El fin de semana recién pasado, medio millar de nazis se reunieron en las calles de Spandau, Berlín, para rendir homenaje a quien fuera considerado la mano derecha de Hitler, Rudolf Walter Hess. La marcha, convocada con motivo del trigésimo aniversario de su muerte, estuvo precedida por una disputa judicial en torno al derecho que los actuales nazis alemanes tienen de homenajear a figuras históricas del Tercer Reich. Y aunque el establishment político berlinés estaba por prohibir la manifestación, los jueces determinaron que incluso los neonazis tienen derecho de manifestar públicamente sus posiciones políticas, siempre y cuando no violen el código penal alemán, que restringe fuertemente la apología del nazismo. Por ello, la manifestación careció de suásticas, brazos en alto y retratos de Hess o Hitler, cuestiones castigadas con cárcel por la legislación alemana.
Rudolf Hess fue el lugarteniente de Hitler desde los primeros tiempos del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, a comienzos de los años veinte, hasta los inicios de la Segunda Guerra Mundial, cuando, sorprendiendo a moros y cristianos, pilotó en solitario un avión Messerschmitt Bf 110 y se dejó caer en paracaídas sobre territorio británico para, según él, negociar personalmente una tregua entre Alemania y Gran Bretaña. Una vez terminada la guerra, fue procesado por el Tribunal Militar Internacional de Núremberg como criminal de guerra y condenado a cadena perpetua. Cumplió su pena en la cárcel aliada de Spandau, ubicada en la zona británica de Berlín occidental, hasta agosto de 1987, cuando se suicidó en extrañas circunstancias a la edad de 93 años. Para sus seguidores, resultaba imposible que un anciano como Hess se ahorcara por lo que culparon de su muerte a sus carceleros y dieron rienda suelta a variadas teorías conspirativas. Esto contribuyó a que se convirtiera en uno de los últimos símbolos del Tercer Reich y en un verdadero mártir para los nazis de todo el mundo. Tanto así que, tras su muerte, las autoridades alemanas decidieron demoler la cárcel para evitar cualquier tipo de peregrinación al lugar.
Desde luego, cualquier forma de homenaje público a una figura como Rudolf Hess era inconcebible en 1987. Aunque la Guerra Fría estaba pronta a concluir, existía una condena unánime al nazismo, tanto en el mundo capitalista como en el comunista. Únicamente en los países “periféricos”, del Tercer Mundo, era posible que algo así ocurriera. Y ocurrió en Chile, gracias al activismo del líder del nazismo local, el escritor Miguel Serrano, y a la connivencia de los militares en el poder. Aprovechando la romería que cada 5 de septiembre se lleva a cabo en el Cementerio General para recordar a las víctimas de la Matanza del Seguro Obrero (en la que una cincuentena de “nacistas” chilenos fueron ejecutados por Carabineros en represalia al intento de levantamiento contra el segundo gobierno de Arturo Alessandri, en 1938), Serrano convocó y encabezó un homenaje a Rudolf Hess en el que abundaron las suásticas, los brazos en alto, los Heil Hitler! y todo aquello que en la Alemania de postguerra sería castigado con cárcel.
Según consigna la prensa de la época, al acto asistieron alrededor de 200 personas (“no muy arias”) que, en medio de ofrendas florales e himnos nazis, juraron lealtad eterna a Rudolf Hess y a Adolf Hitler. Como era de esperar, los principales oradores del acto (entre los que se encontraba el académico Erwin Robertson, líder histórico de la revista de extrema derecha La Ciudad de los Césares) aprovecharon la oportunidad para atacar al “judaísmo internacional”, al que culparon de la muerte de Hess y del “supercapitalismo” que los Chicago Boys implantaran en Chile guiados “por el judío Milton Friedman”. En el caso de Serrano, sus dardos apuntaron a Sergio Melnick, único ministro judío del gabinete y que, según el escritor, manipulaba desde las sombras a Pinochet para conseguir la entrega de la Patagonia chilena al “sionismo internacional”. En este sentido, no es de extrañar que hacia el final del acto se repartieran entre los asistentes copias de El Plan Andinia. Estrategia sionista para apoderarse de la Patagonia argentina y chilena, texto antisemita que traslada a Sudamérica el mito de la conspiración judía mundial contenido en los famosos Protocolos de los Sabios de Sión. Este panfleto antisemita, al igual que otros similares aparecidos en el Chile de los años ochenta, fue prologado, editado y distribuido por el propio Serrano a vista y paciencia del régimen.
El tributo de los “nacionalistas” chilenos a Rudolf Hess no pasó desapercibido para los medios internacionales de la época. A diferencia de la prensa local, que tradicionalmente ha centrado su atención en la espectacularidad de las suásticas y los Heil Hitler! de sujetos vestidos con abrigos de cuero negro, la prensa estadounidense, europea e israelí cuestionaron las facilidades que los nazis chilenos tenían para organizar un homenaje público a un criminal de guerra como Hess en momentos en que los opositores al régimen seguían siendo reprimidos e impedidos de manifestarse libremente. No era la primera vez que la prensa occidental vinculaba a la dictadura chilena con el nazismo, dada la oposición de Pinochet a expulsar del país a Walter Rauff a comienzos de los años ochenta y la facilidad con que Miguel Serrano desarrollaba su activismo en el país.
Más allá de la distancia cronológica existente entre ellos, los homenajes de Santiago y Berlín están estrechamente vinculados. Ambos son expresiones de una escena de extrema derecha transnacional, rastreable en todo el mundo occidental durante las últimas décadas. En ella, distintos símbolos y figuras históricas –no todos ellos necesariamente nazis– se convierten en referentes de identificación para agrupaciones ideológicamente heterogéneas pero que comparten una visión profundamente antidemocrática y autoritaria de la sociedad. Esta dimensión transnacional de las ideologías de odio como el nazismo, así como de las respuestas “antifascistas” que ellas despiertan entre la sociedad civil, han quedado de manifiesto durante los últimos días con las simultáneas marchas de Berlín, Charlottesville y Barcelona (donde grupos neonazis locales intentaron desarrollar una marcha islamófoba poco después de los atentados por todos conocidos, siendo impedida por la propia sociedad civil).
Aunque homenajear nazis o figuras identificadas con ideologías de odio se ha convertido en un fenómeno transnacional que genera identificación en la extrema derecha de todo el mundo, también el rechazo de la sociedad civil contra tales homenajes se produce a escala global, movilizando a cantidades significativas de ciudadanos en defensa de la convivencia democrática. Berlín, Charlottesville y Barcelona, ciudades donde el número de contramanifestantes superó con creces a los radicales de derecha, dan fe de ello. Esperemos que Santiago no sea la excepción y que lo ocurrido hace 30 años en el Cementerio General jamás vuelva a ocurrir. (El Mostrador)
Gustavo Guzmán