En política, los grupos que piensan distinto se caracterizan como “de derecha” o “de izquierda”. La interacción política, como hoy se entiende, busca imponer ideas y preferencias. Es una receta para un enfrentamiento sin fin. No hay forma de entenderse. El surgimiento de numerosos candidatos independientes en la próxima elección es un signo de debilidad política en el país.
¿Cómo conseguir que los partidos políticos avancen en cooperación y reduzcan el enfrentamiento? El psicólogo social y profesor de psicología moral de la Stern School of Business en New York, Jonathan Haidt, hizo, hace ya algunos años, una contribución iluminadora para entender “al otro”. En 2012 escribió el libro “La Mente Recta: Por qué personas buenas se encuentran divididas por la política y la religión”. Estuvo en Chile en 2017. Su mensaje vale la pena recordarlo para enfrentar de una forma más constructiva el momento que vivimos.
Haidt dice que la cultura secular, propia de “la izquierda”, se funda en dos principios básicos: la preocupación por el bienestar de los ciudadanos y la búsqueda de justicia. En la cultura tradicional, más propia de “la derecha”, bienestar y justicia también son importantes. Pero agregan otros cuatro principios: libertad, autoridad, lealtad y fe. La cultura de izquierda no los enfatiza. Aquí está el corazón del desacuerdo entre “izquierda” y “derecha”.
Según la izquierda, la cultura de derecha es represiva y restrictiva con las personas más vulnerables y las minorías. Por ello, se presentan como salvadores de los débiles y los oprimidos, e incluso asumen una postura de “superioridad moral”. Quieren que las cosas cambien. Buscan justicia para todos, aunque la forma de conseguirla genere el caos. Promueven el enfrentamiento. Consideran buena “la revolución”. Es la puerta al cambio.
Y valores que la derecha aprecia son devaluados por la izquierda: corrompen la libertad (Venezuela de Maduro); cuestionan la autoridad (intento de derrocar al Presidente Piñera en octubre de 2019); celebran la diversidad (derechos LGBTQ+), y relativizan los valores (derechos sexuales y reproductivos por sobre el derecho a la vida).
Este mensaje exaspera a la derecha. Ellos cuidan las instituciones, respetan las tradiciones y viven más integralmente los valores. Privilegian el orden, aunque esto pueda tener algunos costos para las personas menos favorecidas. Su gran intuición es que el orden es extraordinariamente difícil de conseguir y fácil de perder. Que debemos saber poner freno a nuestros impulsos.
En el fondo, es la diferencia entre estabilidad y cambio. Y las sociedades necesitan ambos. La verdadera cultura de un pueblo florece cuando se respeta lo que hay que preservar del pasado (los tesoros de la tradición) y, al mismo tiempo, no duda en hacer cambios para responder a los desafíos del presente.
Por ello, dice Haidt, lo esencial es cultivar la “humildad moral” y no dejarse engañar por la ilusión de creerse moralmente superior y poseedor de verdades incontrovertibles, que es una trampa en la que nuestra condición humana nos hace caer.
No pensemos que todo lo sabemos y todo lo entendemos. En un mundo complejo, como el nuestro, el conocimiento perfecto no existe. Tenemos capacidades limitadas, una apreciación distorsionada de la realidad, y nuestros intereses personales y emociones nublan nuestro juicio. Todos tenemos algo de razón y todos nos equivocamos. Por ello, ganar por imposición es una derrota.
La verdadera forma de hacer política era y es “negociar sin desmayar”. La dinámica de “los 30 años” es virtuosa, a pesar de sus insuficiencias, pues muestra lo que podemos progresar cuando nos ponemos de acuerdo. Ojalá no olvidemos las lecciones del pasado en este momento que vive el país. Llegar a acuerdos, sin duda exige “humildad moral” de la derecha y la izquierda.
Nicolás Majluf
Profesor emérito de la Escuela de Ingeniería UC