El afamado paleontólogo, codirector del yacimiento de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga,es el segundo protagonista de esta serie de conversaciones en torno al interés por saber qué habrá después de nosotros. Hemos elegido a un grupo de figuras ilustres de distintos campos, de la literatura a la ciencia, y les hemos pedido que imaginen el futuro, limitado al siglo XXII. ¿Qué esperanzas podemos tener de que nos traiga más felicidad y menos dolor? ¿Es posible pensar en un mundo más justo, más libre y más solidario?
El Big Bang, 13.800 millones de años; el comienzo de la vida, 4.000 millones; el Homo antecessor, 900.000 años; el nacimiento del Homo sapiens, entre 150.000 y 200.000 años. Preguntarle a usted por cómo será el género humano dentro de cien años le parecerá una broma…Hombre, es que un siglo no representa nada para la especie humana… Me atrevo a decir que será prácticamente igual que ahora… e incluso que hace 50.000 años.
¿Quiere usted decir que tenía razón Stephen Jay Gould cuando escribió que en los últimos 40.000 o 50.000 años no se ha producido ningún cambio biológico en los humanos, que todo lo que se ha construido ha sido con el mismo cuerpo y cerebro de siempre?
Pues sí, porque se ha cambiado muy poco… Aunque, bueno, el cerebro ha disminuido un poco en todo ese tiempo, ya ven. Es que 50.000 años no son nada en tiempo geológico. Por supuesto que estoy hablando de las variaciones que han modificado nuestro esqueleto a lo largo de tantos siglos. La evolución ya ha ido haciendo su trabajo de selección…
¿Quiere eso decir que ya estamos totalmente hechos como especie, y que los individuos que forman parte de ella ya no experimentarán grandes modificaciones en el futuro? Las cosas que ahora hacemos, el automóvil, el ordenador, los móviles, ¿no generarán transformaciones significativas a los humanos?
Pues no, no. En absoluto. Otra cosa son los enormes cambios que ha experimentado la conducta humana y todo lo que se ha modificado en aspectos vitales para la existencia, aunque no hayan alterado sustancialmente los rasgos generales de nuestro esqueleto. ¿Alguien podía imaginarse hace pocos años que las mujeres serían cirujanas, o jueces y procesar a los hombres? Nadie profetizó eso. Es un cambio tremendo, de una importancia enorme, pero invisible, como tantos y tantos cambios, para los huesos.
¿Tampoco los cambios en la familia tradicional?
No tiene por qué. Que haya otro tipo de parejas es un enorme avance en la tolerancia social, por supuesto, pero estadísticamente es tan abrumadoramente mayoritaria la familia de un hombre y una mujer, con o sin hijos, que no debería significar ningún cambio que se pueda transmitir genéticamente.
Usted marca una diferencia muy interesante en su último libro, El sello indeleble, entre progreso y propósito… Una cosa es que haya progreso y otra que alguien esté detrás de él. Yo utilizo una frase, que no recuerdo haberla leído o escuchado a nadie, y es que la evolución no busca, pero encuentra. Hay gente a la que le cuesta entender que algo, por muy perfecto que sea, pueda surgir de lo que se llama azar. Que no es azar, claro, son leyes físicas. Hay quien dice que el Himalaya ha surgido por casualidad. Pues no. Es el resultado de muchas tensiones geológicas durante muchísimos siglos… No ha surgido de pronto un día el Himalaya, ¿no? Nadie pensó: voy a hacer una montaña muy alta y muy bonita. Es difícil de entender para algunas personas, pero intento explicar que la evolución encuentra soluciones. Evolucionar es solucionar problemas que uno se encuentra.
Así que si le pregunto adónde vamos…
La contestación es a ninguna parte. Ya hemos llegado. Pero vamos a seguir llegando, tal y como decía antes, sin que nadie tenga planificado lo que viene a continuación.
¿La especie humana tiene fecha de caducidad, como otras muchas especies a lo largo de millones de siglos?
No, porque no hay nada parecido. Tenemos fecha de caducidad probabilística, vamos a decirlo así. En la mayor parte de las especies, los individuos viven, según el tipo de especies, unos cuantos cientos de miles de años. Somos jóvenes todavía. En ese sentido no deberíamos preocuparnos. Tenemos 200.000 años. No está mal, pero deberíamos durar más.
