Libro que asegura que hay «cosas ocultas terribles» en el devenir patrio, cuyo autor dice develar. Por de pronto su idea de la historia es vulgar, de un relativismo extremo. La define líquida, moldeable, blanda.
La disciplina no es un cuento, tampoco simple narración o crónica. Es conocimiento del pasado humano, se podría decir hasta verdadero, pero al menos es válido, verosímil, en la medida que sea el resultado de un esfuerzo estricto y sistemático de investigación. No es conocimiento corriente, sino logrado en función de un método que permite aproximarse al pasado desde el presente, donde se encuentra el historiador. Sujeto con formación y experiencia en la especialidad para encontrar los antecedentes pertinentes al objeto de estudio. Culto, con apertura de mente y espíritu para captar, aceptar y comprender la realidad que ellos contienen. Más que establecer hechos, le importa entenderlos en el contexto donde se alojan, relacionarlos e interpretar el sentido que tienen en el proceso histórico del cual forman parte. Esta es la finalidad suprema del conocimiento histórico: explicar el devenir pretérito
El autor dice leer la realidad en forma de cuento o fábula, deteniéndose en hechos mínimos, descontextualizados, haciendo ficción a partir de ellos. Optó por la farándula del pasado, resaltando el morbo, lo escabroso, desprestigiando o banalizando la obra de nuestros héroes patrios, precisamente licuando la trayectoria de la nación y además con errores. Devela, según él, pecados o situaciones que ha ocultado la élite dominante, a la cual juzga católica y conservadora, siguiendo la tendencia política de moda. Más errores. Desconoce que hace muchas décadas cientos de obras históricas han sido escritas por una gama ideológicamente amplia de historiadores y desconoce también los textos escolares que actualmente se utilizan y la bibliografía que recomiendan. Pero suelto de cuerpo afirma que la historia contada en los colegios en los últimos 30 años está plagada de tergiversaciones acomodaticias. Ignora que es una época fructífera en conocimiento histórico.
El libro no es historia ni es secreta. Todo lo que se lee está derramado en obras y artículos escritos por una diversidad de historiadores, disponibles en librerías, bibliotecas y en internet, que ciertamente consultó. Lo que figura no es nuevo, ni menos producto de su esfuerzo. Escritores ingleses son expertos en historia novelada, con un rigor y respeto por su pasado que están en los antípodas del caso.
¿Por qué escribir un libro así y con la palabra secreta en su título? Lo justifica de manera absurda, haciendo piruetas poco creíbles, para terminar señalando que han faltado mecanismos de divulgación exitosos orientados a la gente, irguiéndose como puente entre el lector y la historia del país, para dar a conocer acontecimientos supuestamente omitidos de manera intencional. Es más propio pensar que quiso despertar la curiosidad, recurriendo a una estrategia de marketing . Quería vender su libro, lucrar, pero a costa de otros y exponiendo datos históricos desarticulados sobre nuestra historia, sacrificándola, despreciándola. Con todo, vende muchos ejemplares porque se lee fácil, pero se leen cuentos, crónicas, nada importante, dañando de paso al lector sin sentido crítico con su distorsión del pasado.
¿Según estos antecedentes es lucro bien o mal habido?
Aparte, una breve reflexión que viene al caso. ¿Por qué la historia seria, de historiadores, es bastante menos leída? Quizás, porque la norma del texto académico, de tesis, o en formato de artículo para revista indexada es el que predomina, se ha impuesto. Se escribe, generalmente, en función de exigencias del tipo universitario un tanto rígidas: el «estándar», «ranking», etc. Pero hay un público que tiene interés por la historia y que le atrae el texto ameno, la buena prosa, un lenguaje amigable. Es como para pensarlo. Digo, para que la historia culta sea atractiva para más gente.
El Mercurio/Agencias