El período que transcurre entre octubre de 2019 y diciembre de 2023 será recordado en la historia de Chile como un ciclo de convulsiones sociales y políticas que, a diferencia de otras ocasiones, tuvo un derrotero institucional, evitó el quiebre democrático y la tragedia que ellos provocan, pero que al mismo tiempo, paradójicamente, a pesar de la esperanza que abría ese proceso, no supo resolver el dilema constitucional del país ni estructurar consensos amplios sobre las reformas que el país debía abordar.
Es sin duda un momento singular, que será motivo de estudio y controversias. Será difícil que existan tesis dominantes. La interpretación de este período estará en disputa por mucho tiempo. Si ello sucede con aquellos hitos en que hubo claros ganadores y perdedores, en que el juicio de los ganadores se impuso al menos por un tiempo o que, en general, solo se alteró posteriormente a partir de nuevas corrientes de pensamiento dominantes, con mayor razón sucederá respecto de estos años en que hubo una suerte de equilibrios sucesivos, que al final cerraron el momento constituyente sin una resolución.
El estallido social, las grandes movilizaciones posteriores y las tendencias de opinión pública que marcaban todas las encuestas en esos meses, derivaron en un acuerdo de salida política a la crisis: realizar un plebiscito para abrir un proceso constituyente, que en octubre de 2020 se validó con casi un 80% de respaldo. La legitimidad de ese impulso era enorme, porque esta vez se traducía como un consenso de la sociedad y ya no solo de las elites o de las fuerzas políticas. La inclusión de las listas de independientes para la elección de la Convención Constitucional de mayo de 2021, a pesar de advertencias en contra, derivó en un auténtico reemplazo de casi todas las fuerzas políticas. Su inevitable dispersión, las dificultades de conducir el proceso, la embriaguez de sus protagonistas y la creencia de que el suelo refundacional era inmutable, prácticamente irreversible, fue generando primero incomodidad y tímidas advertencias, luego aprensiones y críticas respecto de sus excesos o su inviabilidad y, finalmente, una resistencia abierta y transversal que derivó en una amplia derrota de la propuesta constitucional. El 62% del Rechazo cristalizó ese auténtico Termidor de la fase jacobina que encarnó la Convención.
En contra de los temores y las desconfianzas del agrio debate de los meses previos al plebiscito de septiembre de 2022, las fuerzas políticas logramos un nuevo acuerdo. Fue una señal de responsabilidad y madurez, que calibraba el frágil equilibrio latente, aunque al mismo tiempo no logró percibir -por la propia dinámica de los hechos- el cansancio y la desesperanza que ya se acumulaba en la sociedad.
Los efectos de la crisis económica provocada por la pandemia, la ausencia de acuerdos en torno a las reformas sociales, la crisis de seguridad que se agudizó en esos años y la desazón con el propio proceso, calaban muy hondo en la ciudadanía. Ello se tradujo en un vuelco electoral. En los hechos, la elección del Consejo Constitucional de mayo de 2023 reprodujo el 62%-38% del plebiscito. Los nuevos ganadores creyeron que esta vez también habían clavado la rueda de la fortuna, que esa mayoría representaba la auténtica y verdadera voz del pueblo y que validaba su programa constitucional. El resultado fue otro fracaso, ahora con una mayoría del 56%.
¿Cómo entender estos giros? ¿Qué tan sorpresivos son? ¿A qué corrientes de la sociedad responden? ¿Cuál es la naturaleza real de esta crisis y en qué radica la búsqueda de la sociedad que ella representa?
“La Constitución Inconclusa”, un libro que articuló y editó Sergio Bitar, trata de explorar esas preguntas a través de los relatos vivos de quienes fuimos candidatos en esa elección del Consejo Constitucional de 2023. No es un ejercicio académico, sino político y vital, que indaga cómo enfrentamos ese proceso y por qué fuimos candidatos, las reflexiones que nos rodeaban, las experiencias concretas que tuvimos y qué reflexiones asoman de ellas. Son relatos de quienes estuvimos en la calle y entre la gente, donde las papas queman y cuando estaban todavía calientes, que en el futuro cualquier observador crítico y sereno, con la distancia de los hechos que otorga el tiempo, podrá rescatar para ese juicio histórico que irá decantando.
Tiene el propósito de transmitir el testimonio de una experiencia y de un momento, a ratos tan sorprendente. Sin pretensiones, sino desde la reflexión abierta de lo vivido, también indaga sobre cuáles pueden ser las lecciones de este proceso para las chilenas y chilenos preocupados por el futuro del país.
Como podrán ver, no había una pauta ni un listado de preguntas o puntos a abordar. Al contrario, cada cuál se dejó llevar por la pluma y construyó su propio relato. Era mejor de ese modo, porque en esa pluralidad de enfoques, acentos y apreciaciones, puede haber una mayor riqueza para tratar de captar las tendencias y fenómenos que observamos. Esa asistematicidad podía llegar a rincones interpretativos más inexplorados.
Las diez voces que ahí escribimos estábamos comprometidos con un acuerdo que nos abriera un camino de futuro compartido, que nos permitiera superar la polarización y cerrar exitosamente la crisis abierta. Todos nos proponíamos lograr un acuerdo nacional amplio para entregar a Chile una Constitución acordada en democracia.
Ese sigue siendo un propósito compartido y, por eso, creemos que vale la pena rememorar la experiencia que tuvimos en la campaña, contar lo que aprendimos, masticar las conclusiones que sacamos y sistematizar nuestras reflexiones, porque tenemos la esperanza de que puede servir para crear las condiciones para grandes acuerdos y abrir espacio a los entendimientos estratégicos que Chile necesita. (El Mostrador)
Jorge Insunza