La cultura de la libertad

La cultura de la libertad

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En su libro “La llamada de la tribu”, Mario Vargas Llosa dice: “El liberalismo es una doctrina que no tiene respuestas para todo, como pretende el marxismo, y admite en su seno la divergencia y la crítica, a partir de un cuerpo pequeño pero inequívoco de convicciones. Por ejemplo, que la libertad es el valor supremo y que ella no es divisible y fragmentaria, que es una sola y debe manifestarse en todos los dominios -el económico, el político, el social, el cultural -en una sociedad genuinamente democrática”.
¿Qué es la tribu para Vargas Llosa? Todo aquello que discrimina, divide y enfrenta a los seres humanos, y que se manifiesta en el nacionalismo, el racismo, la discriminación, la creencia en razas, naciones y religiones superiores. Podemos deducir, pues, que el espíritu tribal se manifiesta en las variadas formas de sectarismo y, desde luego, en la ponzoñosa dicotomía amigo/enemigo.
Al presentar su libro en Santiago, Vargas Llosa sostuvo que las concepciones liberales son, en este tiempo, el sustrato de los avances habidos en la valoración de los DD.HH., la libertad de expresión, los derechos de las minorías sexuales, religiosas y políticas, la defensa del medio ambiente, la participación ciudadana. Todo ello es ajeno, por cierto, a cualquier tipo de utopismo. Alertó, al mismo tiempo, sobre las visiones fundamentalistas que se manifiestan dentro del liberalismo, que exaltan la idea de que el libre mercado es el principio ordenador de la sociedad. A los chilenos nos consta que no es así: en nuestro país hubo economía de mercado con dictadura. Por ello, es esencial articular la libertad de los mercados con la libertad de las personas, y ciertamente con la lucha por la igualdad de oportunidades. Es la tarea del Estado democrático.
Respecto de la cultura de la libertad ha habido trágicas incomprensiones en América Latina. Expresión de ello fue el desprecio, en los años 60 y 70, de lo que la izquierda llamaba “democracia burguesa”, o sea, la de las garantías individuales, las libertades públicas, la división de poderes, el pluralismo de partidos, etc. En síntesis, la democracia liberal. Ese fue el origen de los desvaríos por alcanzar una sociedad supuestamente superior, que iba a establecer la igualdad definitiva. El balance es conocido.
Vargas Llosa no estuvo dispuesto, como le pidieron en un encuentro, a elegir la alternativa “menos mala” entre la Cuba castrista, la Venezuela chavista o el Chile de Pinochet. Y afirmó: “Todas las dictaduras son malas, peligrosas e inaceptables”. Esto no quiere decir que no haya diferencias entre las dictaduras, por ejemplo las diversas coartadas que levantan para justificarse, pero tienen un denominador común: el secuestro de las instituciones y el avasallamiento de los seres humanos.
Quienes se dicen progresistas y no condenan las dictaduras que quedan en América Latina, en los hechos optan por la tribu: si el dictador es amigo, eso es lo único que importa. (La Tercera)

Sergio Muñoz

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