Me han dicho que, como era de esperar, la fiesta termina días después en un desastre, todos borrachos, en la promiscuidad y pobreza más absolutas y peleados entre sí, habiéndose gastado toda la plata. La autoridad brilla por su ausencia.
Pienso que el Chile de hoy, en medio de una trágica pandemia, celebra una de estas fiestas. No se sabe quién la organizó, pero obedece a una estrategia bien pensada para el caos. La música la pone el PC y el Frente Amplio, con guitarristas de los demás partidos de oposición y de algunas ONG y otros tontos útiles que la tocan sumisamente. El tamborileo lo tocan algunos locutores y reporteros de la TV abierta.
La cueca se llama demoler cualquier propuesta de gobierno, lograr su fracaso, obligarlo a gastar más de lo que puede, desacreditar al que lo preside, repartir permisos para no pagar las deudas ni los compromisos, comerse los ahorros, obstaculizar las soluciones y acusar luego de incapacidad para manejar la situación.
Los bailadores son parlamentarios de todos los colores y sexos que sin ningún rubor desnudan su inconsistencia, se abanican con el futuro del país porque no arriesgan su jugosa pensión, ignoran los más elementales principios de la economía y hacen gárgaras con el desempleo que ellos mismos han contribuido a generar, pero no pretenden resolver porque les sirve a sus pretensiones electorales.
Ni los desbordes de la derecha ni los golpes de pecho del centro ayudan a moderar la fiesta. Los perdedores serán los hijos de los espectadores de hoy, quienes se llevarán la peor parte y ni siquiera tuvieron la opción de tomarse un trago. (El Mercurio Cartas)
José Antonio Guzmán M.