Algo ha cambiado en la llamada “élite” chilena que ya no siente eso que se repetía antes en una buena educación: a mayor privilegio, mayor responsabilidad social. Pocos captan, cuando llegan al olimpo del poder, sea en el Estado, en el gobierno, en la empresa o en una universidad, que hay una larga cadena de personas e instituciones que les permitieron surgir, aparte de sus propios méritos o esfuerzos. Una defensa irrestricta de la libertad —fundamental y la base de una sociedad democrática— llevada al extremo aparece carente de respeto y empatía en un Chile con crecientes necesidades. Sin duda la libertad es el fundamento de la política y de la economía en una sociedad democrática. Pero de algún modo se les ha inculcado a muchos, o se han convencido ellos mismos, que logrado un supuesto éxito económico o de reconocimiento, no existe ninguna obligación de retribuir, de considerar, de agradecer… y pierden de vista al resto. Sus talentos, creen muchos winners, son producto solo de su superioridad intelectual o de su esfuerzo personal, de modo que no le deben nada a nadie, tampoco al país.
En las altas esferas política, económica o intelectual muy pocos sienten ya empatía con el concepto de nación, o al menos no se oye ni se ve ese vínculo. Hay un cambio en la élite, en especial en el gobierno actual, así como entre algunos políticos de oposición, que desatienden los problemas importantes por su escasa preparación e interés en lograr buenas políticas públicas. Todas las encuestas registran ese divorcio entre la clase dirigente y la dura vida de la mayoría de los chilenos. Tal vez siempre ha existido esa lejanía, pero algo hay en el pseudo exitismo actual que lo hace más brutal y soberbio.
Lo que podríamos volver a valorar en la educación y en la sociedad chilena es la cortesía: esa actitud amable de consideración hacia los demás, fundamental para una convivencia sana. Se trata del respeto cívico, que ya muy poco se enseña en los colegios y en las familias. Es muy necesaria una élite exitosa en el buen sentido, comprometida con el bienestar colectivo. Los países la requieren para conducir e inspirar. Pero debe estar acompañada de cortesía cívica, que no solo es signo de buena educación, sino un factor fundamental para la convivencia pacífica, y para un ambiente de mayor armonía y respeto mutuo. Algo ha pasado con la formación de las personas que llegan a altos cargos, que pierden de vista a los demás chilenos, y actúan con arrogancia y en beneficio propio, aumentando así las tensiones sociales. Lo estamos viendo en la política y en el Poder Judicial últimamente, lo que es especialmente grave. Lo que más erosiona la confianza en las instituciones es una clase dirigente desconectada. (El Mercurio)
Karin Ebensperger