Así como es imposible separar el origen del proceso constituyente de la violencia desatada que se produjo durante el estallido social, es imposible entender el enorme apoyo a José Antonio Kast sin tener en consideración la justificación de la violencia que hizo buena parte de la izquierda y la intelectualidad pública en Chile en estos dos años. Porque el apoyo a Kast comenzó a crecer a partir del inicialmente silencioso y tímido rechazo a la violencia asociada al estallido, los que ahora advierten sobre los supuestos riesgos que implicaría un triunfo de Kast fueron cómplices pasivos de su crecimiento al no haber sido igualmente diligentes en denunciar la violencia y apoyar el legítimo uso de la fuerza por parte del Estado para reprimir a los violentistas.
La firma del Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución en noviembre de 2019 fue celebrada por muchos como un momento de salvación de la democracia chilena. Pero el propio nombre del acuerdo deja en claro que el origen del proceso constituyente está irremediablemente asociado al estallido delictual que fue parte central del estallido social. Aunque algunos todavía lo nieguen o relativicen, la quema de estaciones del metro, la destrucción de iglesias, los saqueos de supermercados y tiendas, y las agresiones a la libertad individual -como las prácticas de “el que baila pasa”- representan expresiones, en distinto grado, de barbarie y anarquía. El estallido social no es independiente ni autónomo de esas expresiones de violencia. El proceso constituyente nace, por lo tanto, en ese contexto de violencia y no alcanza la expiación solo por las buenas intenciones de algunos de sus adherentes o porque la nueva constitución viene a remplazar a otra nacida en dictadura.
La violencia que se apoderó de las calles del país llevó al gobierno de Piñera a modificar radicalmente su programa de gobierno e impulsar un proceso constituyente aun cuando este explícitamente hiciera campaña, y ganara una elección, con una plataforma que se oponía a una nueva constitución. La violencia -no las marchas pacíficas- llevó a Piñera y a la derecha en pleno a aceptar el proceso constituyente. Para salvar su propia presidencia, Piñera aceptó entregar la constitución que había jurado respetar.
Más preocupada del fin que de los medios, buena parte de la izquierda relativizó y minimizó la violencia y a la vez celebró que, finalmente, se podría terminar con la constitución de Pinochet. Otros más radicales hablaron de la superación del neoliberalismo o incluso de dejar atrás el capitalismo. Buena parte de la izquierda recoge la idea marxista de que la violencia es la partera de la historia. Es más, como la violencia también fue parte central del orden constitucional establecido en 1980, muchos incluso llegaron a justificar la violencia con el argumento de que un ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón.
Pero como cuando se abren las puertas del infierno es difícil volver a cerrarlas, la violencia parece haber llegado para quedarse. La deslegitimación de Carabineros, por errores propios y escándalos de corrupción en el alto mando, hizo que los delincuentes vieran una oportunidad inmejorable. Como la izquierda se preocupaba más de la violencia que ejercía la policía que de la ejercida por civiles contra la policía, la sociedad en su conjunto (incluidos los delincuentes) dejó de ver en ella una autoridad legítima. El resultado, más temprano que tarde, terminó siendo que la delincuencia se desató, la gente se vio encerrada en sus casas y creció la demanda por un líder que prometiera ley y orden.
Es verdad que Kast ya fue candidato presidencial en 2017 y que su base de apoyo incluye también a una derecha dura y moralmente conservadora. También es cierto que el candidato oficial de la derecha cometió muchos errores no forzados y que, desde que se inició la pandemia, ningún gobierno en el poder ha podido ganar una elección presidencial en América Latina. Así que hay otras razones que también explican el creciente apoyo a Kast. Pero si el candidato de Republicanos logra pasar a segunda vuelta, una de las razones centrales de su éxito habrá sido su posición firme y dura contra la violencia.
Cuando muchos prefirieron ignorar, relativizar o minimizar la violencia, Kast tomó la bandera de ley y orden que tan bien ha funcionado en otras democracias del continente. Torpemente, la izquierda abandonó esa bandera. En vez de defender la autoridad y la importancia de la policía, la izquierda promovió —y todavía promueve— un indulto a los mal llamados presos políticos de la revuelta. Sin entender que la clase media —que creció enormemente en Chile en esos 30 años que pronto serán recordados como las décadas doradas— es la primera que busca refugio en el discurso de la ley y orden cuando los vientos de cambio amenazan con instaurar la anarquía, la izquierda chilena se embriagó con el discurso del estallido social. La irrupción de Kast amenaza con convertirse en la resaca autoritaria que, como ha ocurrido muchas otras veces, se instale en la sociedad ahora que parece agotarse el proceso de cambio refundacional que embriagó a muchos durante el estallido social. (El Líbero)
Patricio Navia