Hablemos de una no-noticia

Hablemos de una no-noticia

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Permítaseme, en esta ocasión, escribir sobre una no-noticia. Un acontecimiento trágico ocurrido este fin de semana del que, probablemente, usted ni se enteró: el domingo, durante la misa católica de Pentecostés en la iglesia de san Francisco Javier, en Owo, Nigeria, un grupo abrió fuego contra la multitud. Hubo más de 50 muertos, entre ellos decenas de niños y mujeres, y cientos de heridos. La balacera pilló a los fieles indefensos, porque Owo se encuentra en el estado de Ondo, que no es escenario habitual de este tipo de ataques sectarios. Estos sí son frecuentes en el norte del país, donde operan milicias islámicas fundamentalistas como Boko Haram o la banda Fulani.

Prácticamente nadie informó sobre la masacre, contrariando fórmulas periodísticas probadas (“if it bleeds, it leads”, reza un antiguo dicho periodístico que podría entenderse como “si la noticia incluye sangre, va en portada o abre el noticiero”). Tampoco hubo condenas internacionales, gestos indignados, declaraciones solemnes, campañas solidarias ni llamados a la acción.

El silencio noticioso en torno a este incidente contrasta con el estruendo informativo que generó la semana pasada la matanza de 21 personas -18 de ellas niños- en una escuela en Texas.

¿Cómo se explica la diferencia de criterios? ¿Por qué una masacre genera más repercusiones que otra? La respuesta más rápida es que hay una cuestión de proximidad emocional: Estados Unidos es una sociedad psicológicamente más cercana que Nigeria, un país del cual se sabe poco. Y EE.UU. es una potencia global, mientras que Nigeria solo tiene relevancia regional. Eso es indudablemente cierto, pero no fue obstáculo para que, cuando, en 2014, 300 niñas nigerianas fueron secuestradas por Boko Haram, se constituyera una red solidaria que tuvo amplia repercusión y cobertura mundial. Incluso en Chile, celebridades, políticos y hasta la entonces Presidenta Michelle Bachelet se sumaron a la campaña #BringBackOurGirls.

La intuición sugiere otra respuesta: el secuestro de las niñas cuaja bien con la agenda feminista y recibió atención; la masacre en Texas sitúa el foco en el control de armas que impulsan algunos sectores desde hace años. En cambio, la matanza en Owo golpeó a católicos africanos, una mezcla fatal en términos de encontrar defensores globales. No solo por su religión y origen geográfico, sino porque se trata de un acontecimiento que desafía una narrativa basada en el “orientalismo” que postulaba el intelectual de izquierda Edward Said y que tiene fuerza en sectores progresistas de todo el planeta: los católicos han sido históricamente los “agresores” coloniales occidentales; los musulmanes, las víctimas del imperialismo. Como la masacre de Owo contraría esa mirada, mejor convertirla en no-noticia. Es solo una hipótesis. (La Tercera)

Juan Ignacio Brito

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