En serio, ¿alguien puede pensar que un cambio de gabinete significa un nuevo Chile? Por supuesto que no.
¿Quizás haya quienes crean que la sustitución de ciertos ministros significa un nuevo gobierno? Sí, unos pocos.
La realidad -analizada capa por capa- indica algo muy distinto: en el Gobierno, poco y nada va a cambiar.
La Presidenta seguirá siendo la misma. Intentará recuperar su imagen pública mediante empatías que terminarán siendo galimatías. Nunca sabremos lo que realmente habita en su cabeza-corazón, aunque sospechamos que es un magma descrito químicamente como izquierda dura, durísima. El cambio de gabinete no la cambia a ella.
Los ministros que continúan -algunos en sus carteras originales y otros en las de segundo tiempo- no dejarán de ser las personas que eran, con sus defectos y sus virtudes: Blanco, la buena; Rincón, la que se declaraba cansada; Burgos, el puente; Gómez, la planicie. ¿Va a cambiar alguno de ellos por el hecho de trasladarse de oficina? ¿Sufrirán mutaciones sustanciales por tener una nueva tarjeta de visita? No.
Los partidos políticos que apoyan al Gobierno, ¿han hecho en estos días una metanoia que los lleve al mea culpa y a la conversión? Imposible: solo creen en sus ideologías, solo están prendados de sus proyectos. En el nuevo gabinete, casi todos los partidos quedaron donde mismo, porque en el juego del quita y pon, ninguno habría aceptado que se lo hubiese mandado al descenso. Por cierto, siempre hay una excepción, los comunistas: no tenían nada, después tuvieron uno, ahora tienen dos…
El programa sigue siendo el mismo. Por unos días se hablará de acuerdos, pero dentro de poco se volverá a luchar a brazo partido por imponer el texto sagrado. ¿Sabe usted de algún gobiernista que haya comenzado a reconocer que el maximalismo de las reformas es hambre para hoy, para mañana y para pasado? Veremos si quizás Burgos…
Los cientos de miles de funcionarios públicos de ánimo mustio tendrán ahora una anticipada primavera, aunque no pasará de ser un veranito de san Juan: por un breve período los veremos de nuevo seguros de sí mismos, intransigentes, avasalladores. La Presidenta ha retomado el control, ha retomado el, ha retomado, ha… repetirán como un mantra carente de sentido.
Y muchos comunicadores reiniciarán con nuevas fuerzas su tarea desinformadora: en la radio y en la prensa, en la televisión y en la red, esas miles de hormigas que toman siempre la ruta de la izquierda para trasladar sus mensajes repetirán a coro: Bachelet inicia una segunda etapa, Bachelet recupera su popularidad, Bachelet ha revertido el mal momento. Amén.
¿Y alguno de los iluminados reformistas perderá su ascendiente sobre ella? No
Más aún: algo del imaginario mesiánico volverá a flotar en el ambiente, algo de esa nube cargada de lluvia supuestamente fecunda dará nuevas esperanzas a tantos chilenos que viven sin ton ni son, y que por eso mismo, ya a finales de año, no le encontrarán brillo alguno a este gobierno.
Al despedirse, Rodrigo Peñailillo ha confirmado todo lo anterior: está seguro del cumplimiento futuro del programa, de que, por ejemplo, la gratuidad será real en la educación superior, de que los pueblos originarios accederán a la representación política, de que habrá una nueva Constitución. Se ha ido, pero asegura que todo continuará de la misma forma. Tiene la razón: nadie se incorpora al gobierno Bachelet para darle un golpe de timón, nadie cambia de cartera para modificar el rumbo.
¿Qué se puede esperar entonces? Lo mismo, más de lo mismo, lo peor de lo mismo.
Un día le dijeron a Borghi, por fin, que ya era hora, que tenía que irse; y llegó Sampaoli. Y todo comenzó a cambiar, de verdad.