¿Por qué esa diferencia con otras especies?
Porque ahora ya no somos comparables a las demás. Lo fuimos, pero ya no. Tenemos una capacidad tecnológica que nos hace distintos, ya no nos regimos con las mismas leyes de las demás especies.
O sea, que estamos tranquilos para el siglo XXII.
Hay problemas que tenemos que solucionar, pero, sí, es demasiado pronto para desaparecer… A no ser que un meteorito o similar nos borre del universo, claro…
¿Y el cambio climático? Ofrece usted en ese libro que he citado antes unas cifras terribles de deterioro del planeta en este siglo si no somos capaces de tomar medidas drásticas. Ascensos de temperatura, deshielos en los polos, desplazamientos de grandes masas de población, subidas de las aguas de los océanos y consiguientes inundaciones de ciudades costeras. ¿Qué pasará en cien años? ¿Qué alteraciones nos puede causar?
En ese lapso de tiempo, creo que ninguna terrible, la verdad. En cuatro generaciones no seleccionas. Bueno… cosas así como la peste negra, la del siglo XIV que diezmó a Europa… El cambio climático lo que puede producir es que haya miles de millones de personas afectadas y muchos sufrimientos, dolor y desequilibrio.
¿Pero no podría ser que algunas de esas mutaciones acabaran transmitiéndose genéticamente?
No parece fácil, pero desde luego no sería en un siglo… Ya le decía antes que cien años es muy poquita cosa. Quizá si habláramos de 10.000 años…
Pero esa sería otra entrevista.
Claro. Pero es que la gente no piensa en el daño real que causa la alteración climática, el deterioro del medio ambiente. Ya hay situaciones como la del Sahel, donde hay grandes masas de población que han tenido que huir a donde han podido, o lo que ha ocurrido ya con algunos primates, a punto de la desaparición. Pero aquí, en Occidente, nos da lo mismo. Nos trae sin cuidado, nos fumamos un puro cuando hay millones de personas que ya se están muriendo. Y hay que frenar. En algún momento tenemos que parar de destruir el planeta.
Hasta ahora hemos hablado de causas naturales, de la evolución extraordinariamente lenta que ha tenido la especie humana a lo largo de los siglos. Pero hoy vivimos una auténtica revolución desde el mismo momento en el que podemos jugar con las células. La biogenética…
Efectivamente. Hoy podemos hacer de todo. Y, por supuesto, esta capacidad se multiplicará en los próximos años. Y lo que la evolución ha hecho en miles de siglos, nosotros tenemos ahora mismo la posibilidad de hacerlo en meses o semanas. El resultado final es el mismo, pero ahora es muy rápido. Conceptualmente, es lo mismo.
Pónganos un ejemplo.
Tú puedes fabricar ovejas; o sea, unos animales herbívoros que produzcan lana para ti. ¿Qué es una oveja? Es un animal salvaje, y los muflones, que son el antepasado de la oveja, no tienen lana. Entonces nosotros hemos fabricado un animal cuadrúpedo que produce lana para los humanos. Nos ha llevado algunos miles de años y no se ha podido hacer de un día para otro. Pero ahora, con manipulación genética y con unos cuantos millones de euros podría hacerse casi lo mismo en muy poco tiempo…
Volvamos a los humanos.
Pues podemos hacer casi todo. Se empieza a trabajar con la enfermedad. Primero, con la terapia génica, cada vez más individualizada, que es el camino a seguir. La terapia génica no es que invierta los genes, sino que permite desarrollar medicamentos que sean más eficaces o compatibles con tu genética. No te van a cambiar los genes.
¿Sería entonces solo una mera reparación?
No únicamente. Porque también se puede hacer un trabajo de selección. No es que teóricamente ya exista esa posibilidad, es que ya se hace. Si tú tienes una predisposición para determinada enfermedad, por ejemplo, recurres a la fecundación in vitro e implantas aquellos embriones para que tus hijos no tengan esa mutación. Eso sería, en cierto modo, una intervención eugenésica, porque se ha elegido una opción para tener un individuo con unas características mejores o, más concretamente, sin unas características muy determinadas: estas no las quiero. Y esto es comprensible y es lógico que, si se puede hacer, se haga, claro. La gente no quiere tener hijos con una predisposición hereditaria a desarrollar un cáncer.
