Invoquemos a Taylor Swift

Invoquemos a Taylor Swift

Compartir

La singular decisión del presidente electo Gabriel Boric de comentar una polémica en twitter sobre la cantautora estadounidense Taylor Swift produjo el efecto distractor que probablemente buscaba generar. Esa intervención temporalmente desvió la atención de otros problemas que se acumulan en su  carpeta. Desafortunadamente para él, el impacto de las estrategias disuasivas se agotará pronto y la necesidad de fijar posiciones sobre temas controversiales y buscar la unidad de su sector para avanzar un programa de gobierno que significa cosas muy distintas para mucha gente forzará a Boric a dejar la poesía y demostrar que sabe manejar la compleja prosa que implica gobernar.

Después que la afamada artista estadounidense Taylor Swift mordiera el anzuelo de una provocación que le hiciera el cantante británico Damon Albarn respecto a la autoría de sus canciones, el presidente electo chileno intervino en la discusión aseverando, en un inglés con errores ortográficos, que Taylor podía contar con sus fans chilenos que creían que ella escribía sus canciones desde el corazón. La pintoresca anécdota se produjo en un momento en que, en Chile, el Congreso y el gobierno saliente, afinaban los detalles de la nueva Pensión Garantizada Universal y se enfrascaban en un debate sobre la tramitación del proyecto de ley para dar libertad a los llamados presos de la revuelta. Si a eso le sumamos los casos de ataques mortales a civiles en la zona de la Araucanía, la crisis migratoria en el norte y la preocupante elevada inflación, la decisión de Boric de involucrarse en la polémica sobre Taylor Swift pareciera ser al menos cuestionable.

Pero más que un error de principiante o una inofensiva frivolidad, la estrategia de Boric parece reflejar la tentación de sacarle el cuerpo a los problemas. La decisión de twittear un mensaje de apoyo a Taylor Swift (que la cantante, por cierto, no se molestó en agradecer, al menos públicamente) muestra que Boric quiere prolongar esa percepción de entusiasmo y alegría que ha prevalecido entre sus simpatizantes desde su abultada victoria de segunda vuelta.

Aunque ha advertido que la situación se vendrá difícil, Boric ha hecho deliberados esfuerzos por enviar señales de tranquilidad a sectores que esperan cosas muy diferentes del gobierno que asumirá en 40 días. Desde sus reuniones con el mundo empresarial hasta sus encuentros con los familiares de los llamados presos de la revuelta, Boric ha buscado tranquilizar a todos y ha asegurado que su objetivo es aspirar a ser presidente de todos los chilenos.

Si bien ese objetivo es loable, no todos los chilenos quieren lo mismo para el futuro del país. Mientras algunos aspiran a que el gobierno ponga el acento en la distribución de la riqueza y los ingresos, otros quieren que se privilegie el crecimiento de la economía. Las dos cosas no se pueden optimizar a la vez. De hecho, precisamente porque hay preferencias y objetivos diferentes, la democracia permite que una mayoría escoja al presidente y, presumiblemente, la dirección en que se moverá el país en los próximos cuatro años. Inevitablemente, gobernar es decepcionar. No se puede dejar contentos a todos. Si el gobierno privilegia ciertas prioridades, otros asuntos quedarán rezagados.

El mito de que hay un bien común —un estado de las cosas donde todos podamos estar mejor— muchas veces lleva a los gobernantes inexpertos a creer que hay ciertas decisiones que serán celebradas por todos. Pero como en el corto plazo las decisiones de política pública siempre implican un juego de suma cero, lo que favorece a algunas personas perjudica a otros. Un aumento de impuestos puede ayudar al gobierno a tener más recursos para aumentar el gasto público, pero eso implica que habrá personas con menos dinero en sus bolsillos —lo que a su vez afectará negativamente la inversión y la creación de empleos. Aunque algunos se beneficien en el corto plazo al recibir más subsidios estatales, esas mismas personas tendrán más dificultades en el largo plazo para encontrar trabajos mejor remunerados.

Por eso, aunque quiera, el gobierno no puede dejarlos contentos a todos, eso es simplemente imposible y más temprano que tarde, el presidente Boric lo entenderá. Si los que celebraron el nombramiento de Mario Marcel en Hacienda siguen en modo celebración, inevitablemente los que esperaban que Chile fuera la tumba del neoliberalismo quedarán decepcionados. Como presidente, Boric deberá decidir quiénes serán los que queden felices y quienes serán los que se decepcionen. Si no acepta esa realidad, al final Boric terminará decepcionándolos a todos.

Tal vez porque el presidente electo ya empieza a entender que gobernar es decepcionar, al comenzar esta semana, el próximo mandatario optó por el escapismo y la frivolidad de usar las redes sociales para enviar un mensaje de apoyo a una reconocida artista que ha aprendido que, en su profesión, ella tampoco puede dejarlos contentos a todos. (El Líbero)

Patricio Navia

Dejar una respuesta