El gobierno de Boric prometió condonar el CAE, un mensaje que muchos interpretaron como justicia social y otros lo consideramos demagogia pura. A mitad del mandato, los hechos han desenmascarado la realidad propagandística de esta promesa, a la cual los ministros han evitado referirse con claridad, utilizando términos como “adecuación del sistema” y “solución justa”. Así, en un mar de ambigüedades en el que los morosos se han duplicado, el exministro Ávila admitió que el término “condonación” se usó solo para simplificar la comunicación, dejando la verdadera intención a la vista: no borrarán la deuda.
¿Por qué abandonaron su compromiso? Es sabido que para la generación de Boric, erigida por su lucha contra el lucro, el CAE simboliza todo lo oscuro del sistema educativo: mercantilización, abusos financieros y endeudamiento juvenil. Sin embargo, con la batuta en la mano su combate se ha hecho imposible: con un oficialismo dividido, minoría en el Congreso y una billetera fiscal incapaz de sostener la utopía. La promesa de condonación no solo se ha revelado como injusta para quienes ya pagaron y para todos los que deberán solventarla con el IVA, sino que también choca con la situación económica y el pragmatismo.
A pesar de sus problemas iniciales, el CAE ha sido crucial para reducir la pobreza en Chile. Ha permitido que miles de jóvenes accedan a niveles de formación difíciles de alcanzar, transformando sus vidas y contribuyendo al desarrollo del país. Aunque los certificados universitarios ya no ofrecen la alta rentabilidad de antes, los egresados de educación superior ganan más y tienen menor desempleo que aquellos con solo educación secundaria. No por nada Chile es el país de la OCDE con el mayor premio al ingreso por educación superior.
Ahora bien, este promedio también oculta otra realidad: no todos los estudiantes mejoran su situación económica y la deuda es una muy pesada mochila considerando sus ingresos. Por ello, en 2012 se implementaron medidas como el pago del CAE contingente al 10% de la renta, la rebaja de la tasa de interés al 2%, y la opción de suspender el pago a los deudores sin trabajo. A diferencia de la idea de condonar universalmente el CAE, estas disposiciones no rompen el equilibrio de compartir los costos entre el deudor y la sociedad, comprendiendo que los beneficios son para ambas partes.
Si gobernar es priorizar, el foco debiese ser ayudar a quienes más lo necesitan. En lugar de los US $11 mil millones inexistentes para condonar el CAE, ¿por qué no invertir en reducir la deserción en la educación terciaria, donde en promedio el 22% abandona, cifra que llega al 31% en los más vulnerables? ¿O por qué no nos hacemos cargos de una buena vez de las secuelas de la pandemia en el sistema escolar? O podríamos invertir en educación inicial, una mejor palanca para generar la tan añorada igualdad de oportunidades. Fuera de la educación, ¿y si mejoramos la seguridad?
Está claro que hay que dar respuesta a los problemas del CAE, pero sin crecimiento todo será inútil. Sin esto, ni siquiera es viable el transitorio sistema de créditos que proponen los detractores del CAE, cuyo objetivo último es alcanzar la gratuidad universal. Es incompatible condonar y proponer un sistema sostenible a futuro; es un riesgo moral. Qué fuera de foco está la discusión.
Sebastián Izquierdo R.
Coordinador Académico del CEP.