QUIEN ES
(Madrid, 1954) es paleontólogo, doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid, catedrático de Paleontología y, desde julio de 2013, director científico del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Sus trabajos en la sierra de Atapuerca (Burgos), junto con un cada vez más nutrido equipo científico, han resultado claves mundiales para el estudio de la evolución de la especie humana. Ha recibido premios como el Príncipe de Asturias, ha editado numerosos artículos científicos en las publicaciones más reconocidas del mundo y es autor de más de una decenas de obras, algunas de ellas escritas en colaboración con otros científicos. La última ha sido El sello indeleble (Debate, 2013), con Manuel Martín-Loeches.
Y más cuando conozcamos nuestras predisposiciones a unas u otras enfermedades, porque todos tendremos secuenciado nuestro genoma.
Ya se puede ahora, pero todavía es caro. Sin duda que lo podremos tener en muy poco tiempo por un precio muy asequible. Y aún es más sencillo y más barato obtener datos sobre las probabilidades de padecer ciertas enfermedades genéticas… Pero el asunto no es solo que se pueda actuar sobre determinadas alteraciones genéticas indeseadas por todos. Es que se abre un mundo de infinitas posibilidades…
¿A qué se refiere exactamente?
Pues a que incluso en las enfermedades hay cuestiones muy dificultosas de discernir… Con las enfermedades hereditarias parece que no hay ninguna duda, pero hay predisposiciones hereditarias más complejas, más sutiles… ¿Qué es la predisposición? Y sobre todo, ¿en cuántas podemos o debemos intervenir? ¿Cuál es el límite, si es que lo hay?
Ya, incluso la elección de sexo…
Ah, claro. Conste que hablamos de posibilidades científicas, fuera de las limitaciones legales que haya en tal o cual país. Esa es otra discusión… Pero incluso dentro del niño o de la niña, también ahí habría matices. Por ejemplo, hay algunas legislaciones, según tengo entendido, en las que del primer hijo no puedes elegir el sexo, pero si has tenido tres y los tres son niñas, bueno, a lo mejor el cuarto podrás elegir que sea niño. En todo caso, es obvio que las leyes se pueden modificar en cualquier momento. Los encargados de legislar tendrán que ser capaces en las décadas que vienen de dar respuestas consecuentes a todos los retos que la ciencia les va a ir planteando. Y a una velocidad vertiginosa.
¿Pero también se podrán elegir hijos o hijas más fuertes y más altos?
Sí, claro que se podrá hacer. Ojo, que no estoy diciendo que se hará.
¿Y no podemos estar haciendo un cambio genético con estas intervenciones? A lo mejor –o a lo peor– hacemos una humanidad en cien años distinta de la de ahora mismo.
Podríamos, claro. Si podemos hacerlo con los animales, podemos con las personas. Es muy simple. Lo que pasa es que yo creo que no ocurrirá, y básicamente por una razón muy práctica, y es que la mayor parte de nosotros no tenemos un modelo. Es decir, yo tengo tres hijos; si a mí me hubieran dicho: “Usted, ¿cómo quiere que sean?”, pues no sé qué contestar, no sé cómo quiero que sean. No tengo una preferencia, me da lo mismo que sean morenos, altos, bajos, ojos azules, verdes, negros, me da lo mismo. Yo no tengo, y el común de los mortales tampoco, un modelo determinado. Generalmente, queremos que estén sanos y poco más. Incluso hay países en los que los preferidos serían de un color de piel distinto, de un pelo así o de otra manera…
¿Podremos hacer clones?
Claro que se podrá. No es muy difícil. Pero ninguna sociedad democrática lo hará, en mi opinión. No vamos a hacer monstruos de ningún tipo porque los humanos, en general, no están en esas… Quizá casos aislados y a muy pequeña escala… Siempre habrá ricos extravagantes, como Michael Jackson con el color de su piel, pero hablamos de elementos aislados.
Pero los clones seguramente se podrán utilizar como banco de órganos o células…
Cierto, eso es cierto. Ahí tenemos un aspecto del futuro muy interesante, porque hay cosas que vamos a ver, como la regeneración de órganos. La vamos a ver usted y yo. Incluso puede que nos salve la vida.
