A este respecto cabe decir que el tema de la identidad en los tiempos actuales es difícil de abordar porque el mundo en su totalidad vive hoy un proceso de aculturación a causa de las formas de vida mecánicas y uniformes que ha generado la civilización industrial en todas las naciones y en desmedro de su identidad cultural. Hoy, sin embargo, se sigue pensando y actuando desde una supuesta identidad, la cual en realidad no es más que una convicción autoinducida, porque el sistema en que estamos insertos todos opera igual en todas partes.
Cuando una cultura está viva la vida de la comunidad tiende a regirse por una sabiduría y todos están conscientes de lo que es la virtud, como asimismo las nociones del sentido y trascendencia.
La cultura les da un sello distintivo a todos los aspectos de la existencia, crea un vínculo interior que penetra hasta el inconsciente colectivo, el cual cuando se pierde deja solo la apariencia de algo que fue y ya no es. Porque la virtud se ha desvanecido para transformarse en eficiencia, la sabiduría ha degenerado en mera información, la reflexión se ha vuelto puro cálculo, el sentido y la trascendencia han devenido en desarrollo y crecimiento ilimitado. Es así como al fin la lógica de los negocios pasa a ser, implícitamente, el trasfondo ideológico del orden. Tal es la pandemia síquica que Jung diagnosticó para el siglo XX.
Hoy la vida dejó de ser un don para volverse un problema que solo se puede solucionar con recursos financieros, tecnología apropiada y capacitación. La felicidad se volvió un lujo prescindible que ha dejado en su lugar la inquietud y la sensación de inseguridad que provoca un mundo que es cada vez más peligroso.
Podemos seguir diciendo que tenemos una identidad específicamente chilena, pero el Chile que tenemos no parece ser más que un constructo tecno-financiero-político, único referente del discurso de quienes por décadas han ejercido el poder aquí y en el extranjero.
Nuestros jóvenes no reciben una educación realmente formativa del carácter; por eso el nivel ético de nuestra sociedad desciende en forma alarmante, pese a que nos anteceden ocho gobiernos democráticos posdictadura.
No siempre hemos sido como este cuadro nos muestra que somos hoy. Basta investigar la tradición oral de sabiduría de nuestro pueblo para constatar que en Chile, como en cualquier otro país del orbe, ha habido también sabios populares anónimos conscientes de lo que son la sabiduría y la virtud, cuyos testimonios los convierten en portavoces autorizados del saber y las virtudes compartidas por la comunidad, al punto de dar la impresión de que la verdadera historia de Chile, no registrada, transcurrió más en los ranchos de gruesos muros de adobe que en las mansiones decoradas con muebles franceses.
La solución para este drama histórico va por la vía de la educación. “Gobernar es educar”, dijo el expresidente don Pedro Aguirre Cerda. El mejor ejemplo de eso que conoce el mundo es el de Confucio, el más grande educador de todos los tiempos, quien formó a su pueblo en una ética solidaria estable, basada en la sabiduría perdida, hasta que la influencia europea introdujo en la nación el cambio sicológico hacia una forma mecánica de vida.
¿Cómo compatibilizar el inevitable crecimiento material con la sabiduría y la virtud, con el sentido y la trascendencia? ¿Es eso posible? ¿Cómo alcanzar eso que hoy llamamos el buen vivir?
He ahí una gran tarea para las universidades y las iglesias. (El Mercurio)
Gastón Soublette