíritu el que permitió a Aylwin “convocar a la mayoría del país y encarnar algo así como un proyecto nacional”, lo que veo aplaude mi contradictor.
Sería hora que, desde la derecha, surja una figura con la misma vocación de diálogo y entendimiento. Por el camino de Alvarado, no way. El expresidente Piñera pudo haber ejercido este rol, pero su trágica muerte lo truncó. Chile entero lo echa en falta. (El Mercurio Cartas)
Eugenio Tironi