Se suponía que el proyecto que será sometido al veredicto de las urnas el próximo 4 de septiembre era lo más parecido a lo que siempre soñaron, pero ahora quieren reformarlo antes de su aprobación. Con ello, terminan por conceder el punto: la propuesta emanada de la Convención es integralmente indefendible, exhibe fallas de origen que obligan a mostrar una disposición transformadora antes de su eventual entrada en vigencia.
Con todo, si lo que primó en esta puesta en escena fue solo el cálculo electoral, el asunto es todavía más impresentable; salvo el PC, no hubo en el gobierno y el oficialismo la valentía suficiente para salir a defender el texto. Al contrario, se optó por reconocer sus debilidades, en un diseño táctico donde las convicciones y la confianza en lo que se está ofreciendo al país, brillaron por su ausencia.
En paralelo, la decisión reinstauró una lógica que los actuales habitantes de La Moneda siempre cuestionaron: “la cocina” de las cúpulas partidarias al margen de la participación ciudadana, con el agravante, en este caso, que no solo se debilita la integridad del proyecto constitucional, sino que se pasó por encima de lo resuelto por un órgano democráticamente electo. Una Convención que trabajó su propuesta durante un año y tuvo en cada uno de sus artículos un respaldo de 2/3 o más de sus integrantes; personas de los mismos sectores políticos que ahora se juntan sin consultarles, para anunciar un conjunto de reformas a lo que ni siquiera se ha votado. En otras palabras, una “cocina exprés”, sin representación de los pueblos originarios, de independientes o movimientos sociales. La política de las elites en su versión más hermética y tradicional, disparando a la línea de flotación de un proceso constituyente que, se suponía, encarnaba el anhelo de terminar con esas prácticas para siempre.
Mucho o poco, sustantivo o accesorio, da igual; las señales políticas ya han sido emitidas: la propuesta constitucional necesitaba cambios tan urgentes que no se podía esperar el plebiscito de salida; dichas modificaciones fueron impulsadas por el Presidente de la República y acordadas por todos los sectores del oficialismo, incluso por aquellos que apenas horas antes decían que el texto no requería cambio alguno. Confirmando por último que la verdadera disputa ya no es sobre los méritos de la propuesta emanada de la Convención, sino sobre la oferta de reformarla o rechazarla para iniciar un nuevo proceso.
Difícil y aventurado pronóstico sobre este paso táctico, un giro que conlleva el tardío reconocimiento de que las críticas no eran solo “fake news”, y que terminó por aceptar la necesidad de reformas antes del veredicto de las urnas. La vocación experimental que tantas veces la política chilena ha ostentado frente al mundo en todo su esplendor. El raro caso de un país que ya discute cómo reformar una Constitución que todavía no existe. (La Tercera)
Max Colodro