Mi amigo Alfredo Jaar, Premio Nacional de Arte, me dio hace tiempo un consejo extraño: no uses power point. ¿No es bueno, no es útil, ese programa? Lo es. Solo que va a terminar pensando por ti y dando conferencias por ti. Úsalo solo de vez en cuando. Usa otros también. (A lo mejor él ni se acuerda de ese consejo, yo sí.)
Una forma de organizar y presentar el pensamiento determina, con el tiempo, cómo voy a pensar. Una conferencia en power point se parece más a la siguiente conferencia en power point que a cualquier otra cosa.
Digo esto en relación, por ejemplo, con los formatos televisivos. Aunque sea inconscientemente (no sé si me trago eso), favorecen una determinada organización del pensamiento. En una de esas, no “reflejan” la polarización y el descrédito de la política, sino que contribuyen a crearlos y perpetuarlos. Al insistir en “sí” o “no” y rehusarse a escuchar otra cosa; al refocilarse en las pequeñas rencillas y avivarlas, como cuecas en septiembre; al perseguir la “cuña” del día siguiente, o al glorificar el protagonismo personal, perjudican y desacreditan la política. Y afirmo, con tristeza, que en la política se nos va la vida y se nos va el país. Si no somos capaces de hacer política decente, no podremos convivir.
La política chilena anda hoy por dos carriles diferentes. Uno, el de las elecciones presidenciales y parlamentarias; otro, el de la Convención Constitucional. Parecen ser dos formatos distintos, y la esperanza está puesta en la capacidad de la Convención para renovar las formas de convivencia política, generando no solo una Carta Fundamental, sino también nuevas capacidades de diálogo, de inclusión, de respeto y, para usar la palabra de su presidenta, Elisa Loncon, por qué no de amor. Un mínimo de amor, de desearle el bien al otro, de pensar en un bien común. Baches hay; amor también.
Vienen debates presidenciales, y los formatos que se utilizaron en primarias quedaron al debe. Muchos periodistas también, y para qué decir algunos candidatos. Hay una gran tarea creativa por delante: innovar en los formatos, para dar espacio a lo que ojalá sea una renovación en el espíritu de ciudadanía. Cómo hacer que “gane” en el debate no el más rápido, sino el más calmo. No el más agresivo, sino el más empático. No el que recita angustiado el guion de sus asesores, sino el que escucha ahí mismo y sabe reaccionar bien, con altura, incluso ante las cámaras; el más capaz de crear una conversación en vez de una pelea.
“Otra cosa, otra cosa queremos”, es frase del poeta Vicente Huidobro. Confiaremos en quienes saben organizar debates, pero solo hasta cierto punto, porque hasta ahora no han demostrado capacidad suficiente. Los ciudadanos tenemos derecho a saber, a ser informados, y los candidatos a pensar, a proyectar lo mejor de sí mismos, a ser escuchados. Las zancadillas y las estridencias no deberían dar puntaje a nadie. (El Mercurio)
Adriana Valdés