A pesar del pronóstico de muchos y de la intención de otros tantos, la derecha se encuentra hoy sumida en un proceso de primarias para elegir un candidato único con quien abordar la elección presidencial. Lo más interesante de este proceso es lo que ha permitido: una reflexión más profunda que enriquece su propia identidad y fortalece sus cuadros políticos. A aquello se suma un esfuerzo, tanto de políticos como de intelectuales, por darle mayor densidad a las ideas de derecha (recién ayer se publicó un nuevo libro colectivo que incluye a unos y otros).
Esto es particularmente interesante, porque pareciera mostrar que la derecha ha aprendido —quizás a golpes después del último gobierno— que no sólo basta una buena administración para hacer política. Es consciente también que, ante el trabajo de la retroexcavadora de la Nueva Mayoría y la revolución del Frente Amplio, proponer algo así como orden y progreso de manera aislada resulta incluso contradictorio, ya que, como bien han señalado algunos, lo que está en juego al final del día es la configuración cultural de nuestra sociedad. La mirada está puesta en los próximos veinte años y no en los cinco que faltan para la siguiente elección.
Un ámbito especialmente sensible, en este sentido, ha sido la reforma educacional impulsada por la Nueva Mayoría para bajar a algunos estudiantes de los patines buscando igualdad educativa. Sus dardos no sólo se han dirigido al lucro en establecimientos educativos, sino que también a la diversidad de proyectos y su financiamiento. Sin ir más lejos, hace pocos días un candidato del Frente Amplio invitaba a la Universidad Católica a dejar de lado su confesionalidad para seguir recibiendo financiamiento público, bajo el argumento de que el Estado no puede promover visiones particulares de la sociedad con dinero de todos. En defensa de la neutralidad, se deben neutralizar los proyectos divergentes.
El argumento de fondo —la neutralidad moral de la ley y las políticas públicas— ha sido aducido también por parte de la derecha en estas primarias a favor de la aprobación del matrimonio homosexual. El problema evidente es que un proyecto político, si busca ser coherente, no puede cambiar sus ideales al momento de argumentar en diferentes materias. Mucho menos si lo que se busca, en último término, es ganar una batalla cultural. ¿Se puede decir, por una parte, que el Estado debe financiar proyectos educativos con cierta visión, es decir, tener una actitud totalmente distinta a la neutralidad y, al mismo tiempo, invocar la neutralidad para otras materias?
Si lo que se busca es algo inmediato y más cercano en el tiempo, no hay problema. Pero si la propuesta es un triunfo cultural, existe —a lo menos— una tensión en promover distinta visiones de mundo. Parte del triunfo cultural de la izquierda está en una coherencia a toda prueba en la formulación de sus ideas y proyectos políticos (otra cosa es el manejo de la billetera, como bien saben en el PS). Por eso, los esfuerzos de discusión y articulación intelectual son tan potentes: evitan caer en el problema de abundante pan para hoy, pero una gran hambruna para mañana. (La Tercera)
Antonio Correa