Quién habría pensado, tan solo algunos días atrás, que podía resultar necesario reafirmar la legitimidad del gobierno que nos conduce, por relativamente reciente voluntad soberana indubitada.
Nadie puede negar la profundidad del descontento imperante, manifestado mayoritariamente en forma pacífica; nadie tampoco puede pasar por alto que no pocos, por desgracia, han optado por la violencia para concretar su desazón, algunos por convicción otros más bien de ocasión.
Diversos analistas han ensayado causalidades del estallido social, varios con rigor y aportando seriedad, otros con una dosis no menor de oportunismo, de supuesta premonición ignota y con recetas populistas, como si de allí alguien pudiera salir ileso. Tampoco puede desconocerse que las élites, políticas, empresariales, sindicales, morales, venían cayendo desde hace mucho tiempo en sus grados de confianza ciudadana, por ende, la crisis en desarrollo las encuentra en un mal momento a la hora de actuar.
Pero convenganos que, siendo indispensable escuchar a la ciudadanía, de aquí no salimos sino con mucha y buena política. Las condiciones para lo anterior son muchas, y el tiempo para ir cumpliendo es escaso. Entre ellas hay una basal: “el rechazo claro e incondicional de medios violentos y un rechazo decidido a la retórica de la violencia para movilizar apoyo destinado a conservar o conseguir el poder” (extractos de La quiebra de las democracias, de J.J. Linz). Créanme que se ha echado en falta una declaración explícita en ese sentido. Bien le habría hecho un pronunciamiento de esta naturaleza, unánime, de todos los partidos representados en la cuna de la democracia, el Congreso Nacional. Todo lo demás es opinable (la intensidad de la agenda legislativa urgente; los cambios estructurales al modelo; las fórmulas instrumentales en que se llega a una nueva Constitución), pero sin recuperación del orden público, requisito indispensable para el funcionamiento del estado de derecho, no hay salida racional. Se puede ser opositor, durísimo opositor, se puede ser partidario, fanático partidario del gobierno, lo que no se puede es alentar atajos para sustituirlo; esa es ceguera política, y lo que es más grave, es flagrantemente antidemocrático.
Solo con diálogo político saldremos de esta encrucijada, sin él estaremos contribuyendo de forma irresponsable a profundizar la crisis. Estabilizar el funcionamiento del país es indispensable, incluso para aquellos que aspiran a un modelo totalmente diverso.
No entender lo anterior, por parte de nuestros representantes, causaría grave daño, de aquellos irreparables o al menos de muy larga recuperación. Estoy cierto que la inmensa mayoría de nuestra sociedad se los demanda con urgencia, también con cuota de esperanza; no hay otro camino disponible. (La Tercera)
Jorge Burgos