La memoria militar de Chile está poblada de gestas heroicas. Sin ir más lejos, cada 21 de mayo un manto azul se extiende de norte a sur para recordar el sacrificio de Arturo Prat; un episodio que la historia militar ha seleccionado con éxito para sentar las bases de una identidad de arrojo y entrega por la patria, donde “hasta rendir la vida si fuese necesario” es un elemento constitutivo.
Precisamente, la conjunción de estas místicas palabras se enuncia durante el juramento a la bandera. En esta solemne ceremonia, cuya tradición se remonta a 1818, oficiales, soldados de tropa profesional y soldados conscriptos del Ejército de Chile se comprometen a servir al país. La fecha de este juramento también está cargada de simbolismo. Se hace sagradamente cada 9 de julio, para rendir honores a los 77 soldados chilenos que se inmolaron en el combate de La Concepción en 1882, librado en Perú en el marco de la Guerra del Pacífico. La histórica gesta, contada desde una perspectiva militarizada, narra uno de los más sublimes episodios de la guerra, donde se enfrentaron 77 contra 400, marcando la superioridad numérica del contingente peruano.
Al igual que unos años atrás, cuando un marino abordaba con valentía el Huáscar, la contienda era desigual. Pero no importó. Los soldados chilenos comandados por el teniente Ignacio Carrera Pinto –el mismo que hoy circula por Chile en el billete más popular- perecieron dando vida a una gesta heroica de vocación y compromiso.
Por eso resulta tan paradójico que el comandante en Jefe del Ejército, general Humberto Oviedo, haya escogido esta particular tribuna para hablar de “contextos”. En su discurso, y ante la máxima jefatura de la nación, el general presentó sus opiniones respecto a las condenas que hoy enfrentan militares prisioneros por violaciones a los Derechos Humanos cometidas en dictadura, pidiendo comprensión al país. Oviedo explicó que “los actores militares de menor graduación” fueron obligados a cumplir órdenes de sus superiores, donde “se vieron impedidos de objetarlas o representarlas y que incluso, habiéndolo hecho, fueron obligados a cumplirlas”. Dicho esto, el comandante en Jefe lanza una crítica al Chile contemporáneo, asegurando que “hoy, esas actuaciones son observadas exclusivamente desde el prisma de nuestro tiempo, sin analizar ni considerar la situación concreta ni el contexto histórico y político en que tuvieron lugar”.
Paradójico resulta que esas declaraciones se emitan frente a la hija del general Alberto Bachelet, militar chileno que se opuso al Golpe de Estado, siendo detenido y torturado hasta causarle un infarto que terminó con su vida en 1974. Paradójico resulta también que el general Oviedo olvide el testimonio de vida de Michel Nash, conscripto que se negó a dirigir las armas hacia su propio pueblo, siendo acribillado en Pisagua como prisionero de guerra. Olvida también el general Oviedo a todos los militares que sobrevivieron a la gesta heroica de haberse negado a cumplir órdenes infames, como los que hoy se reúnen en la Agrupación de Marinos Antigolpistas, y que probablemente leyeron sus palabras con decepción por un nuevo desprecio de las instituciones armadas.
Así, cargado de contradicciones, el comandante en Jefe del Ejército alaba la valentía de 77 soldados que dieron la vida por Chile, mientras pide al país comprender a quienes trasgredieron el juramento a la bandera; honra la entrega de 77 uniformados que no se amedrentaron por la abrumadora superioridad del adversario, mientras desprecia con la omisión el coraje de los militares que optaron por cumplir con su deber constitucional, a pesar de enfrentarse, de igual forma, a una contienda desigual ante un adversario poderoso.
Sin embargo, quien sella esta paradoja es el ministro de Defensa, apoyando al general en su deliberante solicitud de “contexto”. Con este respaldo, José Antonio Gómez entrega una señal profundamente contraria al control civil efectivo de las Fuerzas Armadas, desconociendo que la historia militar, y la selección de hechos constitutivos de su identidad, también debe responder a un proceso guiado por principios democráticos. Sin embargo, mínimos han sido los esfuerzos civiles por intervenir y supervisar la hermética cultura militar, permitiendo que las Fuerzas Armadas escriban su propia historia, omitiendo pasajes cruciales en sus propias líneas de tiempo. En este contexto, la reproducción de símbolos e ideas totalitarias podría estar pasando frente a los ojos indulgentes de nuestros gobernantes.
Qué duda cabe entonces que la transición aún no termina, y que la tarea está pendiente –sobre todo- en el mundo castrense. (El Mostrador)
Catalina Gaete