El gran huracán en Chile es el institucional por la corrupción generalizada y el tráfico de influencias. La corrupción tiene costos políticos, económico y sociales. Más graves aún, son los costos morales y la pérdida de confianza en las instituciones que sostienen al país. El desafío es afrontar este deterioro lo que exige de una ejemplaridad pública que se manifieste con prácticas y comportamientos.
Los escándalos mencionados demuestran que quienes los han cometido y sido parte han actuado en sentido diametralmente opuesto a sus obligaciones. No evitaron el delito, lo cometieron. La complicidad política con los “nuestros” tratando de mirar para otro lado o minimizar de alguna manera delitos propios comparando con delitos “más graves” quiebra estructuras básicas de credibilidad en la sociedad. El bien común queda lejos de la mirada y la acción política.
Al destruirse la coherencia entre lo que se dice y se hace, se requiere de un esfuerzo de toda la sociedad para luchar en contra de la decadencia moral, la erosión de los valores tradicionales y la ruptura de la ética. Mejores leyes, comunicación y enseñanza de los valores y la importancia del cumplimiento de la ley son esenciales en todas las instancias de la sociedad para enseñar a elegir bien. Es el uso reflexivo de la libertad el que compone la ética.
Recuperar la confianza de la sociedad requiere de total transparencia en el accionar político. La gran pregunta es si esto es posible.
Cuesta entender, por ejemplo, cómo salen los chats del caso “audios” a la prensa y a qué medios. ¿Con qué criterio? ¿Existe confianza de que todo salga a la luz? Luis Hermosilla denuncia a fiscales por filtración de sus chats.
Se filtran expedientes dicen, como si tuvieran vida propia. Allanamientos tardíos, que recién quince meses después encuentran un computador “desaparecido” de un ministerio. Es inconcebible. Las demoras judiciales simplemente no tienen explicación ni perdón.
Tentador para el avance del crimen organizado que busca instalarse en aquellos países en donde la institucionalidad flaquea. Esta es una de las grandes preocupaciones en Chile. La inseguridad aumenta, los homicidios también. “Mal de muchos consuelo de tontos” dice el refrán, cuando se miden estadísticas con los países que están peor en lo que sea para tranquilizarse y pensar que “no estamos tan mal”.
Se habla de las redes de Hermosilla, del ex fiscal Guerra, del siquiatra Alberto Larraín como si fueran activos fundamentales. Un medio informa que la contralora propuesta Dorothy Pérez, de quien se sabe tiene una gran trayectoria, conocimiento y capacidad para ascender al cargo que ya viene ejerciendo hace meses, cuenta con una poderosa red de contactos. Al mencionar a cada uno, se incluye el nombre y al lado cuánto gana. A partir del caso Cubillos, detrás de todo nombre mencionado, aparece el sueldo u honorario mensual que percibe. Está distorsionado el peso que deben tener los valores de una persona versus las “redes” o “contactos”.
¿Qué es lo que vale a la hora de elegir gente para ocupar cargos públicos? ¿Las redes, los contactos, el amiguismo? Esto debe cambiar. La confianza debe ir acompañada de capacidad, experiencia, formación y probidad demostrada.
Cuando la deshonestidad y la desconfianza se filtran en el pensamiento ciudadano, la inestabilidad política y los riesgos de instituciones débiles aumentan.
Hannah Arendt sostenía que la vida política es la forma más elevada de compromiso. El tráfico de influencias distorsiona el concepto de poder y autoridad destruyendo la llamada institucionalidad.
El Presidente Boric refiriéndose al caso audios dijo: “Es bueno que los que se creían poderosos vayan también a la cárcel”. Existen poderosos de todos los colores y en distintas disciplinas. El poder no es malo si se aplica dentro de las normas, las leyes y el respeto al Estado de Derecho. El Presidente tiene el poder que le da la mismísima democracia a través de los votos. Lo que importa es cómo se ejerce, con qué autoridad y si se cuenta con el liderazgo suficiente.
El poder es algo transitorio, que se juzga en base a la posibilidad de hacer que algo ocurra o no ocurra, mientras que la autoridad posee alguna forma de investidura, de formalidad o de influencia gracias a la cual los demás obedecen. La autoridad se gana en base a competencia, capacidad, experiencia y el comportamiento público.
La confusión reinante entre lo que significa el poder y la autoridad es total. El poder es efímero. La autoridad en cambio provee un horizonte de permanencia que no se encuentra presente en el poder y que resulta fundamental para la posibilidad y viabilidad de la política y para comprender adecuadamente la crisis política del presente.
Chile tiene grandes políticos. Chile ha tenido grandes políticos. La trayectoria institucional de Chile era indiscutible.
Chile ha tenido grandes presidentes que supieron diagnosticar los problemas y conformar equipos de gobierno con experiencia. Los ex presidentes Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos, Sebastián Piñera y Michelle Bachelet han honrado la estatura presidencial. Hubo gobiernos mejores y peores, como circunstancias agravantes que influyeron en los mismos. El deterioro no es instantáneo, se va generando y las alertas deben funcionar.
Chile sufre un proceso de estancamiento desde el segundo gobierno de Bachelet. Ya había comenzado la descomposición institucional a través del caso Caval y el financiamiento ilegal de la política como las colusiones. Posteriormente la violencia octubrista, la pandemia empeoraron las demandas sociales aún insatisfechas lo que exige mucho más de la política hoy. Su democracia e institucionalidad está afectada por los huracanes judiciales y políticos. La gobernabilidad en riesgo por la fragmentación política que debe disminuir drásticamente y en forma urgente.
El deterioro institucional, y la pérdida de confianza ciudadana complican el futuro de Chile. Se está a tiempo de frenar este daño progresivo que se observa en el país. Debe ir en ello el compromiso de toda la sociedad, la clase política, la academia, los empresarios y los ciudadanos.
La improvisación debe dejarse de lado.
La pelea que da tribuna debe dejarse de lado.
Presentar proyectos de ley muy parecidos a otros que presentaron gobiernos anteriores como pensiones, salud o el CAE, y fueron rechazados simplemente porque el concepto de “logros compartidos” no existe en la clase política. Sólo es bueno si yo lo presento. Es malo si lo presenta el adversario. Se han perdido años de reformas que no lograron avanzar.
¿Por qué entonces existe el rechazo ciudadano a la clase política? Es obvio.
Empiezan a aparecer los “out out siders”, dos veces “out” porque no los conoce nadie y venden como valor ser independientes y probos, mostrando un oportunismo ante el deterioro. Suficiente tuvo Chile con la Lista del Pueblo cuyo gran valor de venta era la independencia. Sólo recordar las mentiras de Rojas Vade y el constituyente que votó desde la ducha.
Daños colaterales de una clase política y gobernante que no logra sintonizar profundamente con las necesidades y sensibilidades ciudadanas.
Este “juez” es de los “nuestros” y aquella es de “ellos” es una frase inaceptable que se escuchó como reacción a las acusaciones constitucionales a tres jueces de la Corte Suprema.
En Estados Unidos, a tres semanas de la elección presidencial de la mayor potencia económica del mundo, si bien se prevé un resultado estrecho, los analistas políticos ya “saben” que Trump no aceptar’a el resultado salvo que sea el ganador. Inconcebible .
¿Dónde han quedado los valores básicos?
Recomponer confianzas con acciones y no sólo palabras.
Eduardo Galeano decía : “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. (El Líbero)
Iris Boeninger