Como a comienzos del siglo XX con el salitre, solo una situación podría acabar de manera definitiva con la valoración del cobre: la aparición de un sustituto de iguales o mejores características, y de menor costo de producción.
El nombre del grafeno desde hace un tiempo suena como futuro reemplazante del cobre.
Dos investigadores rusos, Andre Geim y Konstantin Novoselov, descubrieron en 2004 este material y comenzaron a estudiarlo. Producto de lo anterior recibieron en 2010 el Premio Nobel de Física.
La particularidad del descubrimiento de este material es que no respondió a otros intereses (privados o gubernamentales) más que a la curiosidad de los dos científicos en un laboratorio de la Universidad de Manchester, en Inglaterra. Incluso, su desarrollo no estaba en la agenda oficial de la universidad, y los encuentros que desembocaron en su descubrimiento fueron llamados por sus descubridores como “experimentos de viernes por la noche”.
Este es un material sintético, extremadamente delgado, y se obtiene a partir del grafito que se extrae de las minas de carbón.
Como conductor de la electricidad se comporta igual que el cobre, y tiene una amplia variedad de aplicaciones, entre ellas, la fabricación de nuevos materiales y de dispositivos electrónicos.
Otras características con las que cuenta el grafeno se encuentran su resistencia (100 veces mayor que el acero). Sin embargo, a pesar de los atributos antes nombrados, no ha podido ser incorporado como sustituto de otros minerales, principalmente porque aún es costosa su producción.
“La única posibilidad que desaparezca el cobre es que aparezca un sustituto, y eso no puede pasar en cinco años. Puede pasar en 30 años, pero no en 10. En 20 con dificultad”, sostuvo el académico de la PUC, Gustavo Lagos, quien agregó que se tratará de una preocupación de “largo plazo”.
El experto reconoce al grafeno como una “amenaza”, pero asegura que en la industria, que mira el ritmo de sustitución, “no hay gran preocupación” por ahora.
