La polarización de la cual estamos siendo prisioneros no permite matices, dudas o preguntas, no deja espacio para el error; el que disiente es un traidor. Quien ose ejercitar el pensamiento crítico o se atreva a reflexionar tendrá que habérselas con la superioridad moral de la inquisición, que no solo está compuesta por los extremistas de siempre, sino que ya se han incorporado familiares, amigos e incluso quienes se dicen intelectuales. Para quienes no gozamos de las certezas, ¡qué soledad se siente! De ahí que hoy quiera compartir con ustedes unas cuántas herejías.
¿Es la violencia, en democracia, un camino legítimo para alcanzar fines políticos? ¿Tiene la mayoría el derecho que entrega las urnas a someter a una minoría a condiciones de vida indigna? ¿Cuáles son las condiciones que exige la democracia para su legitimidad? ¿Por qué un niño o joven que ha sido abandonado por su familia y el Estado, que no posee nada, ni siquiera esperanza, va a respetar condiciones de convivencia que a él mismo no lo consideran? Pero quienes legitiman la violencia como medio para alcanzar un fin, ¿le reconocen este derecho a todos, independientemente del fin que persigan? Si legitimamos la violencia, ¿no estamos entonces legitimando las dictaduras? La violencia como camino para imponerse a los otros, ¿no favorece al más fuerte, al que tiene mayor capacidad de imponer sus ideas a través de la fuerza? ¿No termina esto perjudicando a los más débiles, a las minorías? ¿Quienes legitiman la violencia entienden que ésta es incompatible con la democracia? Cuando peligra la democracia, ¿tiene ésta derecho a defenderse?
En los textos de filosofía política se nos enseña que, en democracia, el Estado tiene el monopolio de la fuerza y éste está obligado a usarla para resguardar el orden público. ¿Cuánta fuerza puede usar el Estado para restablecer el orden público? ¿Estamos dispuestos a que el Estado mate para restablecer el orden público? ¿Quiénes piden al Presidente que saque a los militares a la calle para restablecer el orden, entienden que eso puede implicar muertos? ¿Estarán ellos dispuestos a asumir los costos o llegado el minuto le darán la espalda al Presidente? ¿Se puede restablecer el orden público sin el uso de la fuerza? Si no estamos dispuesto a usar la fuerza, ¿estamos entonces dispuestos a que se destruya el país completo, a perder nuestra democracia? ¿La paz, que tantos hoy anhelan, era silencio y violencia para otros? Y por último, ¿esta violencia no es otra forma más de machismo?
En estas últimas semanas me he cuestionado todo. Pero hay una cosa en la cual sigo creyendo: en el imperativo de reconocer en el otro a un igual. Cuando dejamos de ver en el carabinero a un ser humano igual a nosotros, cuando dejamos de ver en el delincuente o violentista a un ser humano igual a nosotros, cuando los deshumanizamos, cuando hacemos caricaturas infrahumanas de ellos, nos convertimos nosotros en bestias, y con ello socavamos la condición de posibilidad de la democracia. Es eso y no las injusticias sociales lo que permite que nos matemos unos a otros. (La Tercera)
Sylvia Eyzaguirre