Historia clínica de los partidos

Historia clínica de los partidos

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Uno por uno, los partidos políticos chilenos debieran ir entrando a la UTI.

No es el sistema completo, no son todas las instituciones las que están fallando: son primariamente los partidos los que han dado señales de enfermedad cívica. Hasta Dávalos entendió que el perjuicio que le ha causado a la presidencia es doble: a su madre y al partido de su madre. Y, en consecuencia, renunció dos veces.

La primera colectividad en entrar en coma, la UDI, tiene la ventaja de ser también la primera que pueda comenzar a salir hacia cuidados intermedios y, de ahí, a la normalidad. Las alarmas de la epidemia se prendieron inicialmente para la gente de Silva-Macaya, pero ahora, bajo Larraín, tienen la posibilidad de ser los que indiquen el camino de la recuperación. Nadie les perdonará el haber sido los primeros en que se diagnosticara el virus, pero podrían redimirse si lograran demostrar que están dispuestos a someterse a todos los regímenes y terapias más exigentes, porque ya no basta con agüitas ni potingues.

Después de la UDI, debieran llegar otros partidos, uno por uno, a la UTI.

Ciertamente, lo que anuncia el director del Servicio de Impuestos Internos puede tener una importancia formal: «No nos hemos querellado contra ningún político, y lo más probable es que en la mayoría de los casos no debiera haber querella». Pero, en la convicción ciudadana, la enfermedad que aqueja a los partidos está diagnosticada del mismo modo que lo hacían las abuelas: usted está verde, está enfermo, hay que llamar al médico. Y no se equivocaban nunca.

En qué momento llegará la hora para que el PS rinda cuentas; cuándo se verá horquillado el PPD vía Peñailillo o Girardi; si serán o no las familias León o Pizarro las que lleven al PDC a la camilla; cuánto resistirán el PRO y el PRI esas juntas y esas boletas; con qué fintas buscará el PC evitar el quirófano por el cáncer de la Arcis… Todo eso dependerá de fiscales y de periodistas, de jueces y de columnistas.

Por ahora, la UDI está en la mirada de todos, porque ha iniciado explícitamente el proceso de su convalecencia. Lo que haga, cómo lo haga, no va a constituir una lección para los partidos de la izquierda dura, qué duda cabe. Afincadas en su soberbia, esas colectividades nada quieren aprender de sus rivales.

Pero lo que la UDI haga -y, repitamos, cómo lo haga- sí va a ser decisivo para sus militantes y para sus electores, para esos cientos de miles de votos que se fugaron hacia la nada desde los inicios de Penta hasta hoy.

¿Cómo han sido las primeras señales?

Ambiguas.

El nuevo presidente del partido quiere retomar las ideas y estilos fundacionales, pero a continuación declara que «hay que actualizar nuestros principios, que hoy están absolutamente descontextualizados». El voto político del partido, por su parte, habla de la necesidad de desarrollar «programas de capacitación y formación de nuevos militantes», pero no queda claro si ese proceso se desarrollará con los principios hoy vigentes o con los que a futuro quiera darse la colectividad.

Este es el problema de la UDI desde hace unos 15 años: una incapacidad para decir de una vez por todas si quiere seguir las aguas de su fundador o si ya se cansó de esa vertiente y busca nuevos cursos. Hoy esa imprescindible definición queda oculta bajo una directiva llamada de unidad, que es más bien una dirigencia de transacción.

Y el problema de la UDI se extenderá a todos los demás partidos. Porque si el primero en intentar salir de la crisis no lo hace por la vía correcta -sincerarse, limpiarse, achicarse, incluso dividirse-, los demás seguirán el mismo camino: harán cosméticas modificaciones sin corregir sus graves defectos.

Y entonces, en la historia clínica, nada cambiará.(El Mercurio)

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