La dignidad del abogado-Álvaro Ortúzar

La dignidad del abogado-Álvaro Ortúzar

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En estos días poco ajetreados hay más tiempo para conversar. Un grupo de jóvenes recién recibidos de ingenieros, arquitectos, diseñadores, me hablaron acerca de varias cartas de abogados de su edad en que expresan su desazón por los actos de colegas y magistrados que habrían actuado de modo incorrecto. Les digo que a ellos y a los mayores nos preocupa hondamente el daño que se ha causado a la profesión de abogado. Agrego que una de las cosas que debe caracterizar al jurista es su capacidad para atender las necesidades de sus clientes actuando de buena fe y apegados al derecho.

Sin embargo, la conversación avanza y alguien sostiene que no pocas veces se ciernen sobre los abogados más jóvenes ciertos peligros que no advierten a tiempo. La competencia por adquirir una posición destacada entre los pares, la urgencia de ganar un caso, la fama temprana, el dinero en cantidades. Debí admitir que también algo así puede llegar a distinguir a un abogado. El poder que el título confiere para aconsejar y decidir sobre algunos de los bienes más preciados de las personas, su nombre, su honra, sus bienes, su libertad, es enorme. A mayor riesgo de ver algunos de ellos lesionados, mayor es, también, la influencia y control que el abogado tiene sobre sus clientes. Admito que también existe la tentación de beneficiarse con el drama ajeno, de figurar, de hacer públicas sus estrategias, de obtener reconocimientos en rankings que también cobran su precio. Luego afirmé que la dignidad del abogado tiene como base la propia conducta. Quienes han escrito expresando su desilusión, y muchísimos otros, lo tienen claro y son consecuentes con las reglas de decencia, honorabilidad y servicio leal a sus clientes. Lo que uno, ya con muchos años de profesión encima desearía, es una reacción con el coraje que las circunstancias actuales requieren. ¿Porqué esperar a que el Colegio de Abogados adopte decisiones?, ¿por qué descansar en los poderes del Estado y delegar en ellos la defensa de la profesión de abogado?, ¿por qué dedicar nuestro tiempo a comentar los detalles escabrosos de estos casos, y a averiguar si los audios revelan nombres conocidos?, ¿por qué permitir que, frente a los demás, sintamos vergüenza de ser abogados y nos veamos obligados a expresar nuestra ira en privado?

Alguien afirma que si las situaciones que estamos conociendo son consideradas de una enorme gravedad y nos degradan, es nuestro deber adoptar una postura colectiva, que se haga sentir en la academia donde enseñamos y al interior de nuestras oficinas; que se muestre una formidable decisión de ser profesionales serios y decentes. Concluí que veo una oportunidad de plantear a la opinión pública que son más los abogados que han elegido defender sus convicciones, que han tomado el camino de la honradez en vez de la vacuidad y la ambición.

Quedé de escribir una columna sobre esto. (La Tercera)

Álvaro Ortúzar