¿Se refiere a la producción de órganos?
La producción en laboratorio de órganos a partir de células madre ya se ha hecho. Y que te puedan regenerar un riñón no está mal, ¿no? Mejor que un trasplante. Por ahí sí que podemos ir, porque eso no es una aberración. Está dentro del terreno de lo que a mi abuela, por ejemplo, le parecería bien. “Oiga, usted que tiene el hígado no sé qué, ¿qué le parecería si le cogemos una célula de aquí, de la lengua, y le reproducimos un órgano, y así la curamos?”. Pues diría: “Fenomenal”. No creo que le molestase.
Pero siempre que hablamos de este tipo de cosas, de biogenética sobre todo, lo hacemos en el contexto de que se trata de una elección tuya, una elección libre… Pero ¿y si otros deciden por ti? ¿Si alguien quiere hacer una raza superior?
Claro, claro, mucho cuidado con eso, que es adonde yo iba en El Sello Indeleble. Fíjese que en el siglo XX hubo muchos científicos, no ya novelistas, que llegaron a imaginar unas sociedades que, gracias a la manipulación genética, podían llegar a ser mucho mejores. Como el gran biólogo Julien Huxley, por ejemplo, que fue el primer director de la Unesco y uno de los fundadores de la World Wildlife Fund para la conservación de la naturaleza. O el jesuita Teilhard de Chardin. Algunos de ellos apostaron por que había que lograr que el ser humano fuera una célula de un superorganismo, algo así como los integrantes del hormiguero o la colmena. Todos los individuos se diluían para que funcionara bien el superorganismo. Estos científicos venían de ver guerras tremendas y pensaban en un planeta donde no hubiera tanta maldad. Eran, por supuesto, gentes que pensaban en un futuro mejor para la humanidad. No eran unos lunáticos desalmados. Al contrario. Claro que están también los autores, como Aldous, el hermano de Julien, que abominaban de esos mundos felices…
¿Existe entonces ese peligro, el de una humanidad manipulada hasta la locura de las distopías más conocidas?Pues vamos a ver. Nada de esto ocurrirá en una sociedad democrática libre, nada de esto puede suceder. Todos estos horrores pueden llegar a producirse en las sociedades planificadas. Y no hablo solo de ideologías políticas aberrantes, sino que también sucede con las sociedades planificadas por científicos biempensantes: son un horror. Así que contra lo que nos tenemos que prevenir es contra cualquier tentación de una sociedad planificada o controlada.
¿Cree que la humanidad corre ese peligro? ¿Hay alguna posibilidad de que eso ocurra en el siglo XXII?
Pasan cosas distintas de las que entonces se imaginaron. Lo que hoy tenemos aquí es la seguridad del consumo. Ahora está ocurriendo otro mundo feliz, pero de distinto signo. Es la sumisión entendida de otra manera, porque hay una libertad para muchas cosas que no tiene nada que ver con aquel modelo monstruoso, claro. Pero lo que está ocurriendo es que no somos capaces de salir de ese modelo de mundo feliz, donde la economía está basada en el consumo. Y el consumo es una falsa felicidad, la felicidad de alguien no debería ser comprarse zapatillas de moda todos los años, no era ese el concepto de felicidad al que aspiraban los griegos… Ahora tenemos ese espejismo de felicidad en Occidente que se extiende también por China y por India, y que nos va haciendo a todos iguales. Y esta sociedad del consumo tiene además otro grave problema, que es el gasto de energía. Yo consumo mucha más que mi padre; mi padre, mucha más que mi abuelo. Hay una necesidad creciente de energía, y esto tiene que tener algún final, un límite. Así vamos al desastre.
¿Le preocupa la superpoblación? La ONU calcula que hacia 2100 llegaremos a los 11.000 millones de habitantes, desde los 7.200 de hoy. En África, por ejemplo, pasaremos de 1.000 millones a 4.000.
