En política, como en la vida, el triunfo y la derrota son consecuencias de un sinnúmero de factores propios y ajenos. Algunos electores de derecha ven en los conflictos internos la principal carencia del sector y reclaman unidad. Es deseable que los proyectos societarios eviten caudillismos, lo que garantiza cohesión y gobernabilidad, pero mucho más importante es la discusión abierta y enriquecedora de ideas y programas. La libertad, en todas sus manifestaciones -incluida, por cierto, debatir diferencias internas- es un valor inherente a la derecha, parte de su ADN, peculiaridad que la distingue de otros conglomerados con más corderos que militantes. La mayor debilidad de la derecha -en Chile y en el mundo- no son sus conflictos internos, sino su estrategia y convicción.
El 23 de abril de 1989, Jaime Guzmán escribió: “El liderazgo político consiste en guiar a la ciudadanía en lugar de alabarla servilmente o dejarse llevar por sus vaivenes”. Tuvo razón. Con el triunfo de Piñera en 2009, connotados dirigentes del sector creyeron que lo más importante había sido derrotar a la Concertación y ser gobierno. El siguiente paso fue administrar “con eficiencia” las consignas del adversario y denunciar sus errores. La estrategia no sirvió, pero además fue equivocada en la forma y en el fondo.
En la forma, porque la izquierda siempre difundirá sus consignas con mayor credibilidad, y sus errores y corruptelas serán neutralizadas con las del opositor, que también registran juicios negativos. Y en el fondo, porque los principios no se transan para acceder a espacios que repugnan a la conciencia. Ni siquiera es necesario. Con sus ideas, sin ocultarlas, la UDI (“viudas de Pinochet”, les llamaban) infiltró las bases políticas y territoriales del Partido Comunista, arrebató más de un millón de votos al socialismo y la Democracia Cristiana y, en sólo una década de vida institucional, se transformó en el partido político más grande de Chile. Es cierto que ha disminuido su respaldo electoral -responsabilidad que no le es del todo ajena-, pero sigue siendo el partido más grande, con más votos, senadores, diputados, alcaldes y consejeros regionales.
Para liderar cualquiera actividad humana se requiere convicción, entusiasmo y mucho trabajo. También en política. La derecha debe exteriorizar sus ideas, sin eufemismos ni temores, y actuar en consecuencia, aunque ello le signifique pérdidas temporales de poder. Tales ideas se sustentan en tres valores fundamentales, inherentes a la naturaleza de ser humano y, como tales, inalienables y constitucionalmente garantizados frente a caprichos de mayorías o minorías que pretendan vulnerarlos: derecho a la vida, libertad y propiedad privada. Todos los demás derechos son derivaciones positivas de estos pilares que les dan legitimidad ética y legal.
Si los dirigentes de derecha tienen claras esas premisas -que son, ni más ni menos, sus propias raíces- les será obvio y coherente proteger la vida desde la concepción hasta la muerte; defender las libertades individuales; acotar el poder de la autoridad; promover un Estado eficiente, pequeño y musculoso; estimular el emprendimiento, fijar impuestos facilitadores y no paralizadores; alentar la inversión privada y el crecimiento económico, única solución real y sustentable para superar la pobreza y alcanzar el desarrollo. Esta es la hoja de ruta de la derecha, su razón de ser en política y lo que estará una vez más en juego en las elecciones presidenciales y parlamentarias del presente año. (El Líbero)
Alfonso Ríos Larraín