Pues es un problema, claro, pero casi tanto como el que tiene España, que es justo el contrario. Aquí vamos en descenso, y puede ocurrir que en el año 2100, si nadie lo remedia, haya más personas inactivas que activas. Tenemos una tasa de nacimientos muy inferior a la europea. Y además de un problema productivo, económico, de una enorme envergadura, está el drama humano de quién se encargará de cuidar a los millones de ancianos que entonces habrá, máxime cuando los hijos, en función de la deslocalización actual del mundo universitario e incluso de los trabajos, así como del bajo precio del transporte, pueden estar hasta en continentes distintos.
El INE calcula, solo hasta 2064, que la población descenderá hasta 40,9 millones, al tiempo que los mayores de 65 años pasarán del 18,2% de la población al 40%. En cuanto a los hijos, la tasa española es de un 1,3%, frente al 2,1% europeo. Las razones, entre otras, son socioeconómicas. Un estudio de la Fundación La Caixa de diciembre de 2013 señalaba que las mujeres españolas querrían tener más hijos, hasta superar la media europea, pero no los tienen porque no pueden mantenerlos.
Y eso sin contar con el alargamiento de la vida. Muchos científicos ofrecen la cifra de 120 años como una edad normal a la que se podrá llegar el siglo próximo.
Es muy posible, sí, que entonces exista mucha gente que pase de los cien años en condiciones de vida muy aceptables… Habrá que solucionar muchos problemas médicos: del envejecimiento celular, por supuesto; de la degeneración neuronal, que es terrible; pero también del puro aparato locomotor, que sufre un desgaste mecánico tremendo con los años. Pero será más que posible, sí… Y desgraciadamente nadie está pensando de verdad en ese problema, proponiendo mejoras radicales en los sistemas económicos y sociales para hacer frente a todas estas cuestiones. Es imposible sostener una sociedad en la que los trabajadores se jubilen a los 65 y puedan cobrar pensiones hasta los 100 o los 120… Y aún más difícil si se incorporan a la vida laboral mucho más tarde de como lo hacían antes.
Eso sí le preocupa. Por supuesto. No hay, o yo no lo veo al menos, audacia real en el pensamiento político y económico actual para suscitar discusiones sobre cómo organizarnos en el siglo XXII a partir de este adormecimiento de la sociedad de consumo. Nadie ha inventado una alternativa a eso. En esta sociedad, las personas son herramientas, una maquinaria. Y en el otro lado están los fanáticos –sobre todo integristas religiosos– que ahora estamos viendo en algunas partes del mundo y que quieren volver a no sé qué siglo. Una locura.
¿Tan mal ha evolucionado la especie humana? ¿Somos ese desastre?
No, no, en absoluto. Ya sé que hemos sufrido los horrores de la guerra, del crimen, del terrorismo… Pero yo con respecto a la especie humana soy optimista en términos generales, precisamente porque soy biólogo evolutivo. Es decir, para ser un mono no está mal. La gente dice: “Es un desastre la especie”. Y yo digo: “Pues para ser unos chimpancés, hacer sinfonías como las de Beethoven está francamente bien”. Escribimos libros. Cien años de soledad, por poner un ejemplo. Para ser un mono no está mal. Y hay altruismo y solidaridad, hacemos catedrales, tenemos sentimientos. De verdad, creo que hay base para el optimismo. La carrera de la especie humana, como decíamos al comienzo, no está escrita en ningún sitio de forma inexorable. El futuro lo construimos nosotros. Día a día.
Todavía hablamos de la inteligencia artificial. “Importantísima; los coches –o su equivalente– se conducirán solos, pero no habrá un robot humanoide al volante, eso es una tontería”. También de la carrera espacial –“ya hemos descubierto otros sistemas solares, pero ¿cómo llegamos allí? Y sobre todo, ¿cómo volvemos?”– o de los drones que se mandarán para hacer la guerra. Pero también de si seguirá existiendo el racismo, del campo despoblado y de las megalópolis que nos esperan.
Pero aun así cambiaremos muy poco como especie…
Muy poco, sí. Y otra cosa le digo. Seguiremos enamorándonos como tontos. El amor, el romance, no es una construcción de la poesía provenzal. Qué va. Ya se enamoraban en la prehistoria y nos seguiremos colando como adolescentes. Por mucha inteligencia artificial, medicina celular regenerativa y carrera espacial que vayamos echándole al mundo. (El País)